Leí con interés Anacronías alemanas, de Patricio Binaghi, un libro radicalmente diferente a todo lo que se lee habitualmente. Suerte de diario de viaje, a la vez íntimo y distante, enumerativo, colmado de objetos, como los negocios de antigüedades que su autor frecuenta buscando cosas de otras épocas. Saber que Patricio era archivista, coleccionista y editor, me provocó más ganas de conversar con él. Lo hicimos, uniendo Madrid con Buenos Aires y descubriendo que la búsqueda insaciable que describe el libro es más un rasgo de su personalidad que un truco narrativo.
Vamos a hablar con Patricio Binaghi. Patricio tiene un trabajo muy interesante que empecé a entender a medias leyendo su primer libro, Anacronías Alemanas. Es un libro muy original y curioso, que me abrió un montón de preguntas. Además, está editado por Paripé Books, una editorial que dirige el propio Patricio, y de la cual ya tenemos otras ediciones y más en camino.
Patricio trabaja en estudios culturales y tiene un fuerte trabajo de archivo. Anacronías Alemanas funciona como un diario de viaje en el que Patricio va pasando de ciudad en ciudad, sobre todo en Alemania, y se mete en lugares donde venden objetos increíblemente viejos. Es un mundo fascinante, y el libro tiene una estructura que recuerda a esos espacios donde puede aparecer cualquier cosa. Hay una especie de desorden generalizado en el que uno encuentra maravillas: láminas, memorabilias, muebles... cualquier cosa puede aparecer, y eso se refleja también en el libro. Es un libro que me generó un interés muy particular porque me costó mucho entrar, pero una vez que lo hice, no pude soltarlo. Así que vamos a hablar de todo esto con Patricio. ¿Cómo estás? Gracias por charlar con nosotros.
Hola, Gustavo. Gracias a vos. Muy bien, disfrutando una tarde madrileña.
Estás en Madrid, ¿no? Porque leyendo el libro uno no termina de ubicarte del todo.
Sí, vivo en Madrid hace más de 20 años, con un intervalo en el medio. El libro tiene más que ver con viajes que hice recientemente a Alemania. También estoy haciendo un doctorado en una universidad belga sobre un tema alemán, por eso frecuento muchas ciudades y archivos allá para mi investigación.
Me pasó algo curioso con el libro. Le decía a mi mujer: “No entiendo bien de qué va, pero no lo puedo dejar.” En un momento sentí que me instalaba en lo que vos estabas haciendo, y me atrapó. Aparecen cosas del siglo XX, especialmente de la primera mitad, y también contemporáneas. Es como un arcón del que pueden salir objetos maravillosos. Y te cuento algo como chisme: el otro día fuimos con mi mujer a la casa que fue de Abelardo Castillo. Silvia, su esposa, nos mostró la biblioteca, libros, láminas chinas... y en ese momento pensé en Anacronías Alemanas. Me pareció ese mismo tipo de descubrimiento, de cosas que vienen de todos lados. Me viniste a la memoria ahí.
Sí, cuando me preguntan qué género tiene el libro, ya la pregunta me parece limitada. Si tengo que encasillarlo, podría ser una crónica de viaje, pero también tiene algo de diario, de autoficción, y sobre todo fue un ejercicio de libertad. Como lector tiendo a clasificar los libros, pero con este trabajo quise salir de todas esas estructuras. Lo publiqué sin una intención cerrada, simplemente como algo que quería hacer. Trabajé con Andrés Gallina, con quien colaboro en otros proyectos. Él dirige Energético, una editorial argentina excelente de diarios. Me dijo: “Es esto. Potencialo.” Y así lo hicimos.
Me impactó esa libertad. Vas de la casa de antigüedades al supermercado, a la pileta... Todo eso transmite la sensación del viaje. Estuvimos un par de veces en Berlín y me pasó lo mismo. Esa experiencia de estar fuera de lugar se refleja muy bien en tu libro.
Sí, cuando llegué a Europa hace 25 años, me sorprendió que los supermercados ofrecían lo mismo que en Buenos Aires. Para mí la comida tiene una importancia cultural. Me gusta ir al supermercado en cada ciudad y ver qué hay distinto. Paso parte del tiempo en Buenos Aires y parte en Madrid, pero cuando viajo, especialmente a Alemania o París, trato de incorporar productos que me acompañen en el día a día. No viajo con 60 paquetes de galletitas, pero sí me traigo varias cosas.
Claro, no llevás 60 kilos de galletitas, pero sí volvés con muchas cosas...
Sí, y viajo mucho en auto. Una ventaja de Europa es que las distancias son cortas, comparado con Argentina. Por ejemplo, entre Madrid y París hay 1300 km, como de Buenos Aires a Mendoza. A veces, aunque volar sea más barato, prefiero manejar y parar en distintos lugares, salir de las rutas habituales.
Patricio, específicamente en esos lugares donde vas a buscar cosas del pasado, ¿qué buscás? ¿Cualquier cosa? Porque leyendo el libro uno percibe que hay ciertos períodos que te interesan más: revistas de la primera mitad del siglo XX, la República de Weimar, incluso objetos ligados al nazismo. ¿Qué te guía en esas búsquedas?
Me interesa mucho la República de Weimar, ese período entre el fin de la Primera Guerra Mundial y la llegada del nazismo en 1933. Fue un momento culturalmente riquísimo y a la vez muy convulso. En esos contextos de crisis se generan movimientos culturales intensos, y la industria editorial de esa época es fascinante. Encontrás revistas de diseño, influencias de la Bauhaus, la Escuela de Frankfurt... pero también publicaciones más curiosas, como revistas de nudismo, porque había una gran libertad con el cuerpo. Muchas de las expresiones corporales y la danza contemporánea tienen origen ahí. Me interesa rastrear esos comienzos. Claro, a veces uno se cruza con objetos ligados al nazismo. Los miro con respeto y cierta distancia, pero están presentes en los mercados alemanes. No son parte de un pasado tan lejano.
¿Y qué hacés con todo ese material?
Mucho lo uso para mis estudios de doctorado. Otros los compro porque me gustan. También los uso en mi trabajo como editor. No solo edito narrativa, también libros de arte y fotografía, así que a veces me fijo más en la encuadernación que en el contenido: cómo está plegada la sobrecubierta, si tiene cuadernillos integrados, un sello seco en la tapa... Son detalles del mundo editorial que después me sirven de inspiración para mi trabajo diario.
Leí que estás a cargo de una revista vinculada con temas de bibliotecas. ¿Podés contarme un poco sobre eso?
Sí, este año, a fines, va a salir el número tres de Bibliotech, la revista que hacemos con Paula Lombardi, especialista en archivos de Buenos Aires. Es una publicación bianual y la verdad que lleva bastante trabajo. Parte del material que compro o encuentro lo pienso ya con la revista en mente. Me pasa que, como visito muchos archivos y bibliotecas, encuentro materiales increíbles pero poco accesibles. Entonces, la revista Bibliotech busca darle visibilidad a ese contenido, que no solo me interesa a mí, sino que genera interés en otras personas también. Ya publicamos dos números y ahora va a salir el tercero. Por suerte, la recepción fue muy buena.
O sea, hay un público real, no es solo una obsesión tuya.
Exacto. Todo esto empezó porque conocí de casualidad a María Kodama y le pregunté por la biblioteca personal de Borges. Me dijo que estaba en una sala de la fundación y me invitó a verla. Cuando fui, me encontré con cientos de libros con anotaciones de Borges: desde una Biblia napolitana del siglo XVIII hasta textos de los años 40 y 50. Ahí me di cuenta de cuánto influía ese material en su obra. Muchas de esas frases anotadas se veían luego en sus cuentos o ensayos. Le propuse editar un libro con ese material, y me dijo que sí. Fue una suerte, pero también revelador: hay mucho interés por los archivos y bibliotecas personales.
Claro, todo ese material manuscrito, marginalia, anotaciones, se volvió un campo de estudio en sí mismo.
Sí, totalmente. Es un área que incluso resiste a la era digital. Pensá que hoy la correspondencia es digital y si alguien muere, se pierde. Nadie accede a sus mails. En cambio, los libros anotados, los papeles, todavía están. Y mucha gente sigue leyendo en papel, haciendo marcas. No es algo de un nicho: escritores y lectores trabajan con esos libros de forma activa. Hay un universo ahí.
Yo pensaba en cómo cambió todo eso con la digitalización. La revista, como formato, parece haber quedado en el pasado.
Tal cual. Las revistas periódicas están desapareciendo. Las que seguimos haciendo, como esta, requieren un trabajo casi equivalente al de un libro: tiene 200 o 300 páginas. Pero la idea es que puedas leerla en cualquier momento, no depende de la actualidad. Lo digital mató lo inmediato: por eso los diarios, las críticas, todo aparece online apenas algo sucede. Las revistas de crítica literaria, por ejemplo, fueron reemplazadas por posteos, capturas de páginas, reseñas instantáneas. Pero justamente por eso hay que darle espacio al contenido que trasciende ese ritmo acelerado.
¿Y cómo ves el futuro de este tipo de proyectos, sobre todo con los problemas de conservación y espacio físico?
Es complicado. Muchas instituciones, incluso a nivel mundial, no tienen capacidad para conservar bibliotecas o archivos particulares. Ahí la digitalización sí es clave. Un archivo en cajas, sin acceso ni valoración, pierde sentido. Por ejemplo, cuando trabajaba en el número dos de la revista, me reuní con Daniel Defert, el viudo de Michel Foucault. Le pregunté por la biblioteca de Foucault y me dijo que no tenía una gran biblioteca personal, porque prefería trabajar en bibliotecas públicas. Sus manuscritos se donaron a la Biblioteca de Francia. Pero hay muchos pensadores que sí tienen bibliotecas propias y valiosas, y ahí hay un campo de trabajo importante.
Estaba pensando que el libro en papel aguantó la llegada del libro digital. De hecho, el libro digital ocupa un porcentaje no mayoritario del consumo de libros. Lo que lo digital sí mató fue a la revista. Yo tuve una revista también, y falleció, digamos, de muerte natural cuando apareció la posibilidad de consumir internet. No porque uno leyera revistas en internet, sino porque el consumo pasó a ser no periódico, sino continuo.
Por eso también pienso que la revista hoy tiene un contenido que podría ser el de un libro. Incluso tiene 200 o 300 páginas, algo que uno puede tener y agarrar en cualquier momento. No está basada en lo inmediato. El problema con lo digital es que mató lo inmediato. Por eso también los periódicos se leen en digital, y sólo un porcentaje mínimo de la población sigue comprando el diario una o dos veces por semana. Las revistas tenían algo especial. Por ejemplo, las críticas. Uno iba a ver una película y ya podía leer qué le había parecido a alguien que le interesaba. Lo mismo pasa con las revistas de crítica literaria. Hoy sale un libro y a la semana ya hay muchas personas diciendo “me gustó esto”, subiendo frases, fotos de páginas, incluso capítulos. Todo ese papel que cumplían las revistas quedó sepultado por lo digital.
Para mí, la clave es esa idea de continuidad, desapareció la periodicidad, la idea de acumular cosas durante un mes y publicar. Antes uno podía esperar un mes para leer críticas o comentarios. Hoy un mes es una eternidad, puede pasar de todo. Y encima ya casi no quedan kioscos.
Acá en Madrid los están convirtiendo en cafés o negocios. Me acordaba de cuando llegué en el 2000 y pasaba por un kiosco en la Puerta del Sol que traía diarios argentinos. Hace poco pasé y ahora es una tienda de souvenirs para turistas.
Vivo en Boedo y, a dos cuadras, hay un kiosco que ya no tiene diarios. Me impresiona que siga abierto. Los estantes están vacíos, y me da pudor mirar. Es como si estuvieran durmiendo en la calle, una situación de desamparo. Y no puedo dejar de pensar: ¿de qué viven?
El otro día salió una nota sobre un kiosco convertido en librería. Llevan autores a firmar, hay colas de 50 personas. Le encontraron la vuelta. Ponen café de especialidad, aprovechan la vereda. Acá cerca también había un kiosco donde compraba el diario los fines de semana, y ahora es un café. Al principio era mixto, pero se fue transformando hasta que ya no quedó nada.
Patricio, cuéntame un poco de Paripe, tu editorial donde está anacronías alemanas, pero tiene varios títulos más.
Fue una editorial que en realidad surgió medio por casualidad. No tenía pensado ser editor, yo en ese momento estaba dentro de la gestión cultural, también como productor teatral y un día pasé por un lugar y descubro que era un hotel de chicas trans que hay en el barrio de Villa Crespo y se me ocurrió hacer como un un libro con una fotógrafa donde poder retratar ese lugar que me parecía como que tenía una fuerza y una magia bastante raras. Y dije, "Mira, vamos a sacar un libro." Y lo saqué y la verdad que funcionó bien. Y ahí dije, "Bueno, vamos a empezar a sacar libros de fotografía." Y sacaba uno por año. Después surgió la posibilidad de hacer el libro de Borges y como que se fue armando medio sobre la marcha. Me empezaron a llegar archivos con libros al mail y y me pareció que había cosas que estaban buenas y dije, "Qué pena que esto no no se edite." Entonces dije, "Bueno, vamos a armar también como una colección de narrativa." Ya y ahí se fue armando un poco la la editorial, muy sobre la marcha, aprendiendo, equivocándome y dándole un poco de forma. Empezó en España, después se me ocurrió abrirlo en Argentina y en Argentina la verdad que está funcionando eh muy bien. Eh, en España el mercado de la narrativa es totalmente diferente a al de Argentina, ¿viste? La gente acá lee novelas de 600 páginas, no leen cuentos, leen ensayos eh más históricos eh Entonces, bueno, fui poco a poco eh descubriendo eh lo lo que yo creía que podía quería ayudar a lanzarlo al mercado y y la verdad que funcionó muy bien.
Te quiero preguntar, Patricio, por un par de libros de la editorial que no leí. La mariposa de Zhuangzi, de Juan Pedro Somodi.
La mariposa es un libro raro, una mezcla de géneros: una novela con partes de guion cinematográfico y de obra teatral. Juan Pedro Somodi es un escritor argentino que vive en Madrid. Nos conocimos hace unos años; él ya había publicado un libro por Mansalva y me dijo que quería editar acá en Madrid. A mí me gustó, lo editamos, y después me mostró este otro. Me dijo: “Tengo esto, es una marcianada”, y la verdad es que me pareció espectacular. Justamente eso es lo que me atrae: encontrar algo fuera de la norma. Te empieza a llegar mucho material y hay mucho que se parece entre sí. Últimamente está de moda la autoficción o ciertas temáticas que el mercado demanda. Cuando aparece algo distinto, trato de apostar por eso. El libro de Juan Pedro también me gustó por esa mezcla: tiene algo borgiano, algo de Saer, pero también una influencia oriental, que remite a China. Me resultó curioso porque refleja el mundo de la dramaturgia, pero en una forma narrativa. ¿Cómo se combinan esas formas? Eso me interesó. Me pareció que había que darle una oportunidad, y la verdad es que la gente está contenta con ese libro, igual que yo.
Y ahora me acaba de llegar la primera novela de Marta Lynch. Hace poco leí La señora Ordóñez y me impresionó que haya sido un best seller en su momento. Es una novela increíblemente áspera, no es lo que uno imaginaría como un éxito comercial de los años 60. Está narrada de forma no lineal, es muy angustiante y poco fluida en el sentido tradicional.
Hace unos años empecé a pensar en darles una nueva vida a libros que habían quedado fuera de los circuitos de reedición, sobre todo de literatura argentina. El caso de Marta Lynch me parece complejo pero fascinante. Fue una escritora increíble. La alfombra roja me sigue pareciendo un librazo: la forma en que construye y nombra los capítulos es espectacular. Para ser su primera novela, ya marca un rumbo: le interesa el poder y la seducción, y cómo se combinan esos mundos. Esa línea se mantiene en La señora Ordóñez, El vencedor y otros libros suyos. Son temas que aparecen también en su vida personal, y ella los solapaba con su trabajo de escritora. Me parece que había que darle otra oportunidad. En los 60 se publicaron cosas buenísimas que después quedaron tapadas por el boom latinoamericano y otras modas. En el caso de ella, como escritora mujer, estaba muy por encima del promedio. Bueno, había otras también, como Sara Gallardo, que hoy está teniendo un resurgir interesante. Pero Marta Lynch fue una figura trágica. Hay algo casi premonitorio en su literatura, como si sus libros funcionaran como oráculos. Fue injustamente olvidada, y me parece importante que una nueva generación la redescubra, igual que está ocurriendo con Sara Gallardo. Marta, en un país tan politizado como el nuestro, puso en juego una mirada que luego retomaron quienes escribieron novelas políticas.
Ah, y te cuento otra cosa que que va a salir ahora acá en España: un libro con el que estoy trabajando del diseñador gráfico Juan Gatti, a vos que te gusta el cine, con material inédito de películas. Si querés otro día te lo cuento pero está por salir y va a estar muy bueno.
Lo voy a estar esperando, Patricio, ¡gracias!
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