Feliz año, amigos. Un cínico diría que el pasaje de un año a otro es un evento arbitrario y desprovisto de significado. Yo, un romántico, digo que los rituales son importantes y constitutivos de nuestra vida en sociedad. ¿Cómo no va a ser significativo que la Tierra haya dado una vuelta completa alrededor del Sol? El universo nos dice que algo terminó y otra cosa empieza. Es importantísimo que las cosa empiecen y terminen. Se me ocurren pocas cosas tan significativas como el año nuevo. En fin, otras cosas no se terminan, siguen para siempre. Como el Sabelotodo. Bienvenidos.
Prestigio
¡Primero un poco de historia, porque todo lo viejo es nuevo de vuelta! Durante casi la totalidad del siglo XX, en el mundo del espectáculo, el actor de televisión estuvo un escalón por debajo del actor de cine. Drama barato y de poco vuelo, en una pantalla chiquita, producido en masa y con equipos de guionistas, versus las grandes producciones de Hollywood, donde (en alguna época) estaban los autores y los artistas verdaderos. O las películas europeas, que reemplazan los altos valores de producción con, a lo mejor, el prestigio. Esto empezó a cambiar en los últimos veinticinco años. Primero de a poco, como una intuición, y después cada vez con más fuerza hasta convertirse en una seguridad en los últimos diez o quince años. La idea de que, a lo mejor, una serie de televisión podía ser algo más. (Por lo menos para el drama. La comedia siempre se rigió por otras reglas. Reglas mejores, seguramente).
Los Sopranos es la culpable de inaugurar la “segunda era dorada de la televisión”. A ella le siguieron otros casos (muchos de HBO, como The Wire y otras series de David Simon). Más o menos al mismo tiempo empezamos a estar todos cada vez más conectados y a consumir las cosas en comunidad a través de foros, primero, y Twitter, después. En ese contexto, en el 2004, sale Lost. Quizás no haya envejecido tan bien como Los Soprano pero sí determinó que lo que pasaba en una serie podía ser un fenómeno global mucho más grande de lo que había sido en el pasado.
Por último (digo yo, con la autoridad que me confiere ser nada menos que quien escribe estas palabras), en el 2008 salió Breaking Bad y terminó de darle a “la serie” un lugar de importancia superior.
Paralelamente, en Hollywood pasó lo opuesto: las grandes producciones empezaron a ser cada vez menos variadas y más enfocadas en tener al mayor público posible. El mayor público posible implica un rango etario: películas que disfruten niños, adolescentes y adultos por igual. Lo que se deja de producir (o, como mínimo, de estrenar en salas comerciales) son las películas íntegramente para adultos. Hay un tipo de película que se dejó de hacer. De hecho, casi como si la línea de tiempo la hubiera inventado yo, la primera Iron Man, la que empieza el reinado de Marvel como ama y señora de las salas de cine de todo el mundo, salió en el 2008, el mismo año que salía Breaking Bad.
El hogar de cada tipo de producción, entonces, cambió. Con HBO siempre a la cabeza empezamos a recibir cada vez más miniseries dramáticas y casi siempre protagonizadas por actores históricamente de cine y para los cuales, de repente, actuar en televisión no era un paso atrás sino todo lo contrario. Mathew McConaughey y Woody Harrelson en True Detective, Kate Winslet en Mare of Easttown, Jeff Daniels en The Newsroom, todas las actrices del mundo en Big Little Lies. Hasta Woody Allen hizo una serie de televisión (es mala, me contaron, yo no la vi).
Cambios
Ahora bien, hay una trampa. ¿Qué tienen en común todas las series que acabo de nombrar y la diferencian, por ejemplo, de Los Soprano? Ninguna pasa de los veinte episodios (más o menos). La mayoría, incluso, tienen una sola temporada. True Detective (es una serie de antología así que cuento la primera temporada como una sola cosa aislada) tiene diez capítulos. Mare of Easttown tiene siete capítulos. Las que tienen más de una temporada (The Newsroom y Big Little Lies) no tienen más de diez capítulos en cada una. Los Soprano tiene ochenta y seis capítulos divididos en seis temporadas. Lost tiene ¡ciento veintiún! capítulos divididos en seis temporadas. Como ejemplo de la Vieja Televisión, La Ley y el Orden (la original) tiene quinientos nueve capítulos en veinticuatro temporadas. La trampa es que, para ganar prestigio y seriedad, las series de televisión empezaron a parecerse a las películas. La brevedad, el poder de síntesis, es (en general, correctamente) un rasgo de calidad. Lo extenso, en cambio, es la marca de lo berreta. Veinticinco capítulos por temporada es grosero. El verdadero arte es breve. Menos es más. Dicen los que saben.
Yo puedo estar de acuerdo con eso en general. El cine lleva consigo el poder de la síntesis. Eso lo hace, también, más difícil de hacer. Pero estas series nuevas, de esta era dorada, muchas veces se quedan a mitad de camino. De hecho, el comentario “es larga al pedo” es algo que decimos o escuchamos decir de series de diez capítulos, de dos o tres temporadas, pero que nunca habíamos escuchado cuando hablábamos de The West Wing, que tiene veintidós capítulos en cada una de sus siete temporadas. Los casos exitosos son claros (algunas de las series que ya mencionamos) pero este nuevo sistema narrativo que impuso la nueva era dorada de la televisión tiene sus limitaciones. Las series largas, de veinte capítulos y ochenta mil temporadas, tenían un valor que el cine y las nuevas series no tienen.
Nostalgia
Cuando yo era chico, mi mamá miraba ER: Emergencias en Sony. ER empezó en 1994, tiene quince temporadas y veintidós capítulos en cada una. Es una serie de otra época, que empezó mucho antes de todo esto que hablamos y que terminó (justamente, como si la línea de tiempo la hubiera inventado yo) en el 2009. Yo la veía con mi madre y tengo grandísimos recuerdos, es una parte importante de mi consumo televisivo infantil. Me acuerdo de personajes, de escenas, de romances y muertes. Lamentablemente, ER lleva consigo el estigma de ser de una época anterior y, si bien es considerada una serie importante e influyente, tengo la sensación de que fue olvidada. No está en la conversación pública. Hasta hace muy poco no estaba en ninguna plataforma de streaming en Argentina. Tampoco era muy fácil de descargar ilegalmente: la demanda por ER no es la misma que tiene Los Soprano. Durante muchos años, entonces, ER vivió únicamente en mi recuerdo. Cada tanto pensaba en verla de nuevo y me desmotivaba cuando no encontraba una manera rápida de hacerlo.
A diferencia de otras cosas que vi de chico y de las que tengo grandes recuerdos, habitaba en mí la certeza (irracional) de que ER no estaba condicionada por los anteojos de la nostalgia, sino que era buena en serio. Sabía que verla de nuevo no ponía en riesgo nada. El año pasado se cumplieron treinta años de la serie (treinta vueltas al Sol, las cosas empiezan y terminan) y, como un regalo del universo hacia mí, la subieron entera a Max en un HD hermoso e impecable. Escribo estas líneas habiendo visto ya la primera temporada y varios capítulos de la segunda. Un total de treinta y dos capítulos. Mil cuatrocientos minutos, o sea, casi veinticuatro horas corridas de consumo. Considero que es cantidad suficiente de tiempo para hablar con cierta autoridad sobre cualquier cosa.
ER
Efectivamente, ER es una serie espectacular. El escenario es la guardia clínica de un hospital público en Chicago, el County General. La serie la creó Michael Crichton (médico, guionista y autor de, entre otras cosas, Westworld y Jurassic Park). El riesgo de las series viejas y largas, de veinte capítulos y que se estrenaban semanalmente, es que se vuelvan repetitivas y formulaicas (algo que el estreno semanal disimulaba). Los capítulos de Dr House, por ejemplo, son todos iguales. Tienen todos la misma estructura, los mismos beats de guión. Grey’s Anatomy, por otro lado, era menos un drama médico y más un culebrón fantasioso y desatado que, casualmente, sucedía en un hospital. ER buscaba (sin dejar de ser divertida y con algunos momentos un poco ridículos - recuerdo en una temporada tardía un helicóptero cayéndole encima a uno de los personajes principales) ser relativamente fiel a la realidad. Al ser una guardia pública, la serie se condena a sí misma a mantener cierta responsabilidad con el mundo que representa. El hospital no puede ser un lugar mágico donde todo se soluciona y donde siempre al final del día el caso se resuelve. En la guardia de un hospital público aparecen personajes de mucha vulnerabilidad, su personal está siempre saturado de trabajo, el presupuesto es menor y, además, la gente no hace fila para ser atendida. Es todo, al mismo tiempo, todo el tiempo.
La única constante en ER es el caos. El caos es tal que, de hecho, apenas hay tiempo para la vida personal de sus protagonistas. La vemos, por supuesto. No deja de ser un drama con personajes y es a ellos a quiénes queremos ver. Pero acá es donde cobra sentido que ER tenga veinte capítulos por temporada.
Cada capítulo cierra en sí mismo y suele ser un día en la clínica. La naturaleza de la serie hace que los capítulos sean todos intensos (ER está muy bien filmada y editada, es un tour de force constante, como ver Whiplash en velocidad doble y con gente muriendo, no con un tipo tocando la batería) y poco repetitivos. Entonces, la vida de sus personajes va desarrollándose de a poco, con paciencia. En la estructura de una serie como ER, el tiempo es un valor, no un problema. El apego (o el rechazo) que uno desarrolla con los personajes de una serie así, cuando está lograda, es inigualable. No hay manera de sentir esta familiaridad y cariño con una mini serie de diez capítulos. El efecto es otro. La serie funciona no a pesar de su extensión sino por ella. No es mejor ni peor, pero es otro. (Por otro lado, los capítulos no duran una hora sino cuarenta y tres minutos. No parecerá mucho pero esos minutos de diferencia son una eternidad).
Final
Lo que quiero decir es que antes de que la tele fuera de prestigio también se hacían cosas buenas de verdad. La calidad sobrevive a los embates del tiempo y las cosas que eran “buenas en su momento”, muchas veces, siguen siéndolo hoy. ER es apenas un ejemplo de una larguísima tradición de televisión de calidad. Lo que cambió no es la calidad del producto sino la percepción pública y crítica sobre el medio. Esa percepción alteró el tipo de contenido que empezó a producirse (series cortas y con más presupuesto), pero no es que antes las series las escribían y protagonizaban monitos. Ahora que la era dorada de la televisión está empezando a agotarse (puede que sea idea mía), a lo mejor sea hora de mirar un poco hacia atrás. No con nostalgia (la nostalgia es una emoción tramposa y contraproducente) sino con curiosidad.
Además, creo que no hay más series con esta forma. O a lo mejor sí, pero nadie se entera. ER, en su momento, fue una serie importante. Uno de los últimos capítulos de la primera temporada lo dirigió Tarantino. El capítulo es de 1995, Tarantino ya había dirigido Perros de la Calle y Pulp Fiction, es decir, era la persona más famosa del mundo. Y, excepto por dos planos específicos, no se nota especialmente que lo haya dirigido él. Pero no porque la serie sea genérica y aburrida y Tarantino un mal director. Al revés. La serie tenía un tono y un estilo marcado y efectivo. Y Tarantino, como buen director, se acopló a la serie. No la quiso convertir en Kill Bill: ER ya era buena por sí misma, no necesitaba que venga nadie a reinventar nada. Me atrevo a decir que el privilegio fue más para Tarantino que para la serie.
Hay algunos detalles estéticos que envejecieron mal. El uso de la música, a veces, y algunos trazos gruesos para retratar algunos personajes secundarios. Pero son puntuales y fáciles de obviar. Es un producto de calidad y, en el contexto de las series de hoy, novedoso. Como dice el título del último capítulo de la primera temporada: Todo lo viejo es nuevo de vuelta. Nos vemos en dos semanas.
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ER fue el lanzamiento de la carrera de muchos actores, George Clooney es el caso más importante, pero además fue pionera en el tratamiento de muchos temas. Por ejemplo: los matrimonios del mismo sexo, el SIDA, los refugiados, y otros tantos. Además tuvo un cierre perfecto, volviendo a traer al final a los protagonistas iniciales y con Rachel Greene tomando el lugar de su padre muerto. Una gran reseña Francisco. Te felicito
Suerte que en el medio de la nota mencionaste The West Wing, xq ya estaba catatónico por su ausencia.
Supongo que en la serie es más importante Sorkin que la serie en sí, pero no soy quien para sostener semejante afirmación.