Fui muchas cosas en la vida, una de ellas fue estudiante y licenciado en Ciencias Biológicas en mi amada y ahora muy maltratada Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Incluso, una vez graduado, tuve un par de años en el Conicet hasta que me pasé a las estadísticas y, después de un paso intermedio, recalé en el Indec. De esa formación me quedó un respeto y cariño por la ciencia, su método, su rigor. Ese cariño tiene su contracara y es la irritación enorme que me provoca la utilización del merecidísimo prestigio de la ciencia —y en particular de las ciencias naturales— para justificar ideas que pertenecen a otro ámbito.
El primer ejemplo que se me viene a la cabeza es la aparición en 2016 de un libro llamado El cerebro argentino, escrito por Facundo Manes, con la colaboración del especialista en "glotopolítica" Mateo Niro. El título mismo del libro me resultó increíble, hacer local algo que sin dudas es universal. Para ver el absurdo, imaginemos que cambiemos uno de los dos miembros de la frase. Por ejemplo, "El cerebro búlgaro" o "El hígado argentino". Si cambiáramos los dos, tendríamos una comedia de humor absurdo: "Los pulmones suecos". Las naciones son una creación cultural y política hecha por el hombre, los corazones que anidan dentro de sus fronteras no saben de pasaportes, aduanas y viajes. No son argentinos, no son nada, son corazones.
Lo gracioso es que la primera frase del libro confirma lo que digo. Dice: "El cerebro argentino es igual al del resto de los seres humanos". Y después sigue:
Los mismos rasgos biológicos generales, estructuras anatómicas y funciones están en todas las personas de todas las culturas. Pero, al mismo tiempo y aunque parezca contradictorio, todos los cerebros son diferentes porque la interacción de los genes con el ambiente –el contexto social, los gustos y las experiencias– hace que el cerebro de cada uno esté cambiando permanentemente a lo largo de la vida.
Pero si los cerebros son todos iguales y lo que cambia es la cultura circundante, entonces ese órgano no tiene importancia en el análisis —es el famoso ceteris paribus— y lo que hay que estudiar es ese contexto. Lo dicho, no existe el objeto mencionado en el título, el "cerebro argentino". Asumo que el interés de Manes no era decir algo con rigor científico sino tirar un título con gancho y posicionarse en la discusión pública, con la expectativa de salir a jugar en el ruedo político. Lo hizo, no le fue muy bien.
Esta fue una instancia particular de un fenómeno creciente en los últimos tiempos, el auge de la "neurociencia". Al calor de los últimos avances sobre el funcionamiento del cerebro, se puso de moda explicar todo con una pátina científica, más allá de que de lo que se esté hablando sea economía, historia, literatura o fútbol. El espectro de "expertos en neurociencia" inundó el mercado editorial y las agendas de los productores de radio. No llegué a encontrar ninguna idea de interés en toda esa marea de palabras, pero sí una fuente de malhumor.
El último grito de la moda fue asociar las ideas científicas a la ideología del momento, el libertarianismo. Nos enteramos por el entusiasmo de nuestro presidente de que hay un pensador chileno que considera que la hegemonía de las ideas progresistas se debió a que toman la forma de un virus que tiene la facultad de replicarse, como los virus que afectan nuestro organismo. El amigo de Milei es Axel Kaiser, autor de un libro titulado Parasitos mentales (2024), en donde desarrolla esa idea.
En realidad, Kaiser toma la idea prestada de un científico canadiense de origen libanés, Gad Saad, quien había escrito su libro antiprogre proponiendo la teoría de los virus llamado La mente parasitaria (2020). Me tomé el trabajo de revisar ambos libros para ver si había algo interesante en sus páginas y evaluar la seriedad del enfoque. De la Escuela Austríaca y restricciones presupuestarias sabe Javier Milei, pero en el campo de la Biología y "del rigor en la ciencia", quizás sepa más yo.
El libro del chileno amigo de Milei no es más que un desarrollo menor de las ideas de su antecesor, Gad Saad, así que es mejor limitarse a este autor. Saad había aparecido en el mercado de las ideas con libros como The Evolutionary Bases of Consumption, es decir un "estudio" que combinaba el análisis del consumo con herramientas de la biología evolutiva. Al leer a Saad en La mente parasitaria es difícil determinar si está hablando de los virus en forma metafórica o literal. En la introducción dice:
El propósito central de este libro es analizar otro conjunto de patógenos que son potencialmente igual de peligrosos para la condición humana: los patógenos parasitarios de la mente. Se componen de patrones de pensamiento, sistemas de creencias, actitudes y modos de pensar que parasitan la capacidad de razonar con propiedad y rigor. Una vez que estos virus de la mente se apoderan de los circuitos neuronales, la víctima afectada pierde la capacidad de emplear la razón, la lógica y la ciencia para conducirse por el mundo. Entonces se hunde en un abismo de infinita locura, caracterizado por un obstinado y orgulloso alejamiento de la realidad, el sentido común y la verdad.
En el resto del libro se alternan argumentaciones en contra del pensamiento progresista, anécdotas personales que denotan un notable narcicismo ("Estuve en el programa de Joe Rogan y le dije tal y tal y lo dejé asombrado") y cada tanto frases biologicistas como la de la introducción ("toman el control de los circuitos neuronales..."). Lo que es difícil de encontrar es una base científica para demostrar el postulado. La causalidad en las ciencias sociales es muchísimo más difícil de identificar que en las naturales, lo que da como resultado la posibilidad de aventurar hipótesis arriesgadas y audaces, sin el temor de que pasen por el filtro de la verificación. Detengámonos un poco en esto.
De Hume para acá, sabemos de lo complicado o imposible que es determinar causalidad. El apotegma "correlación no es causalidad" indica que el hecho de que después de A siga B no necesariamente indica que A causa B. Por otro lado, en las ciencias experimentales, el trabajo más complicado siempre es aislar las variables que determinan la relación entre A y B. Cuando se quiere aplicar esa metodología a las ciencias sociales las complicaciones son infinitas. Por un lado, diseñar experimentos es casi imposible, ya que implica influir en la voluntad de miles de personas. Por el otro, la multicausalidad de cada acto humano es insondable. Si las consecuencias de cada acto son infinitas, lo mismo podría decirse de sus motivaciones. Hay un newsletter excelente del economista Nico Ajzenman, llamado "Esto no es economía", en donde elige en cada envío una afirmación sobre el mundo de los seres humanos y trata de contrastarla con datos, evidenciando en su intento la complejidad de aislar variables.
La dificultad de determinar cuál es el A que provoca B en la actividad humana, a menudo es ignorada olímpicamente por quienes quieren hacer uso del prestigio del lenguaje científico. Era notable durante la pandemia la cantidad de afirmaciones causales que se hicieron sin tener ningún tipo de sustento de los datos. Se daba como cierto que la suba o baja de contagios (medidos de por sí sin demasiado rigor) se debía a medidas puntuales de restricción, como no salir a la medianoche o perseguir a los runners. La cantidad de afirmaciones irresponsables que se hicieron en esos días debe haber sido récord.
Lo que no queda claro en los libros de Kaiser y Saad es cómo diferencian una idea virósica de una idea correcta, por qué una idea correcta no podría al mismo tiempo reflejar el mundo y tener virtudes de replicación. La idea "la emisión genera inflación " o "la inflación es en todo lugar y en todo momento un fenómeno monetario" han tenido las mismas virtudes de captar la atención de muchas personas y convencerlas ("tomar dominio de sus redes neuronales") de una determinada posición política. Si dilucidar entre ideas que describan al mundo correctamente de las que nos engañan e ilusionan finalmente se da en el campo de la discusión intelectual, ¿de qué sirve hacer uso de la jerga neurocientífica? El negocio de los neurochantas es vender la seguridad de un método a través de su lenguaje, pero no de su metodología.
Así como el chileno Axel Kaiser no hacía más que replicar el libro de Gad Saad, ambos en realidad están tomando una idea que tiene medio siglo de antigüedad. La expresó el biólogo evolucionista Richard Dawkins en su célebre El gen egoísta. En aquel libro, Dawkins argumentaba que la unidad evolutiva, la que buscaba su reproducción, era el gen y no el individuo. Se podía sacrificar al individuo en tanto y en cuanto el gen se propagara. El libro tenía esa idea desarrollada y explicada con precisión y otra más que me parecía poco interesante y forzada. Era la del “meme”, una unidad cultural (una frase, una poesía, una idea) que se replica casi de la misma manera que el material genético.
Justamente la distancia entre la argumentación de Dawkins en cuanto a la propagación del gen (precisa y basada en evidencias) y su sugerencia de que hay unidades culturales con el mismo sistema de dispersión (brumosa y especulativa) marca la distancia entre el método científico y la utilización espuria de su lenguaje. La idea de meme, desarrollada por Dawkins, encontró su nicho perfecto en las redes sociales, como descripción de monerías que nos hacen gracia y se repiten, transformándose, pero no ha servido como marco explicativo de la conducta humana.
Desde ya que lo que me molesta de los libros de Axel Kaiser y Gad Saad no es su sesgo antiprogre. Yo mismo escribí hace tiempo mi libro crítico del progresismo: Progresismo, el octavo pasajero. Es buenísimo, y lo digo sin fanfarronería, porque fue escrito en colaboración con Huili Raffo y de él fue el empuje, el formato, el mayor peso en las entrevistas, el diseño y dibujos. No tenía palabrerío científico. Si lo quieren comprar, me avisan me quedaron algunos en la pieza de arriba.
Para finalizar, quiero reflexionar sobre algo sorprendente. Estos dos libros “libertarios” me parecen sencillamente una chantada irresponsable. Los libertarios son muy afectos a las declaraciones grandilocuentes y dogmáticas, sin demasiado respaldo de la realidad. Es notablemente sintomático de la Argentina que hayan sido ellos los que impusieron cierta cordura económica, poniendo la discusión en un lugar en donde se respetan las primeras páginas de cualquier manual de economía. ¡Qué chantas habrán sido los anteriores para que la cordura la pongan estos locos!
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Me duele un poco saber que Gad Saad forma parte de este cosmos de neurochantas. En Twitter se lo lee simpático, bonvivant y aguerrido sarcástico contra los antisemitas que asoman. En todo caso, un neurochanta inteligente.
Creo qué hay una necesidad, por parte de cualquiera que formule una opinión o un punto de vista cualquiera, de recurrir al argumento de autoridad a falta de otro mejor. Se vio en estos días, en este medio, en la discusión de Fernando Iglesias con Roy Hora: a falta de argumentos empiezan a tirar con los currículum. Pienso que eso se debe, más que nada, a la falta de racionalidad en los argumentos, y a una cierta pereza mental de los comunicadores actuales. Los argumentos biologicistas, por otra parte, no son ninguna novedad. Escritores de principios del siglo XX como José Ingenieros, Agustin Álvarez y José María Ramos Mejía ya los utilizaban, pero con mejor prosa y más ingenio, creo yo. Un gran abrazo Gustavo. Un gusto leerlo, como siempre.