Una película que me trajo recuerdos personales familiares y un documental futbolero que me encantó. Colaboren monetariamente, si quieren, esto siempre va a ser gratuito, pero estas medialunas no se pagan solas.
Una vez, un circo (Saula Benavente)
Cuando mi papá dejó la música comenzó a trabajar en una empresa dedicada a promover espectáculos artísticos, DAEFA, obviamente vinculada con el Partido Comunista, del cual él había sido casi socio fundador. Era la década del 60, yo era muy niño, pero de pronto, esa empresa comenzaba a traer anualmente a la Argentina el Circo de Moscú. Mi viejo decía que era el mejor circo del mundo, pero yo a esa altura había aprendido que según él todo lo que venía de la Unión Soviética era superior a cualquier otro producto similar, pero occidental. Sin embargo, esta vez tenía razón y por razones históricas.
El circo fue una tradición rusa, mucho antes de la revolución de Octubre, desde la época de los zares. Posteriormente, Lenin en 1919 decidió que el ballet, la música clásica y el circo iban a ser las artes protegidas por el Estado, una manera de darle cultura al pueblo y generar un producto de exportación que sirviera, además, de propaganda política. Todas las áreas protegidas por el Estado (además de las citadas, podemos agregar a los atletas olímpicos y a los ajedrecistas) eran parte de una elite privilegiada, que no sufría las penurias económicas de sus compatriotas y que podían consagrar su vida a perfeccionar su arte.
Así es como se generó una enorme cantidad de malabaristas, entrenadores de animales, payasos, equilibristas, etc, que podían pasar años y años, trabajando a sueldo de manera exclusiva, para perfeccionar un truco o un sketch. El circo soviético (sólo en Occidente se lo conoció como Circo de Moscú) llegó a tener 70 compañías que giraban por el mundo.
Algunas de esas compañías presentaron sus habilidades en el Luna Park durante muchos años, desde aquellos comienzos en los 60 hasta la llegada de la Perestroika, a comienzos de los 90. El Circo de Moscú era un visitante puntual como lo hacían en aquella época el Holiday on Ice y hasta los Harlem Globetrotters. De la relación que papá le quedó con Tito Lectoure, director del Luna Park, accedí a todos esos espectáculos gratuitamente.
El socio principal de DAEFA era Saulo Benavente, el más grande escenógrafo que tuvo el teatro argentino. Su hija, Saula, acaba de presentar su película Una vez, un circo, en donde cuenta la historia del que conocimos como el Circo de Moscú. El documental hace un trabajo de reconstrucción descomunal, recogiendo testimonios de ex miembros del Circo diseminados por todo el mundo, de Berlín a Moldavia, de Miami a Australia y mucho más. La historia que cuentan es fascinante y muy reveladora del contexto político internacional en que se desarrolló.
Con un material de archivo excelente, el documental muestra la repercusión que el Circo tuvo en la Argentina. Los exmiembros del elenco dan testimonio del clásico fervor del público argentino, que llenaba cada función del Luna Park y demostraba su cariño esperando a los artistas a la salida.
Las declaraciones muestran la tensión que se daba entre los miembros del Circo por su situación de privilegio, por un lado, y la falta de libertad que sentían bajo el régimen. El circo tenía sus responsables políticos y fuertes medidas de seguridad de manera de no permitir deserciones, que, sin embargo, se produjeron. Cuando Gorbachov —atormentado por el estancamiento económico de la Unión Soviética— propone la apertura, conocida como Perestroika, el derrumbe se hizo inevitable. El lugar de privilegio se fue con el régimen socialista y comenzó una diáspora que queda reflejada en la película. Según algunos testimonios, el origen del Cirque du Soleil es justamente el de algunos grandes artistas circenses soviéticos que quedaron boyando en el mundo con la caída del Muro. Comenzaba otra era, la del circo sin animales.
Un día, un circo permite alimentar la nostalgia de quienes fuimos niños en aquellos años, pero también conocer las experiencias personales de artistas que tuvieron un lugar muy particular, en donde se podía desarrollar las posibilidades personales, pero a un costo que terminó enterrando la experiencia socialista. Para mí, fue la oportunidad, además, de volver a encontrarme con papá.
Hace un par de años, cuando la película estaba en plena producción, entrevisté a Saula Benavente y charlamos sobre el Circo de Moscú y sobre la amistad de nuestros padres. Es una linda conversación:
No tenéis ni p*** idea (Max)
Ahora que, de la mano de su técnico español, Luis Enrique, el PSG llega por segundo año consecutivo a las semifinales de Champions League, se hace imperioso ver este documental consagrado al asturiano y a su relación con el club parisino. Luego de comenzar su carrera en el Gijón, Luis Enrique jugó en el Real Madrid, en Barcelona y en la selección española. Luego fue técnico de estos dos equipos hasta arribar al Paris St. Germain, un club que había fracasado con una política de acumular super estrellas (como Messi, Mbappé y Neimar) sin conseguir logros internacionales. El desafío del asturiano —que tuvo que gestionar la conflictiva salida de Mbappé— fue construir un equipo que funcione más allá de que alguno de sus integrantes sea especialmente rutilante. Todo parece indicar que lo está logrando, más allá de que para consagrarse en el torneo de clubes más importante del mundo faltan tres partidos que equivalen a tres tremendas batallas.
La miniserie de tres capítulos muestra a un personaje realmente especial. Enrique habla todo el tiempo, hace caras, tiene una gestualidad que lo podría haber convertido en un excelente comediante, es ocurrente y gracioso. Es un obsesivo del trabajo, pero sin la pátina trágica y agobiante de Bilardo. Una y otra vez dice que lo importante no es ganar siempre, algo naturalmente imposible, sino dejar la mejor imagen cuando se pierde. Tampoco es un lírico, como se retrata burlonamente a quienes buscan un mejor juego: su afán competitivo no tiene rivales y trabaja con seriedad y sin descanso.
Para el futbolero, el documental abre una ventana de valor: asomarse al mundo de la altísima competición internacional no tiene precio. El equipo que acompaña a Luis Enrique se encarga de todos los detalles: desde cómo lanza los tiros libres laterales un jugador del Borussia Dortmund (con todos los videos que lo demuestran) hasta los viajes y la cafetera de la oficina donde trabajan. Cada media hora le suena el reloj al técnico y todos tienen que detener lo que estaban haciendo y mover los músculos durante un par de minutos. Mientras tanto, Luis Enrique no para de hablar ni de hacer chistes y caras.
El título del documental es una respuesta a un periodista y resume un poco la idea: cuando uno habla de fútbol a este nivel, no tiene la más puta idea de lo que realmente pasa puertas adentro, solo puede comentar el juego con admiración o crítica, pero sin contar con una cantidad enorme de información. Luis Enrique dice que gustosamente renunciaría al 20 % de su salario con tal de que lo dispensen de las conferencias de prensa, pero que esa opción no está sobre la mesa.
El ámbito de trabajo es deslumbrante. Es París, es un club con una inyección de dinero catarí que hace parecer que todo es posible. El golpe del fracaso del equipo de las super estrellas los llevó a un lugar más razonable, de construcción paciente y con menos histeria. Tienen como contra desarrollarse en una liga inferior y una cultura futbolística histérica y violenta, las hinchadas menos pacientes y agradecidas de Europa.
Su entorno es de una normalidad abrumadora. Se casó hace casi treinta años con una mujer realmente encantadora, Elena, con la cual tuvo tres hijos y con la que vivió la peor de las situaciones, la muerte por un cáncer de huesos de su hija Xana a los nueve años. Luis Enrique asumió la tragedia con su espíritu positivo, reforzando los lazos familiares y creando una fundación que ayude a familias que estén pasando por el mismo trance.
Me cautivó esta especie de Bilardo desdramatizado, tan excéntrico como razonable, dueño de un sentido común que acompaña con ideas quijotescas y ambiciosas. No me queda más que hinchar en esta etapa final por el PSG, cosa que desde el destrato a Messi pensé que nunca sucedería.
Maxikiosco
Esta semana tuvimos mi Relación de ideas, consagrada a recordar, mediante una película vista en el Bafici, a Claude Lanzmann, creador de Shoah, y una de las personalidades más impactantes que conocí en mi vida.
Relación de ideas
Donde si no en el Bafici fue donde vi Je n’avais que le néant – “Shoah” par Lanzmann, el documental sobre Claude Lanzmann, el creador de Shoah, esa película monumental de nueve horas y media de duración en la que el director francés buscó llegar al corazón de la decisión más diabólica del siglo XX: la eliminación total de los judíos de Europa. Lanzmann …
Leer y Comer 107.9 (El Observador)
Luego de un percance de salud, volvimos a hacer nuestro programa en El Observador y le dedicamos la edición al vino, enrtevistando a Daniel Pi, uno de los enólogos más reconocidos del país.
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La mención al Circo de Moscú destrabó un recuerdo de mis 17 años, cuando el Circo de Moscú, en 1992 (ya sin Union Soviética) fue al Estadio Cubierto de Newell's. Mi papá, que trabajaba en el club, gestionó con el promotor del espectáculo que me pudiera ganar unos pesos cortando tickets en la entrada toda la semana. El plan era perfecto: ganaba plata sin demasiado esfuerzo y veía gratis el espectáculo.
El problema fue cuando en los tiempos muertos empecé a generar camaradería con los que estaban colaborando en el rubro mantenimiento, todos empleados puestos por el club y miembros de la barra brava. Ellos, a su vez, habían trabado una improbable amistad con un par de acróbatas rusos veteranos.
Un sábado a la tarde, lluvioso, después de la primera función, terminamos todos tomando porrones en el buffet del club. Creo que me excedí y tuve que abandonar mi puesto de cortatickets para la segunda función, lo que generó mi despido inmediato y la inevitable reprimenda de mi padre. También me dejó como saldo una relación de familiaridad amistosa con el Preso, jefe de mantenimiento durante la estadía del circo y de los paravalanchas de la tribuna durante los partidos. Gracias a esa amistad protectora (como en la fábula del león y el ratón), una vez me salvé de que me caguen a piñas en cancha de Independiente.