Compro y me regalan más libros de los que soy capaz de leer. Tengo novelas, libros de cuentos, antologías, libros de no ficción varios. Estoy en la misión de tratar de tener toda mi biblioteca leída. Es difícil, pero me permito la siguiente licencia para lograrlo. No todos los libros necesitan tener el mismo porcentaje de lectura para considerarse “leídos”. Por ejemplo, los de no ficción puedo leer o bien lo suficiente como para entender de qué van (leer la mitad de El universo elegante, de Brian Greene, sobre la teoría de cuerdas, es más que suficiente), o capítulos sueltos que funcionen por sí solos. Antologías, lo mismo. Con leer dos o tres cosas estoy satisfecho. Las novelas, lamentablemente, deben ser leídas por completo (excepto que sean muy malas, pero es raro que yo tenga un libro tan malo como para no terminarlo, la mayoría son regalos de gente que sabe regalar libros).
En la última FED compré cinco o seis libros de los cuales leí (entero) uno solo (El hechizo del verano, de Virginia Higa, que ya recomendó Gustavo en la Agenda hace unos meses). Otra compra de la FED, por recomendación de mi amigo Nicolás Turjanski, fue Bolaño por sí mismo, una colección de entrevistas a (suspenso) Roberto Bolaño. Ese es uno de esos libros que puedo leer cada tanto, sin presión, y considerarlo suficientemente leído como para ahuyentar la culpa de la ignorancia. En ese plan lo abrí hace unos días.
Bolaño era gracioso y brillante, como toda la gente buena de este mundo. Transcribo la primera pregunta del libro.
¿Tiene algún sentido el éxito que tanto buscan algunos escritores o que simplemente les llega a otros, si pensamos que grandes autores, como Lautréamont, incluso han rehuido el reconocimiento social?
Eso de que Lautréamont rehuyó el reconocimiento social es muy relativo. Si lo hubiese rehuido no habría publicado nada, y una de las pocas cosas que se sabe de él son los problemas que tuvo para imprimir Los cantos de Maldoror. Su segundo libro, inconcluso, las Poesías, no hace más que reforzar esta impresión.
Toda escritura, de alguna manera, es un acto social. Eso no quiere decir que el escritor, en el momento de escribir, piense en los lectores. Pero no hay que olvidar que, mientras uno escribe, al mismo tiempo lee. No hay que olvidar que el escritor (hablo del buen escritor, por supuesto) es su primer lector. Tampoco que un acto social es, por decirlo de alguna manera, un fenómeno complejo y diverso, en donde cabe desde una comida de caníbales hasta una recepción presidencial. Un acto social puede transformarse, sin ningún problema, en un atentado o en un velorio.
Esto de Bolaño me hizo pensar en algunos personajes que me crucé en mi vida académica como estudiante de cine. El estudiante de cine es un espécimen particular y sería injusto para el resto de las personas usarlo como parámetro de nada. (El aspirante a artista, en general, es el peor tipo de artista). El estudiante de cine desdeña el arte popular, exitoso. El ejemplo evidente es Hollywood, pero se extiende a la literatura. El desdén al éxito es, necesariamente, desdén al público. La idea de que uno hace arte únicamente para sí mismo es una trampa. No le creo a nadie que diga que no le importa que nadie lea o consuma su obra porque sino, como dice Bolaño, no la haría. Yo, que cursé semiología en el CBC, sé que un texto es un mensaje, y un mensaje necesita en igual parte de un emisor y de un receptor. No existe texto que no sea pensado para ser leído. Tampoco es que haya que hacer cosas pensando únicamente en el público o incluso en un público lo más amplio posible. Como siempre, hay un punto medio saludable que mezcla las dos cosas. Si uno escribe con honestidad, escribe para un tipo de lector particular, muy parecido a uno mismo. Lo dice Bolaño: el escritor es su primer lector. Escribimos para un lector ideal que se parece mucho a nosotros mismos pero, al final, es necesariamente otro.
Al leerte, a uno le da la impresión de que tu visión política está bastante lejos de ser una postura militante, pero que no por ello no es comprometida. ¿Crees que es un deber de los escritores pronunciarse explícitamente ante hechos contingentes?
El único deber de los escritores es escribir bien y, si puede ser, algo mejor que bien; intentar la excelencia. Después, como individuos, que hagan lo que quieran; a mí eso me importa poco. Que sean coleccionistas de latas de cerveza o aficionados al fútbol, perritos falderos de la primera dama o heroinómanos.
La idea de escribir para uno mismo, que incluye a un otro hipotético, y que la única obligación es la de escribir bien, me hace pensar en las recomendaciones y en Rick Rubin. En las recomendaciones, primero, porque escribir algo es como recomendarlo. La mejor recomendación no es la que se adecúa exactamente a nuestros gustos sino la que contagia el entusiasmo de quien lo recomienda. El mayor incentivo que puedo tener para ver algo que le gustó a un amigo es ver a mi amigo desbordado por la excitación de lo que acaba de ver y quiere que yo vea. “Quiero que veas esto porque a mí me encantó”. El incentivo es el gusto de mi amigo y la confianza en su gusto. Ahí me acuerdo de Rick Rubin.
Si uno viera a Rick Rubin en la calle podría pensar que es, o un vagabundo adicto al fentanilo, o un multimillonario creador de una app. No es ninguna de las dos (aunque seguramente sea millonario). Rick Rubin es un productor musical. Tiene la barba larga hasta el pecho, el pelo (lo que le queda) largo hasta la espalda, y suele ir por ahí descalzo. Es uno de los productores más importantes e influyentes desde los 90s hasta acá. Trabajó mucho con el hip hop, pero también con mucho rock alternativo y pop.
¿Qué hace un productor musical? Es difícil de explicar. Un productor musical es distinto a un productor en cualquier otro ámbito. Es quien ayuda a darle forma a la idea del músico. Supongamos que, cuando un músico compone una canción, lo que tiene es una idea platónica de la canción y la labor del productor es tratar de que el objeto se acerque lo más posible a esa idea.
Por ejemplo. Cada tanto aparece el demo de una canción que ya conocemos. El demo es como la versión cruda, antes de que haya sido cocinada, producida. Falta la mezcla, arreglos, efectos varios. Un sinfín de decisiones difíciles, sutiles, específicas, que hace que algo suene de una manera y no de otra.
Supongamos que estamos en California, en 1998, y somos amigos de los Red Hot Chili Peppers. Un día, vienen los tipos y nos muestran el último tema que escribieron. Se llama Scar Tissue. Lo que nos muestran es el demo de la canción y suena así.
(Dato de color: el demo es parte de las Teatro Sessions. “El Teatro”, así en español, es el estudio de Daniel Lanois, otro productor musical legendario. Teatro, de hecho, es también el nombre de un disco maravilloso de Willie Nelson, producido por Lanois).
El tema está bueno, pero ahora hay que producirlo. La banda va al estudio, le muestran el tema al productor y de a poco van tomando decisiones que nos llevan a la versión final.
Scar Tissue (y todo el disco Californication, y tantos más) lo produjo Rick Rubin. Los productores son casi como directores de cine, uno puede ir a buscar bandas o discos solo porque fueron producidos por ciertas personas. Que tal cosa haya sido producido por Daniel Lanois, por ejemplo, es un punto de venta.
Los productores, en general, son gente que sabe de música, con una formación más profesional, no solo intuitiva (aunque, lógicamente, siempre hay un fuerte grado de intuición). Son gente que toca instrumentos, que sabe operar las máquinas en el estudio, etcétera. Casi todos son así. Excepto Rick Rubin. Rubin dice que no sabe nada de música. Puede ser que esté exagerando, pero la manera en la que justifica su aporte en la sala de estudio es espectacular. El intercambio en una entrevista con Anderson Cooper es el siguiente.
- ¿Tocás instrumentos?
- Casi nada.
- ¿Sabés manejar una consola?
- No. No tengo ningún conocimiento técnico. Y no sé nada de música.
- (ríe) Pero algo tenés que saber.
- Sé lo que me gusta y lo que no me gusta. Y soy muy determinante acerca de qué me gusta y qué no.
- ¿Y para qué te pagan?
- La confianza que tengo en mi propio gusto y mi habilidad para expresar lo que siento ha demostrado ser útil para otros artistas.

Rubin confía plenamente en su gusto y empuja la obra a que se acerque a lo que le gusta a él. Una vez que la canción se convierte en lo que a él le gusta, él sabe que le va a gustar a más gente. La única obligación que tiene Rubin es la de producir música excelente para sí mismo. Pero no para que exista en un vacío, sino porque es la manera más confiable y segura de que, después, le guste a alguien más.
Final
Para ver más de Rick Rubin y también entender mejor qué hace un productor, les puedo recomendar la serie McCartney 3,2,1. Son seis capítulos en los que Paul y Rick Rubin se sientan al lado de una consola y van revisando cintas, grabaciones de la carrera de los Beatles, de Wings. Hay mucho detrás de escena de cómo se compusieron muchas de las grandes canciones de todos los tiempos. Producidas todas, por supuesto, por George Martin. La serie documental está en Disney+ y es espectacular. A mí, al menos, me encantó.
(Saluden a Gustavo, che, que hoy es el cumpleaños).
Si están satisfechos con nuestra tarea, piensen en colaborar con un poco de dinero mensual de manera de ir construyendo una base de seguidores pagos que nos permitan mantener y desarrollar este emprendimiento. Los valores pueden no significar mucho en sus economías mensuales pero para nosotros son un ladrillo más para construir el servicio que soñamos.
Vean si algunos de los valores de acá abajo les resultan accesibles, el aporte es mensual vía Mercado Pago (PayPal para el extranjero) y podés salir cuando quieras sin ninguna dificultad:
Y, como siempre, los que quieran colaborar desde el exterior, lo pueden hacer vía PayPal:
Muy lindo, gracias por darme esta lectura. Hace poco pensaba algo parecido respecto de las chucherías que publico aca; grosso modo les ha ido mejor a las que mas me gustan, cosa que me puso por demas de contento
Un feliz día Gustavo.
Me gusta mucho tu nota Francisco, a diferencia de vos y debido a mi temperamento levemente obsesivo leo los libros completos excepto los que no me atraen desde el principio, a esos los abandono para siempre y sin culpa.