Se termina el año, mis amigos. Este es el último Sabelotodo del 2024 y quién sabe qué nos deparará el futuro. Las cosas se terminan. Se terminan los años y también los proyectos, las amistades, los romances. La vida. Nada es para siempre. En algún momento, también, terminará este newsletter. Pero aún no. Aún queda tiempo para algo más.
Finales
¿Cómo se murieron los dinosaurios? Sabemos que cayó un asteroide y eso los mató a todos. ¿Pero sabemos exactamente cómo pasó eso? Bueno, yo sí sé. Eso vengo a contar. Todas las preguntas que hago en este espacio son retóricas.
Debo haber mencionado ya, en estas páginas, el podcast Radiolab. Radiolab era (es) un podcast de NPR, la radio pública de Estados Unidos. Supo ser un espacio de periodismo y narración sonora casi vanguardista. Con Radiolab pensé por primera vez que un podcast podía ser algo más que cuatro gordos haciéndose los graciosos alrededor de una mesa. (“Gordo” es unisex). Radiolab, en su mejor época, narraba con una libertad sonora emocionante. En sus episodios había capas, superposiciones de tiempos, texturas, música, atmósferas. Todo al servicio de un tema específico. El episodio que suelo recomendar para que se entienda qué era Radiolab es el capítulo sobre las traducciones.Es todo en inglés. Si lo pueden escuchar, no se lo pierdan. Eventualmente, Radiolab se fue volviendo un poco más un podcast de gordos hablando alrededor de una mesa y le perdí el rastro.
En Dinopocalypse, Jad Abumrad y Robert Krulwich (los conductores de Radiolab en ese entonces) reconstruyen el momento de la extinción como si fuera una escena del crimen. La historia del impacto del asteroide es genuinamente de terror.
Lo primero que tengo que confesar es que yo no sabía ni siquiera que había un cráter. Aparentemente, el cráter está (¡el cráter está! es una cosa de locos) en la península de Yucatán y se llama “cráter de Chicxulub”. No se lo ve, lógicamente, no es un círculo en el suelo. Una parte está bajo el mar y otra bajo tierra. Se estima que tiene doscientos kilómetros de diámetro y un kilómetro de profundidad. En una nota del New York Times está esta recreación:
El tamaño del cráter nos permite estimar, también, que el asteroide era más o menos del tamaño de Manhattan o del Monte Everest. Y, por algunos fósiles cerca del cráter, podemos saber que el impacto fue en junio o julio. Es ridículo saber esto, pero hay una explicación razonable. Descubrieron (“ellos”) que en rocas que datan de esa época hay dos tipos de polen: de flor de loto y de nenúfares. Y, aparentemente, estas dos flores no florecen al mismo tiempo. Entonces, si hay polen de las dos es porque el asteroide cayó entre sus temporadas. Junio o julio.
Entonces. Baptistina (así se llamó al asteroide), una roca gigante del tamaño del Monte Everest, se dirige a la Tierra a, más o menos, trescientos veinte mil kilómetros por hora. Impacta la Tierra y arma un cráter de doscientos kilómetros de diámetro. Yo entiendo, en mi pequeño y humilde cerebro homínido, que eso mate a todo lo que tiene cerca. Pero, ¿qué pasó en el resto del planeta? En Nueva Zelanda, por ejemplo, del otro lado del mundo. Para eso primero hay que entender la fuerza que tenía el asteroide.
Referencias: con dos toneladas de dinamita podemos tirar abajo un edificio. La bomba atómica en Hiroshima tenía la fuerza de quince mil toneladas de dinamita. Una bomba de hidrógeno tiene la potencia de un millón de toneladas de dinámita. Eso es una “megatonelada” (en serio). Nuestro amigo Baptistina tuvo la potencia de cien millones de megatoneladas. Cien millones de bombas de hidrógeno explotando al mismo tiempo en el mismo lugar. Así y todo, esto no es ni cerca la potencia que necesitaríamos para detonar todo el planeta. De hecho, los dinosaurios neozelandeses sentirían, a lo sumo, un pequeño temblor. ¿Qué los mata a esos, entonces? Es de terror, eh. Yo avisé.
El minuto a minuto es así. Baptistina baja a trescientos veinte mil kilómetros por hora e impacta en lo que hoy es la península de Yucatán. En la zona de impacto, la temperatura es de 20.000 Kelvin (19.726ºC). La temperatura del Sol, como referencia, es de 5.000 Kelvin (4726ºC). El asteroide no rebota contra la Tierra sino que la atraviesa, se va hundiendo en ella. Y está tan caliente que todo lo que toca, toda la roca, se vuelve primero líquido y después gas. Y, además, viene tan rápido, que todo ese gas sale disparado hacia arriba, hacia la atmósfera. A medida que el gas sube a la atmósfera se va enfriando, lógicamente, y al enfriarse se cristaliza. El gas se convierte en una especie de nube de vidrio. Una nube de millones de bolitas de vidrio del tamaño de granos de arena. Durante un momento quedan suspendidas en el aire, pero rápidamente, por el tirón gravitacional de la Tierra, tienen que bajar de vuelta. El 90% de esas bolitas de vidrio vuelve y ahí es cuando el evento se convierte en un fenómeno global. Las bolas de vidrio vuelven en un arco, por así decirlo, y se van por todas las direcciones, rodeando a la Tierra por completo. En su regreso se vuelven a calentar y se incineran. Las bolas de vidrio depositan ese calor en el aire, subiendo la temperatura. Durante un momento, brevísimo, el cielo desde la Tierra debe haber sido hermoso. Millones de puntitos luminosos en el cielo, como una lluvia de asteroides en todo el planeta. Dura muy poco. El calor es tan grande que el cielo se vuelve completamente rojo. El calor que baja es de 10 KW por metro cuadrado, el equivalente a estar adentro de un horno pizzero, pero en todos lados. La temperatura es tan alta que hierve la sangre dentro del cuerpo. No hay nada en el mundo que pueda salvarse y toda la vida en la Tierra muere incinerada. No por el impacto en sí, sino porque la Tierra se convierte en un verdadero infierno.
Todo este proceso, desde el impacto del asteroide hasta el final de la vida en la Tierra, debe haber tomado no más de tres horas.
Final
Me tomé licencias dramáticas. No se murió “toda la vida en la Tierra”. Se habrá muerto el 75% de las cosas (no es poco). Tampoco es un hecho que esto haya sucedido exactamente así. Hay indicios, pero al final es todo conjetura. A lo mejor no pasó en junio, sino en septiembre. “Junio” y “septiembre” son inventos.
No tengo nada más para decir. No se puede inventar una reflexión de cualquier cosa. Podría pensar algo sobre lo efímero, o preguntarme cuál hubiera sido el camino evolutivo de nuestro planeta si no hubiera caído aquel asteroide. Pensar que, de un momento a otro, el mundo cambió. Que nuestra existencia depende de un evento cósmico tan inmensamente caótico y arbitrario. “Baptistina”. Pero no me pregunto nada de eso. Las cosas, como los dinosaurios, como la primavera, como este Sabelotodo, a veces terminan y ya. Hasta el año que viene.
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Las cosas a veces terminan y ya, al menos esa certeza en la vida.
Lo fatal... "Pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente"... Ojalá que los dinosaurios no hayan sido conscientes del final próximo y que, como vos decís, hayan contemplado extrañados ese cielo con millones de puntitos incandescentes... Buen fin de año y mejor comienzo. Siempre tendremos la esperanza, Francisco. Cariños a tus progenitores.