Sabelotodo sale martes de por medio, lo cual me da a mí, su autor, casi dos semanas enteras de tiempo entre una entrega y la siguiente. Confieso, mi querido lector, que la mayoría de las veces no hago nada hasta el lunes inmediatamente anterior a la fecha de entrega. Desgraciadamente es la manera de trabajar a la que me he acostumbrado después de muchos años de vida. Es una vida intrépida, llena de vértigo y ansiedad, pero no puedo hacer nada al respecto, es parte de mi naturaleza y los seres vivos no podemos evitar nuestra naturaleza. Es como esa fábula del escorpión y la rana: un escorpión quiere cruzar un río y le pide ayuda a una rana. La rana, primero, se niega a ayudarlo. “¿Cómo sé que no me vas a picar?”. El escorpión responde lógicamente: “¿por qué habría de picarte? Si lo hago, me ahogo en el río y yo también me muero”. La rana acepta la respuesta, el escorpión se sube arriba suyo y empiezan a cruzar. A mitad de camino, el escorpión pica a la rana. Antes de morir, la rana le pregunta por qué la picó, sabiendo que morirían los dos. El escorpión responde “no pude evitarlo, es mi naturaleza”. Bueno, yo soy un escorpión. Soy irresponsable, traicionero y no puedo evitar mi propia naturaleza.
La fábula del escorpión y la rana la cuenta el señor Arkadin en la película Mr. Arkadin (también conocida como Confidential Report y, creo, Raíces en el fango en Argentina, según IMDB), dirigida en 1955 por Orson Welles. Mientras pensaba sobre qué escribir para hoy (hace apenas algunas horas) decidí que era hora de compartir con ustedes mi amor por Orson o, como le decimos los amigos cercanos, El Gordo. Fue después de decidir el tema de esta entrega que me llegó un mensaje de Federico Penelas contándome, a cuento de nada, que hoy (6 de mayo) era el cumpleaños número 109 de Orson. Lo consideré una señal del universo.
Welles
Durante su vida, Welles completó apenas doce largometrajes entre 1941 y 1973:
El ciudadano (1941), Los magníficos Ambersons (1942), El extraño (1946), La dama de Shanghai (1947), Macbeth (1948), Othello (1951), Mr. Arkadin (1955), Sed de mal (1958), El proceso (1962), Campanadas de medianoche (1966), Una historia inmortal (1968) y F de Falso (1973).
Además de esos, hay varios proyectos sin terminar de los cuales se conservan fragmentos (o nada, directamente) y dos que se terminaron póstumamente: Don Quijote, en 1992 (que no la vi porque no parece ser muy fiel a la idea original de Welles) y Al otro lado del viento, que estaba prácticamente filmada por completo pero sin editar. Al otro lado del viento salió en el 2018 en Netflix, completada por Peter Bogdanovich a partir de un cuaderno lleno de anotaciones e instrucciones del propio Orson sobre cómo editar la película. Esta sí la vi.
A pesar del título de este newsletter, yo no soy un experto en nada. Aún así, Orson es el único director del que conozco toda su filmografía. No soy un experto y no me considero capaz de hacerle justicia a Welles como cineasta en este espacio (o en ningún espacio). Sí puedo decir que todas sus películas, incluso las fallidas (las hay) son especiales.
Por supuesto, primero que todo vino El ciudadano, que Welles hizo con apenas 26 años, en su debut absoluto como director de cine. Tuvo nueve nominaciones al Oscar, incluyendo una victoria en Mejor Guión Original (al respecto pueden ver Mank, de David Fincher, si tienen ganas de ver una película mucho peor) y fue, también, una especie de condena, un parámetro a partir del cual se juzgaría toda su obra por el resto de su vida.
La mayoría de sus películas post Kane tuvieron problemas de producción. De la mayoría, incluso, (y por no decir de todas) existe más de una versión. En general hay dos: la versión que Welles quería hacer y la versión de los productores (que era, en general, la que se estrenaba en salas). En algunos casos se consiguen ambas (o varias más, como el caso de Mr. Arkadin, de la que existieron ¡siete! versiones).
No todas esas intervenciones eran necesariamente malas. Me acuerdo especialmente de Los magníficos Ambersons. Welles perdió el derecho a editar la película (no sería la primera vez) y el estudio sacó una hora entera de metraje, además de cambiar el final por uno, supuestamente, más feliz que el que Welles quería. Yo vi esa versión y considero que ese final es conmovedor y maravilloso.
En cambio, La dama de Shanghai es una película realmente atropellada por sus productores. En este caso, el pobre Welles la había terminado a tiempo y según el presupuesto acordado, pero la productora lo obligó a filmar más y pasarse de presupuesto. Después de eso, le re-editaron toda la película y dejaron un moco extrañísimo. Dos tercios de la película son desconcertantes y realmente malos. En el tercer acto, sin embargo, sucede la famosa secuencia en el salón de los espejos. El clímax de la película es una persecución dentro de esos laberintos de espejos que hay en las ferias americanas. Es una secuencia extraordinaria, visualmente impactante, llena de tensión y de un virtuosismo narrativo notable. Dura apenas tres minutos y alcanza para justificar toda la película. Pero lo más terrible y llamativo es que en la versión original de Welles esa secuencia duraba ¡veinte minutos!. Hubiera sido maravilloso. En este caso, parece que todo ese material descartado fue destruido. El mundo, a veces, es terrible.
Orson
Orson siempre fue una figura pública. Tenía un carisma extraordinario, además de una presencia física imponente. (Mucho más a medida que envejecía y engordaba).
Disfrutar a Orson como persona es tan sencillo como poner su nombre en YouTube y elegir un video al azar. Sus apariciones en The Dick Cavett Show (como casi todas las entrevistas que hacía Dick Cavett) son especialmente divertidas.
También hay una buena cantidad de comerciales, entre los cuales hay uno para un champagne californiano en el que Orson estaba tan borracho que no podía decir sus líneas.
Lamentablemente hay un trasfondo triste en todas estas apariciones públicas. La vida de Orson fue como la de un personaje de una de sus películas. A medida que pasaban los años se le volvió cada vez más difícil conseguir financiamiento para sus proyectos. Se vio obligado a aceptar cualquier invitación y oferta de trabajo que le daban y es así como apareció tanto en programas de entrevistas y comerciales. Para nosotros es un placer, escucharlo hablar siempre es privilegio (era, por supuesto, una persona brillante, interesante y graciosa) pero la realidad es que lo hacía por la plata, para tratar de conseguir todo lo posible para poder hacer sus películas.
Escorpiones y ranas
Es evidente que a Orson le interesaban personajes conflictuados, viejos (casi siempre actuó de personajes más viejos de lo que él era, empezando en la misma Citizen Kane) y, fundamentalmente, trágicos. Personajes que caen en una desgracia inevitable producto de su propia naturaleza. Lo dice el propio Bogdanovich en el libro Ciudadano Welles: conversaciones con Peter Bogdanovich.
Orson relata de modo tan notable en su Mr. Arkadin; una metáfora sobre la incapacidad basica del ser humano de alterar su verdadera naturaleza o de escapar al destino al que le conduce su propia personalidad. (…)
Esa «antigua fábula árabe» que Orson proclamaba haber oído en cierta ocasión y que incorporó a su película es la expresión de lo que tal vez es su lema más básico, la comprensión de que la mayor parte de la gente en la vida, como el propio Orson, son al mismo tiempo escorpión y rana, víctimas de la naturaleza y del destino de los demás tanto como de los suyos propios. En sus películas, Welles introduce escorpiones brillantemente encarnados y tan distintos entre sí como Charlie Kane y Harry Lime, ranas tan poco semejantes como Otelo y Falstaff, escorpiones/ranas como el policía en Sed de mal, sobre el cual la gitana dice, después de su muerte: «Era un tipo de hombre auténtico. ¿Qué importa lo que digas de la gente?».
En Orson convivían la rana y el escorpión. Era en igual medida humilde y creído, autoconsciente y testarudo, cariñoso y feroz. Todos los testimonios sobre él sugieren que detrás de su imponente presencia se escondía una persona llena de inseguridades y miedos, además de un cariño infinito por sus afectos.
Me acuerdo que el propio Bogdanovich en una charla que dio en el 2016 durante el BAFICI contó la siguiente anécdota. Él, que entonces era un joven aspirante a cineasta, estaba hablando con, creo, John Ford (puede haber sido otro, pero no importa). Ford le dijo que uno puede planificar todo, pulir el guión y preparar cada plano cuidadosamente, pero siempre las mejores cosas de una película son las que suceden espontáneamente en el set, por fuera del control de uno. Sorprendido por esta revelación, Bogdanovich fue a visitar a Welles durante el rodaje de una de sus películas. El equipo de filmación estaba agotado y muerto de hambre, pero Welles, duro y autoritario, se negaba a frenar para comer. Finalmente, el equipo dijo que si no comían no trabajaban más. Welles aceptó parar a las puteadas y se fue con Bogdanovich a una oficina cerrada. Ahí, Welles sacó un paquete de papas fritas y se puso una cantidad insensata en la boca. “Me moría de hambre”, le confesó a su amigo. Entonces Bogdanovich le contó sobre la frase de Ford y Welles, que siempre buscaba el control absoluto sobre sus películas y tenía todo detallado por escrito de manera obsesiva, le dijo, con la boca completamente atiborrada de papas, que sí, que era exactamente así.
La última película de Welles fue F for fake, un documental/ensayo sobre el arte, sobre narrar, sobre qué es verdad, qué es auténtico y qué es falso. Una película increíblemente moderna, canchera y a la que se le ha copiado de todo y se le seguirá copiando de todo, con justicia, por el resto de la historia.
Dicho esto, la última ficción (terminada en vida) de Orson fue Una historia inmortal. Una película muy modesta, de apenas una hora, que parece más una fábula filmada que una película hecha y derecha. No está en el panteón de las grandes películas de Orson Welles, menos del cine en general, pero para mí sintetiza en una hora todo lo que él trató de contar en todas sus películas. Orson es Mr. Clay, un comerciante anciano en el tramo final de una vida a todas luces intrascendente, concentrada puramente en lo material. Clay se obsesiona con una historia que escucha una noche, una profecía sobre un viejo comerciante y dos amantes que él se obstina en volver realidad.
Final
Orson fue un alma vieja desde su juventud, siempre más a gusto interpretando personajes viejos. Personajes solitarios, trágicos y obsesionados con los relatos de sus propias vidas. Grandes hombres que cayeron en la desgracia por vicios propios y ajenos en igual medida. Kane, Arkadin, Falstaff, Mr Clay y él mismo.
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