A mí me gusta saber cómo funcionan las cosas. Entiendo que muchas veces está mal visto, que saber cómo funciona el truco le quita su magia. Yo creo que es al revés con casi todo, excepto, justamente, con la magia. Los trucos de magia hay que dejarlos en el reino del misterio. Todo lo demás hay que despedazarlo y hacerle una autopsia. Saber por qué las cosas funcionan es la única manera de hacer cosas mejores. El humor es una de esas cosas.
Obviamente, no me refiero a explicar un chiste que nadie entendió. Me refiero a tratar de entender por qué las cosas graciosas son graciosas. Probablemente no exista una respuesta concreta y final acerca de qué es lo que hace a la gente reír, pero sí creo, como dijo Jerry Lewis, que la premisa para cualquier chiste es un hombre en apuros.
I do not know that I have a carefully thought-out theory on exactly what makes people laugh, but the premise of all comedy is a man in trouble.
La frase le da el título al libro de Alan S. Dale sobre el cine slapstick (Comedy is a man in trouble: Slapstick in American Movies). La frase es buena, es linda, es armónica. Explica el humor desde un lugar estructural: habla de premisa y concepto. Falta la segunda parte: no sabemos por qué un hombre en apuros es gracioso. Alan Dale, el autor, aventura una respuesta, pero vamos de a partes.
Según Maurice Wilson Disher (¡no sé quién es!) hay solamente seis tipos de chistes: caídas, golpes, sorpresas, picardía, mimetismo y estupidez. El slapstick probablemente tenga un poco de todo (y habría que discutir si algunas no están incluidas en las otras), pero en su esencia sólo necesita dos: la caída y su contraparte, el golpe. (El “slapstick”, de hecho, no es nada más ni nada menos que un palo con el que los payasos se pegaban entre ellos en el circo.)
El cine slapstick es, entonces, el cine donde el gag reside principalmente en un ataque físico sobre la dignidad del héroe. Esa pérdida de dignidad, dice Dale, también puede hacernos empatizar con la víctima.
La intransigencia de los objetos inanimados
Según la crítica Dilys Powell, “uno se ríe porque el comportamiento de los personajes es un reflejo intensificado de tres impulsos y emociones universales: desconcierto, determinación y exasperación.” Desconcierto y exasperación es lo que el héroe del slapstick siente cuando se enfrenta a lo que Frank Capra (el director de grandes películas como ¡Qué bello es vivir! -la mejor película de todos los tiempos) llama la intransigencia de los objetos inanimados.
Los gags físicos dependen de la ruptura en el vínculo esperado entre el esfuerzo físico y el resultado. O sea, en que el esfuerzo físico salga mal, de cualquier manera. El slapstick es una respuesta fundamental y universal al hecho de que la vida es esencialmente física. De los dos componentes de nuestra existencia, cuerpo y alma, solo tenemos prueba empírica del primero. La exasperación que nos provoca cuando el cuerpo no responde precisamente a los designios de nuestra mente es el núcleo de la gracia del slapstick. Nos reímos porque nos identificamos con ese conflicto, así como nos reímos de nuestras propias desgracias cuando, por ejemplo, nos caemos en la calle. A veces no nos reímos en el momento, pero casi siempre recordamos los papelones con risa. La gracia del slapstick es una especie de resignación cósmica a una verdad inalterable del universo (!). Quizás por todo esto es que tampoco hace falta que el golpe o la caída sea inesperado, y por eso nos podemos reír mirando de nuevo la misma película.
(Siguiendo esta lectura un poco extrema y, quizás, sobreanalizada, del slapstick, Alan Dale divide la relación del hombre con su cuerpo en tres grandes corrientes: El cristianismo busca el triunfo final del espíritu sobre la carne, los griegos buscaban la perfección física como una manera de trascender el tiempo físico en la tierra, y el slapstick busca una aceptación temporal de la fisicidad del cuerpo como una exageración catártica de sus propias limitaciones. Bueno.)
Cine
Los grandes cómicos del principio del siglo XIX fueron los dueños del cine mudo. Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd, entre otros, son los grandes próceres del humor slapstick. Casi todos ellos desarrollaron su profesión antes del cine, formando parte de circos o teatros itinerantes. Tenían que actuar la misma rutina varias veces por día en vivo. Esto los hacía perfeccionar la técnica y desarrollar la capacidad de ajustar o cambiar la rutina según el público de cada momento. Con práctica y repetición se fueron convirtiendo en expertos. Cuando llegó la hora de hacer cine, todos ellos fueron auténticos autores y la obra era el gag. Muchas veces pensaban los gags sueltos y después inventaban una historia que los enlace de alguna manera, sin demasiada exigencia de verosímil. Lo importante era que el personaje, que estaba en la estación de tren, de alguna manera llegara en la escena siguiente a la estación de bomberos. El porqué no era tan importante.
El cine slapstick no murió con ellos, sino que fue teniendo distintos exponentes a lo largo de los años. Los tres chiflados, Jerry Lewis, Jim Carrey. Alan Dale también habilita el verbal slapstick, que no es físico sino verbal, y cuyo máximo exponente, Preston Sturges, define como todas las cosas ingeniosas que te gustaría haber dicho en una conversación pero que no se te ocurrieron a tiempo. El verbal slapstick tiene una especie de componente físico en cómo usa el diálogo. La velocidad y la fuerza de las palabras funcionan como golpes. Los silencios serían caídas.
Chaplin
Algo que me divierte del libro de Alan Dale es su notoria frustración con Chaplin. El problema que tiene con Chaplin, y con la academia que lo celebra como una especie de autor superior, es que traiciona la esencia del slapstick introduciendo elementos dramáticos en sus películas (por ejemplo, Luces de la ciudad). Cosas que, supuestamente, “elevan” el género. Para Dale, el slapstick es artísticamente entero, no necesita nada más que el gag. Puede parecer un género repetitivo, pero para él eso es algo bueno: da la misma satisfacción que da ver a alguien manejar maquinaria difícil e intrincada, como un capítulo de Tom y Jerry. Si bien es cierto que Dale piensa el slapstick en términos Grandes e Importantes, en términos de Cuerpo y Alma, es siempre para buscar el porqué de la risa. Son cosas que operan por fuera de la película. La película no es buena “porque evidencia la lucha constante entre cuerpo y alma”. Para Dale, la película es buena porque es graciosa. Suena como un parámetro bastante sólido para medir las cosas. A mí me gusta Chaplin, igual, y me gusta mucho Luces de la ciudad.
Final
A veces, cuando uno habla de ciertas cosas, empiezan a aparecer términos malditos como subjetividad y objetividad. Los gustos son subjetivos, las cosas que dan risa son subjetivas y la objetividad no existe. Me permito decir que eso no es del todo cierto. Hay cosas, incluso en el humor y el arte, que son objetivas. No quiere decir que haya cosas que le tengan que gustar a todos, pero sin dudas hay chistes que son objetivamente más graciosos que otros. El humor es cosa seria: los grandes cómicos, como cualquier artista y cualquier profesional, perfeccionan su obra con muchísimo trabajo. Piensan los gags, los prueban, ven la respuesta del público, los ajustan o los cambian completamente, los prueban de nuevo.
Por ejemplo, Chuck Jones, el legendario animador de Warner y creador de los Looney Tunes (slapstick animado) contaba que, cuando animaba la caída del Coyote al vacío, la cantidad de cuadros que pasaban entre que el Coyote desaparecía de la vista del espectador y la nube de polvo que se levantaba con su eventual caída determinaban si el gag era gracioso o no. Si duraba un cuadro más o un cuadro menos, dejaba de dar risa. Eso era objetivo.
Voy a hablar de fútbol.
En el 2022 Boca salió campeón del fútbol argentino después de que Racing no lograra ganarle al peor River de Gallardo, de local y con un penal a favor con el partido empatado. Ese Boca, dirigido por Hugo Ibarra, jugaba horrible y, sin embargo, ganó el campeonato. Ese Racing, dirigido por Fernando Gago, jugaba casi siempre muy bien. En ESPN, el Chavo Fucks insistía con que el debate acerca de cuál era el mejor equipo del año tenía dos vetas: la objetiva (Boca efectivamente ganó el torneo) y la subjetiva (cuál jugaba mejor). El Chavo, haciendo alarde de su honestidad intelectual, decía que para él jugaba mejor Racing, pero eso era subjetivo y lo importante era lo otro. El Chavo estaba equivocado. Nadie en su sano juicio que hubiera visto más de tres partidos de cada equipo podía pensar con total honestidad que ese Boca jugaba mejor que ese Racing. Racing jugaba objetivamente mejor que Boca. No es ni siquiera una discusión sobre estilos, es un hecho rígido del universo.
Bueno, con los chistes pasa lo mismo. Nos vemos la próxima.
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