En la secundaria estudié latín. Bajo protesta, pero lo hice. Durante esos cinco largos años me mantuve fiel a mis convicciones y sostuve, inflexible, que estudiar latín no servía para nada y era una pérdida de tiempo. De mi lado del ring contaba con el apoyo de mi padre, el dueño de este espacio. Del otro lado, y como para repasar los traumas del divorcio, estaba mi madre. Seré muchas cosas, pero no soy boludo, y jamás osé decirle a mi madre “papá coincide conmigo” en ninguna discusión.
El principal argumento a favor del latín era que facilitaba estudiar otros idiomas. En el improbable caso en el que se me ocurriera estudiar, por ejemplo, alemán (una lengua que ni siquiera viene del latín) me resultaría más fácil porque, como el latín, el alemán tiene declinaciones. De más está decir que, a mis inminentes treinta años de vida, no estudié ni estuve cerca de estudiar alemán. (Por otro lado, aprender un idioma para aprender otro idioma suena innecesariamente burocrático.)
Hubris
Confieso, sin embargo, que estudiar latín me dejó algunas enseñanzas que aprecio. Una de ellas es el concepto de hubris. Hoy en día se traduce hubris como arrogancia, pero esa es una traducción insuficiente. El hubris es, en verdad, un desafío a los dioses. Es arrogancia, sí, pero de un nivel superior, mucho más grave. Es el hombre poniéndose a sí mismo por encima de los designios divinos.
Soy ateo, nacido y criado, y en mi adolescencia llevé sobre mis hombros, orgulloso, el estandarte de un ateísmo rígido y fervoroso. En mi adultez me mantengo ateo, pero admito haber desarrollado algunas preguntas. No llega a ser una crisis de fe, pero acaso solo por definición. Lo cierto es que algunos elementos de las religiones me parecen cada vez más atractivos. Los textos religiosos suelen tener una potencia literaria espectacular. Si uno despojara todos esos textos de cualquier pretensión de verdad que pudieran tener y los leyera “solo” como obras literarias adquirirían, paradójicamente, un nuevo valor de verdad, quizás una verdad superior, más… bueno, verdadera.
El propio concepto de hubris, por ejemplo. Cuando dije que hubris era “desafiar a los dioses”, no me refería a una expresión, sino a un desafío literal. Era pararse frente a Zeus y decirle “estás equivocado con este tema y papá coincide conmigo”.
Hoy en día los dioses han muerto todos, pero aún así siguen habiendo actos de arrogancia para los cuales la mera arrogancia es insuficiente. Los dioses no existirán en el monte Olimpo, pero eso no nos exime de cometer verdaderos actos de hubris. Una arrogancia tal que solo puede ser seguida por algún tipo de castigo divino, cósmico, astrológico.
No es lo mismo que algo esté mal a que sea un pecado, crea uno en Dios o no. Hay cosas que están mal y cosas que son malvadas. Y eso, que también está más cerca de la religión que de cualquier otra cosa, es verdad.
Master of none
Tuve, hace no mucho, la realización absoluta de que saber cosas es un fin en sí mismo. Saber cosas es inherentemente mejor que no saberlas. Porque sí, pero también porque completa de a poco una imagen más precisa del mundo. El único motivo legítimo por el cual se tiene que estudiar cualquier cosa en las escuelas es porque está bueno estudiarlas, no porque sean más “útiles”. ¿Quién sabe lo que será útil?
Mal que le pese al Francisco adolescente, pendenciero y camorrero (dos palabras que significan lo mismo, pero que quedan bien juntas), el único motivo por el cual valía la pena estudiar latín es porque haber estudiado latín es mejor que no haberlo hecho. Y quién sabe, quizás en un par de años empiece a estudiar alemán.
En mi vida adulta me encuentro con una variedad de intereses tan amplia que atenta directamente contra la profundización de cualquiera de ellos. Mi objetivo final en la vida, ahora me doy cuenta, es acumular un conocimiento aproximado sobre la mayoría de las cosas. Hay una expresión en inglés para alguien así, “Jack of all trades, master of none”. En castellano tenemos “quien mucho abarca, poco aprieta”, una expresión considerablemente más fea, pero la idea es más o menos la misma. Ninguna de las dos me sirve como título para este espacio. Hay otro tipo de persona, una persona un poco insufrible, que se cree que las sabe todas. El sabelotodo. Me asumiré como tal, pero desde un lugar de humildad. Voy a tratar, cada dos semanas, de compartir con ustedes algo que haya aprendido, del tema que sea, porque la mejor forma de cementar el conocimiento es repitiéndolo. Bienvenidos.
Final
Querer saber todas las cosas es, efectivamente, hubris. Ofrezco las disculpas del caso a los dioses.
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fe de erratas:
como también nos señaló amablemente nuestra amiga Paula Pico, “hubris” viene del griego, no del latín.
en mi defensa, dos puntos:
- en primer año la materia era “Latín y griego antiguo”, después pasó a ser solamente latín.
- dije que estudié latín, pero me la llevé a marzo tres de los cinco años, nunca dije que era bueno en la materia.
gracias a todos por leer,
el autor.
Muy bueno y divertido. Se notan los genes (por lo menos de Gustavo, ya que a tu madre no la conozco). Promisorio. Gran abrazo a ambos.