La sucesión de catástrofes para el perokirchnerismo en las últimas semanas fue tan grande que unas noticias fueron tapando otras y algunos de los escándalos quedaron en sordina, ignorados por la turba anhelante de sangre que encontró placer inmediato en los padecimientos de Alberto. El miembro de H.I.J.O.S. que mató a la madre y que previamente a ser detenido recorrió los medios kirchneristas denunciando a patotas paragubernamentales relacionadas con Milei daba para una película pero apenas llamó la atención. Otro ejemplo notable, en el que me quiero detener, es la condena —la tercera desde que fue funcionario— de Guillermo Moreno, en este caso, por la intervención al INDEC, a tres años de prisión condicional y a seis años de inhabilitación especial para ejercer cargos públicos, como autor del delito de “abuso de autoridad en concurso ideal con el de destrucción e inutilización de registros públicos”.
Es la tercera condena que recibe Moreno. En octubre del 2017 fue condenado a dos años y seis meses de prisión y a la inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos por el delito de peculado por haber utilizado fondos públicos para comprar merchandising con la leyenda “Clarín Miente”. Y en julio del 2022 fue condenado a dos años de prisión en suspenso y a seis meses de inhabilitación para ejercer cargos públicos por el delito de amenazas coactivas por el caso de “¿Casco o guantes?” que ofreció en una asamblea de 2010 de la empresa Papel Prensa. En las tres condenas, todas apeladas y esperando su sanción definitiva, se lo inhabilita para ejercer cargos públicos, por seis meses, seis años o de manera perpetua. Tres jueces distintos en tres episodios separados consideraron que no era una persona a la cual se le podía dejar el manejo de la cosa pública así no más. Es increíble que, de hecho, no solo haya sido funcionario alguna vez una persona tan inadaptada para el servicio público, sino que, durante los gobiernos de Néstor Kirchner y la primera presidencia de CFK, fue de los más importantes e influyentes.
Como el chanta descomunal que Moreno es, salió a sobreactuar un festejo porque el último fallo, el relacionado con INDEC, fue condenatorio por abuso de autoridad y por destrucción de registros públicos pero no por falsedad ideológica, como había pedido la fiscalía. Según él, eso significa que la justicia estaba avalando las estadísticas que su gente falseó, como lo sabe absolutamente todo el mundo que haya prestado un mínimo de atención. Según Moreno, "lo que está diciendo la justicia es que las estadísticas de la década ganada, a partir de este momento, son las estadísticas de la década ganada y se terminó el debate”. El debate no terminó porque no existe: el consenso público, político y académico sobre la alteración de estadísticas en Argentina en el período 2007-2015 es total. Nadie usa esos números y hay fallos internacionales que le hicieron perder una enorme cantidad de dinero al país por esa decisión prepotente y enloquecida de pretender engañar a la población modificando las estadísticas públicas. El 4 de septiembre se publicarán los fundamentos del fallo y, seguramente, se verá que la discusión es si se puede considerar al índice de inflación calculado por el INDEC un documento público o no, pero no hay dudas para nadie que no sea un enfermo ideologizado que desde enero de 2007 hasta diciembre de 2015 las estadísticas públicas fueron alteradas maliciosamente.
En el desbande generalizado que está sufriendo el kirchnerismo, algunos jóvenes que todavía sienten algo de excitación al sentirse peronistas se aferraron a Guillermo Moreno como Rose y Jack a una puerta flotando mientras el Titanic se hundía. Se suponía que Moreno tenía ADN peronista, era viril, guapo, desafiante, sus causas judiciales no incluían todavía sospechas de corrupción y se moría de ganas de volver a ser el centro de la atención. Lo entrevistó Pedro Rosemblat, lo entrevistó Tomás Rebord, —básicamente, dos ignorantes— y empezó a girar por los programas más marginales de la televisión marginal, como Crónica y A24. Sin embargo, su viabilidad política había sido testeada hace muy poco, menos de un año, en las PASO del año pasado. Moreno se presentó y no pasó el primer filtro, el requerimiento de sacar el 1.5 % de los votos para pasar a las generales. El conglomerado que llevó apenas sumó 0,79 %, casi la mitad de lo necesario. Ahora, lo llamativo no fue eso, sino la “interna” que presentó a las PASO.
Efectivamente, Moreno no fue el único candidato de “Principios y Valores”, su partido. Tuvo que “vencer” a otros cuatro candidatos. No tuvo demasiados problemas, sacó dentro de su partido, el 97,47 % de los votos. A los otros cuatro candidatos no los conoce nadie, no se conoció campaña ni en qué estaban en desacuerdo como para tener que ir a un enfrentamiento. Son candidatos difíciles de buscar en Google, un par de los cuales no llegaron a sacar 300 votos a nivel nacional. Carina Bartolini (gran apellido), de Carmen de Patagones, una de la candidatas a presidente con 206 votos, dice que es modista y que “fui de precandidata a Presidente como invitada, porque necesitaban hacer una alianza para ayudar a Guillermo Moreno, me sumé porque al igual que él soy peronista”. ¿Cómo se explica esto? Habría que investigar el tema de la impresión de boletas, que está a cargo del Estado y que se multiplica cuando una organización presenta varios candidatos. El Estado paga las boletas que el partido imprime pero es deficitario en el control que ejerce.
En estos días en los cuales el feminismo identificado con los kirchneristas ha quedado más magullado, recordé el hecho de que Moreno siempre ha sido especialmente prepotente con las mujeres. Y que su participación en el desastre del INDEC, por el cual acaba de ser condenado, afectó especialmente a mujeres de cierta edad. Sus objetos de acoso y violencia psicológica fueron mayormente señoras de sesenta años y más, profesionales sin actividad política, poseedoras de un saber y un orgullo profesional muy especial. Lo sé porque las conocí, fueron mis compañeras de trabajo, mis testimoniantes para el libro que escribí, y en más de un caso, mis amigas. Les dediqué un capítulo de mil libro, uno de los últimos, como homenaje, y ahora lo quiero compartir con ustedes. Lo llamé: “Las nenas”.
Las nenas
Para la preparación de este libro me entrevisté con una gran cantidad de personas que tenían distintos grados de vinculación con el INDEC. Muchas eran o habían sido destacados profesionales del Instituto, pero también me encontré con empleados sin calificación técnica, usuarios externos de sus estadísticas o meros proveedores de otros productos. Más allá de esa heterogeneidad, se puede distinguir en el grupo de gente que colaboró con este trabajo a algunas personas con ciertas características comunes. Se trata, en muchos casos, de mujeres de alrededor de sesenta años o más, con varias décadas en el Instituto (las más experimentadas habían ingresado en 1970), la mayoría de ellas profesionales, aunque alguna otra —sin las mismas calificaciones— sólo hubiera trabajado de secretaria. Había entre ellas ex directoras nacionales, directoras de nivel medio, encargadas de encuestas y categorías menores. A varias de ellas las conocía personalmente, a otras las conocía sólo de vista: las había cruzado cotidianamente en los pasillos durante años, pero por no haber realizado alguna tarea en común, ignoraba cómo se llamaban. Del grupo general se destaca, naturalmente Cynthia Pok, activa militante de ATE, protagonista principal de los hechos y siempre dispuesta a contar su experiencia. Sin embargo, en ese sentido, Cynthia no era la más representativa, sino más bien una excepción. Muchas otras no habían participado mayormente de las movilizaciones ni habían contado su experiencia sobre el tema, salvo en contados casos de declaraciones testimoniales en sede judicial.
A la brutal modificación de las condiciones de trabajo que empujó la intervención, al desprecio sistemático por el orgullo profesional, se podía reaccionar de distintas maneras. Los dos extremos están expuestos por los casos de Cynthia Pok y Graciela Bevacqua. Pok simplemente reconvirtió su energía laboral y puso toda su inteligencia y su capacidad al servicio de denunciar los atropellos que sufría el instituto. Se agrupó con sus compañeros de ATE y resistió por medio de la militancia sindical. Mucho más joven pero de talante menos gregario. Bevacqua sufrió el embate casi sin defensas, pagó un costo carísimo, psíquica y emocionalmente.
En el medio de estas dos actitudes se encuentran las de todas estas mujeres, excelentes profesionales, con una vasta experiencia, modestas e inteligentes, con una mínima ambición que, en las condiciones salvajes que se instauraron en 2007, se convirtió en utopía: volver a trabajar y producir con la misma eficacia y el mismo perfil bajo con que lo habían hecho toda su vida. La que solamente oficiaba de secretaria demostraba un orgullo por la perdida excelencia del INDEC que no se quedaba atrás en intensidad al de sus compañeras profesionales. Fue ella quien encaró a Ana Maria Edwin —a quien, como todas ellas, conocía de hace décadas— y la exhortó a que defendiera la tradición técnica del Instituto. Fue ella la que exhortó a Norberto Itzkovich a defender una metodología que él mismo había ayudado a crear y ahora, con un discurso oportunista y tendencioso, calificaba de “neoliberal”. Todas trataron de adaptarse de alguna manera a la nueva situación sin dejar de sentir, aunque fuera silenciosamente, su repudio y rechazo. Varias declararon ante el juez y los fiscales; otras, alejadas del epicentro del conflicto, solo tuvieron desahogo en las repetidas charlas entre ellas. Lo que más penoso les resultaba era la inactividad: en muchos casos —hubieran estado enfrentadas abiertamente con la intervención o no— se quedaron y tuvieron cumplir con el horario, sin otra cosa que hacer que esperar el momento de la salida. Gente con capacidades muy por encima de la media, que quería su trabajo, en condiciones de ser útil, ansiosa por trabajar pasó meses y meses ocupando sillas y escritorios, sin demasiada actividad productiva.
En todos los encuentros se generaba la misma situación: una charla franca, abierta, que a medida que se iba desarrollando, se convertía en un acto de catarsis. Las charlas se hacían largas y cada una de ellas me recomendaba hablar con otra, que sabía sobre tal y tal tema: me facilitaban mails, me conseguían números telefónicos, me fotocopiaban documentos e imprimían planillas con datos. La cadena de datos se pudo haber hecho eterna, alcanzando casi la totalidad de las personas que trabajaban en el Instituto en 2007, cuando comenzaron los hechos aciagos. Más de una me dijo que le hubiera gustado ir escribiendo las cosas que pasaban para no olvidarse de detalle alguno. La colaboración que prestaron con este libro fue extraordinaria y, si hubiéramos dispuesto de un tiempo infinito para realizarlo, las charlas y las conexiones no se habrían detenido jamás.
Dos o tres mujeres se jubilaron en estos años y dejaron de trabajar en el Instituto, aun cuando podrían haber seguido haciéndolo —y con mucha eficiencia— si las condiciones no se hubieran deteriorado tan dramáticamente. Dos de las personas que yo más conocía y a las que más afecto les tenía se habían dejado de teñir el pelo: sus cabelleras grises las hacían a mis ojos aún más venerables y encantadoras. Más allá del cariño personal que pudiera sentir por estas abuelitas dinámicas y despiertas, el contacto con todas ellas me dio la dimensión de la pérdida. No se trata ya de la interrupción de la serie histórica del IPC —imposible de recuperar—, de los millones gastados en los censos mal realizados, de la destrucción de una credibilidad que se había construido durante décadas. No: la pérdida de valor humano estaba reflejado en esas estupendas profesionales, que entraban en la última parte de su actividad laboral —aquella en la que pueden socializar una experiencia irremplazable formando nuevos expertos en las generaciones más jóvenes— y que eran desperdiciadas vanamente. La prédica del gobierno kirchnerista hablaba vagamente de “técnicos neoliberales” al servicio de oscuros intereses financieros, mientras que los miembros de UPCN las calificaban contradictoriamente de “zurditas”. Mis amigas, mis extraordinarias amigas, eran estadísticas, matemáticas, sociólogas, demógrafas o, simplemente, trabajadoras. Nunca vieron un bono ni a un bonista y su única pretensión fue siempre volver a tener un trabajo que las hiciera sentir útiles.
Si están satisfechos con nuestra tarea, piensen en colaborar con un poco de dinero mensual de manera de ir construyendo una base de seguidores pagos que nos permitan mantener y desarrollar este emprendimiento. Los valores pueden no significar mucho en sus economías mensuales pero para nosotros son un ladrillo más para construir el servicio que soñamos.
Vean si algunos de los valores de acá abajo les resultan accesibles, el aporte es mensual vía Mercado Pago (PayPal para el extranjero) y podés salir cuando quieras sin ninguna dificultad:
Y, como siempre, los que quieran colaborar desde el exterior, lo pueden hacer vía PayPal:
Me cagué de riza de lo bizarro,mitómano y fantaseoso de la "nota" hasta que llegué al final y vi que pedís monedas.... me dio mucha tristeza que tengas que rebajarte a decir tantas boludeces y mentiras para tener que vivir. Extraño cuando hacías de payaso en duro de domar, cuanto le debes a ese programa
gustavito, con todo respeto... ya que estas "comiendo" con ese libro del INDEC cuando la justicia ya avaló la metodología del organismo... ¿desde que lugar te pones en tecnicismos cuando no dominas la disciplina? sos periodista hermano, es muy palpable que no tenes conocimientos economicos. habría que ver si no es pasible de una denuncia es como si un mecanico quisiera operar a un paciente....