¡Pobre la gente de Emilia Pérez! Ellos pensaban que habían hecho los deberes al dedillo para la consagración y los premios de la Academia. Tema latinoamericano, desaparecidos, narcotráfico, mujeres que sufren y, en el centro, una trans que no solo transiciona de hombre en mujer, sino que además pasa de narcotraficante asesino a una mezcla de Margarita Barrientos y Estela Carlotto. Todo esto acompañado de canciones y de Zoe Saldanha bailando. El centro era que la que hacía de trans era trans y, digamos, latina, de manera de cubrir satisfactoriamente todos los casilleros.
La debacle comenzó primero por la percepción por parte de una buena parte de los espectadores de que el experimento no funcionaba. Luego vino la arremetida de los que miran las películas con la planilla y se fijan si todo es correcto. Ahí empezaron los cuestionamientos: por la escasez de mexicanos en el elenco, por el acento trucho de Selena Gómez, por la frivolización al tratar las desapariciones, etc, etc. El director, Jacques Audiard, ya se las veía en figurillas para no sacar los pies del plato hasta que se mandó una declaración sobre el castellano que desató otras iras.
El último clavo del ataúd lo puso la estrella, Karla Sofía Gascón, la garantía trans de que la película era kosher. Una recorrida por sus tuits, realizada por una musulmana que buscaba algún signo de islamofobia, reveló que la actriz era cualquier cosa menos correcta. A partir de ahí, todos los que pensaban mostrarse como grandes personas haciendo una película con sensibilidad, se mostraron como verdaderos monstruos, negando a la hereje, desde el director hasta Netflix, pasando por el elenco. Todos queriendo mantener la esperanza del Oscar buscando limpiarse de la afrenta de la "mujer blanca facha", como dijo en un discurso realmente alucinante el actor argentino Nahuel Pérez Biscayart.
La historia la cuenta bien Diego Papic en su newsletter de Seúl, y termina con una mención muy atinada que me despertó una relación de ideas. Diego decía que, por ser la primera trans que... etc, Karla tenía que ser un rol model, la trans perfecta, con la opiniones correctas, que no causara ningún tipo de problemas al colectivo. Para ilustrar la situación de Karla, Papic cita de la biografía de Sidney Poitier, quien años antes tuvo el privilegio de ser el primer negro "permitido":
Profesionalmente, ahora se encontraba en un limbo que lo situaba en algún lugar entre estrella de cine y modelo a seguir. América parecía sentirse más cómoda con él como la encarnación de una dignidad nebulosamente definida y de un progreso social incremental, y la industria cinematográfica estaba feliz de utilizarlo como una especie de embajador internacional de buena voluntad, enviándolo al Festival de Cine de Berlín como un ejemplo en plena Guerra Fría de la sociedad abierta de Estados Unidos.
Las historias de Karla y de Poitier son fácilmente relacionables con la de Jackie Robinson, el primer negro en formar parte de las grandes ligas de baseball de los Estados Unidos. Es una historia extraordinaria que conocí viendo hace años el documental Baseball, de Ken Burns (¡18 horas de duración!) y que luego fui profundizando con la incorporación de libros y otras películas.
Por lo pronto, Robinson era un atleta excepcional, fuera de toda medida. En la Universidad de California se destacó como futbolista, deporte por el cual era mucho más conocido que por el baseball. Luego de recibirse, fue convocado por el ejército en plena Segunda Guerra Mundial. En un episodio que demuestra su personalidad indomable, fue sometido a una corte marcial por negarse a pasar a la parte posterior de un ómnibus militar que tenía sus asientos segregados. Ganó el juicio y al tiempo se retiró del ejército con honores. Se dedicó al baseball y brilló en lo que se conoce como las ligas negras.
En aquella época, la liga profesional de baseball tenía una regla no escrita, algo que se entendía como "un acuerdo entre caballeros" y que decía que no se incluían jugadores negros en los equipos. El último había sido en 1884. Los Estados Unidos habían entrado en la guerra para combatir el racismo de los nazis pero en su país, especialmente en el Sur, la segregación que impedía la convivencia natural entre negros y blancos, estaba firmemente radicada.
El manager de los Dodgers de Brooklyn (luego se mudarían a Los Angeles), Branch Rickey, otro gran personaje, decidió que era hora de terminar con ese "acuerdo de caballeros" y empezó a revisar los jugadores de las ligas negras para preparar a uno de ellos a dar el gran salto. Obviamente, Jackie Robinson era un candidato excelente, no sólo por sus tremendas dotes deportivas sino también por su personalidad y su evidente inteligencia. Primero lo cedió a una liga internacional, con lo cual hizo una temporada en 1946 en Montreal, Canadá, en donde obtuvo el más alto promedio de bateo de la liga. Una vez superada esa prueba, le llegó el momento de debutar en la liga superior en un equipo con mucha mística, como los Dodgers.
En la decisión de Rickey de dar batalla contra el racismo instalado en el mundo del baseball (como reflejo y réplica del que se daba en la sociedad) había motivaciones morales y comerciales. Una vez, viajando con un equipo universitario, quedó impactado cuando a uno de los jugadores se le negó hospedaje en un hotel por su color. Por otro lado, desde una perspectiva del mundo de los negocios, Rickey pensaba que era inevitable que la barrera terminara rompiéndose y que lo mejor era apuntarse ya mismo con los mejores jugadores, como si se tratara de un draft de la NBA, en donde el orden para elegir jugadores es importantísimo. Lo cierto es que, por una razón o por la otra (o por las dos, como suele suceder), Branch Rickey se convirtió en uno de los blancos que más hizo por la integración racial en los Estados Unidos.
Ahora bien, lo primero que este manager aconsejó (u ordenó) a Robinson, fue que no respondiera a ninguna de las infinitas provocaciones que iba a recibir jugando en las grandes ligas. Acá es donde se me hizo la relación con las historias de Karla y de Sidney Poitier. Jackie Robinson tenía que ser no sólo un gran jugador, con buenas estadísticas, sino el mejor negro a la vista de los blancos, el más educado, el más respetuoso, el menos revoltoso.
Y así, fue. Los rivales lo insultaban por lo bajo, le decían epítetos raciales, como "nigger" o que se fuera a plantar algodón, y en los encuentros físicos esporádicos que tiene el baseball, como una barrida para llegar a la base, iban con los tapones para lastimarlo. Robinson cumplió con la consigna, logrando el milagro de unir tras él a toda la plantilla de los Dodgers, que lo defendían ante cada ataque, aunque su llegada había sido resistida por varios de los jugadores.
Hay un episodio mítico que es el abrazo de Pee Wee Reese, el capitán de los Dodgers, un sureño de Kentucky quien entendió perfectamente la importancia de la movida de Branch Rickey. En un partido en Cincinatti, con las tribunas cubiertas de personas abucheando y maltratando a Jackie Robinson, el capitán se acercó deliberadamente al jugador negro y ostensiblemente le pasó el brazo sobre sus hombros, abrazándole cálidamente mientras conversaban relajados. No hay fotos que registren el episodio, pero lo cierto es que la imagen es tan poderosa que se convirtió en un mito. Hay una estatua de los dos representando ese momento en Coney Island, Brooklyn.
Los números de Jackie lo llevaron a ser nominado como el Novato del Año. Los Dodgers ganaron su competencia y perdieron la serie mundial contra los Yankees recién en el séptimo partido de la serie. Su consagración deportiva fue total y abrió las puertas a muchos otros jugadores de color.
El momento que a mí más regocijo me causa de la historia de Robinson es cuando, después de un tiempo, decidió que no sería más "Mr. Nice Guy", que no iba a tolerar más atropellos y que iba a responder a cada uno de los abusos verbales y físicos. Así lo hizo: se peleó con los umpires, rivales e hinchas, no huyó de ninguna pelea y también hizo sentir sus tapones. Luego, se convirtió en una voz activa por los derechos civiles. Lejos de ganarse el repudio de los fanáticos del baseball, su prestigio siguió en ascenso.
Cuando Jackie Robinson abandonó la práctica profesional del baseball, los Dodgers retiraron la camiseta número 42, dorsal con el cual él jugaba, una práctica que ahora es relativamente común pero que en aquella época no tenía antecedentes. Desde 2004 hay un evento anual cada 24 de Abril, el "Jackie Robinson Day". Ese día, todos los jugadores de la liga juegan con el 42.
¿Es una historia feliz? ¿Es lo que tendría que haber hecho Karla Sofía Gascón, ser la trans perfecta, irreprochable, con las opiniones justas, como le habría gustado a Nahuel Pérez Biscayart? Depende del punto de vista. Los logros de Jackie Robinson para la integración de la sociedad norteamericana son innegables. El precio personal que tuvo que pagar hace dudar de la elección. El súper atleta, el hombre con condiciones físicas extraordinarias, murió muy joven, a los 53 años, evidentemente envejecido, con diabetes, casi ciego, de un ataque al corazón. Uno puede pensar que su vida se consumió en un acto sacrificial, que tuvo efectos benéficos para una sociedad estúpida pero arrasadores para su persona y su familia.
Casi 80 años después del comienzo de aquella gesta, nadie en su sano juicio podría pensar que en pleno siglo XXI haya que repetir esos renunciamientos para que la sociedad "aprenda" y "tolere". Los discriminadores hoy son los que piensan que una trans no puede ser una "mujer blanca y facha". Que sea lo que se le dé la gana. Que vuelvan los posteos salvajes de Karla y que Emilia Pérez no gane ni un premio en una kermesse.
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A mi no deja de llamarme la atención que nadie haga humor con esto. Se me ocurren miles de sketchs o incluso películas (tipo las de Leslie Nielsen en La Pistola Desnuda) para reirnos de toda esta locura. Siempre me pregunto si no existe una especie de relación inversamente proporcional entre la movida woke y el humor en general. Creo que lo decía Osvaldo Bazan en su Newsletter de Seúl, cada vez es más dificil reírse. Yo no creo que sea tan así en la vida cotidiana (me río mucho con mi mujer y mis amigos) pero en el cine me cuesta encontrar buenas películas de humor y creo que en la tele no hay programas de humor directamente.
Genio.