El último domingo publiqué una nota en Seúl en donde ponía en cuestión tanto los números como la interpretación que se estaba haciendo en los medios –especialmente La Nación– del llamado “voto bronca”, primero adjudicado a los votantes de Javier Milei y que luego, como éstos no aparecieron en las elecciones provinciales, se aplicó a la abstención y al voto en blanco. Me referí en primer lugar a que la falta de depuración de los padrones y el envejecimiento de la población inflaban los números de abstención. Por otra parte, cuestioné que se interpretara a esa abstención como un enunciado político expresado voluntariamente (“bronca”) cuando en buena parte podría estar explicado por la masa creciente de argentinos que van siendo marginados de todo tipo de formalidad institucional y que están más preocupados en su subsistencia.
Después de la publicación de la nota, Carlos Pagni siguió hablando del tema y le dedicó el segundo programa consecutivo, con el mismo alarmismo pero sin aportes sustanciales. El periodista Ignacio Miri, de Clarín, aportó en Twitter buenos datos sobre la falta de depuración de los padrones.
Un dato que contribuye a tu nota. La depuración (de muertos) de los padrones en las elecciones provinciales es un servicio que se paga, y es relativamente caro. Lo tiene que pedir la junta electoral de cada provincia al juez federal (electoral) de cada provincia.
Algunas provincias lo pagaron y otras no. La división del padrón por edades también se paga. Si una provincia quiere el servicio gratuito, le mandan el padrón crudo: sin depurar, ni edades, ni foto ni nada. Por eso hay padrones provinciales inflados con muertos.
Los números, entonces, no son tan claros y, si bien parece evidente que hay un descenso en la voluntad de acudir al acto eleccionario, habría que revisar su dimensión. En cuanto a su lectura, creo que asignarle una intención propositiva subestima el grado de decadencia cultural de la Argentina. En la nota me referí específicamente al número creciente de gente que pasó a vivir fuera del sistema, sin cubrir sus necesidades básicas. No alcancé a mencionar, y lo quiero desarrollar aquí, la degradación cultural que se extiende a otras clases sociales, más acomodadas. Esto se expresa en diversos incumplimientos, rupturas de contratos que se dan en muchos ámbitos pero en particular en la escolaridad. Si asistir a clases dejó de ser algo de cumplimiento estricto, si se perdió ese mandato, por qué no habría de pasar lo mismo con las elecciones.
Creo firmemente que uno de los problemas más graves que tiene la Argentina es el derrumbe en la calidad de la educación y que una de las formas en que se expresa es en la pérdida de la sacralidad de las clases. No los voy a aburrir con historias acerca de cómo era la asistencia escolar en mi infancia pero es claro que actualmente las clases presenciales son algo de lo que se puede prescindir fácilmente. La catastrófica decisión tomada por los gobiernos provinciales (incluyendo CABA) y el gobierno nacional de suspender las clases durante la pandemia fue tanto causa como efecto de esta falta de respeto por la presencialidad en las aulas. Si se pudieron suspender las clases tan brutalmente y por tanto tiempo, es porque su valor ya estaba en descrédito.
En los diversos niveles educativos se pierden infinidad de clases por diversas causas, desde los eternos paros hasta las “jornadas”, pasando por otros motivos de fuerza mayor pero además se pierden horas por las dificultades para conseguir reemplazos docentes, licencias por enfermedad, etc. La norma es una jornada incompleta y el día en que los alumnos tienen todas las horas cubiertas con la clases correspondientes, una excepción.
Lo de los paros es impactante. El usuario @garquetazo de Twitter lleva un conteo desde comienzos de ciclo:
El conteo es impactante y sospecho que incompleto. Y corresponde a la ciudad de Buenos Aires que está lejos de ser la peor en esta situación. Hay provincias, como Santa Cruz, que prácticamente han renunciado a la educación.
El problema no se limita a los docentes sino también se extiende a los padres, especialmente en las clases sociales más ilustradas. A menudo, a la menor amenaza de paro, los padres ya no mandan a los chicos a las escuelas, por adhesión ideológica o por inercia, según los casos. Así, la efectividad de la medida de fuerza parece asegurada de antemano. En la práctica hay adhesión porque todos presuponen la adhesión y prefieren no hacer el esfuerzo de ir a la institución en vano. A veces se confunde el hecho de que una falta se la considera justificada con que desaparecen también los beneficios de ir a clase. Es un círculo vicioso que se refuerza a sí mismo.
Esta semana, luego de dos feriados (el Día de la Bandera más el inconcebible “puente”) se anunció por parte de los gremios docentes nuevos paros, algunos gremios para el miércoles 21, otros para el jueves 22. En consecuencia, a lo largo de toda una semana, los chicos de primaria y secundaria no tuvieron clases. Así como durante la pandemia, Argentina no entendió que no estaba en condiciones de parar su economía y que el agravamiento de la crisis social iba a ser mucho peor que la diseminación del virus, hoy no estamos percibiendo que sólo un salto cualitativo en términos educativos nos puede dar algo de esperanza para salir de este pantano.
Si yo tuviera la autoestima de Manes y tuviera que presentar un proyecto sobre el cual construir una plataforma de reconstrucción de este país, empezaría por la educación, poniendo el primer foco en recomponer la sacralidad de la clase. No sé cómo se hace pero creo que lo primero que hay que hacer es poner el centro en esa consigna. Hay que volver a tener clases todos los días, que los chicos y sus padres entiendan el rigor y el hábito cotidiano, y que sólo por causas muy extremas la escuela no esté funcionando. Machacar sobre esto, presionar a la clase política pero también al periodismo y a los padres: hay que volver a las aulas. Así como Padres Organizados sacudió la modorra generalizada y concientizó sobre la necesidad de que las escuelas no estuvieran cerradas durante las cuarentenas, necesitamos ahora otro movimiento de la sociedad civil para recuperar el rito de la asistencia perfecta.
Seguramente ya es demasiado tarde. Es un círculo que se retroalimenta y probablemente ya no haya una resistencia lo suficientemente fuerte como para romperlo. Años y años de degradación tienen como consecuencia docentes mal pagos, sin futuro y con el paro como ejercicio de compensación ante la ingrato de su profesión. Como ha sido demostrado, la ideologización del sindicato no hace más que agudizar el conflicto, redundando en menos y menos días de clase.
El resultado es una población que no sólo sufre sino que además se degrada. Va a clases a veces sí y a veces no; a veces vota y otras veces, no. No tiene bronca. Probablemente no tenga nada.
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