Hay un millón de discusiones desatadas por la iniciativa del gobierno de achicar gastos estatales a troche y moche. En la nebulosa, como todos los argentinos de buena fe, elijo hablar de una sola porque proviene de un mundo al cual pertenecí alguna vez y espero que, más allá de lo limitado del ejemplo y de la endogamia que lo caracteriza, sirva para pensar los tiempos que corren. Me refiero, claro, al mundo del cine, a la intención de recortar los ingresos del INCAA, a las notas que publicó Leonardo D’Espósito y a la reacción que provocaron.
Leo publicó dos notas, una en Seúl y la otra en La Nación. Esta última tuvo mucha repercusión porque fue retuiteada por el expresidente Macri, lo cual no deja de ser irónico ya que bajo su gestión el INCAA no tuvo cambios relevantes. Las dos son complementarias, la primera desarrolla una idea y la segunda la apoya con datos. ¿Cuál es la idea básica? Que el INCAA no está funcionando bien y que la realidad del cine argentino no es esplendorosa. Es algo que sabe todo el mundo relacionado con el medio pero que no se permiten decir en voz alta. Públicamente, la gente del cine se mostró ultrajada por esas notas y contestó de varias maneras. Vamos a tratar de hacer una síntesis de la polémica cerrando con mi opinión, necesariamente muy acotada y provisoria.
Cuando se realizaron las audiencias en el plenario de comisiones de la cámara de Diputados, el director Santiago Mitre dijo que el cine argentino se “autofinanciaba”. La descripción que hace Leo de los ingresos del INCAA derrumba ese disparate: los ingresos del cine argentino no provienen del cine argentino (eso sería una autofinanciación) sino de un impuesto específico, del 10 % de las entradas vendidas de cualquier película de cualquier nacionalidad, más el 25 % de lo que recauda el ENACOM. Hay una paradoja muy importante derivada del impuesto a las entradas: al cine argentino le conviene que los tanques de Hollywood ocupen la mayoría de las pantallas y llenen las salas, el 10 % de esa recaudación será para el INCAA.
Además, un dato muy interesante e inquietante de la nota es que en 2021 y 2022, el ministerio de Economía, a cargo de Martín Guzmán, financió parte de sendos déficits del Instituto con fondos del Tesoro. El cine argentino es en parte subsidiado por el Estado, no se autofinancia. Eso no quiere decir que no esté bien que se subsidie, pero la discusión se debe dar sobre hechos concretos y reales, sin falsear las palabras.
Según Leo, menos de la mitad (a menudo, mucho menos que la mitad) del dinero ingresado se destina a la financiación de películas. El resto, a lo que globalmente se podría llamar “burocracia”, aunque la falta de cuentas claras no permite saber cuánto está destinado a salarios de sus empleados y cuanto a instituciones dependientes del INCAA como el Festival de Mar del Plata y el ENERC, la escuela de cine a su cargo. Lo cierto es que el Instituto cuenta con más de 600 empleados, una planta que aparenta estar sobredimensionada.
Leo agrega otros datos, algunos de los cuales enfurecieron a sus críticos. En 2023 se estrenaron 241 películas argentinas, un poco más que los estrenos de todas las otras nacionalidades (231). En promedio, eso implica dos estrenos argentinos en sala cada tres días, a lo largo de todo el año. Con ese número de estrenos, es inevitable que, salvo dos o tres éxitos, la enorme mayoría tenga muy pocos espectadores, pero mucho peor que eso, que su existencia pase totalmente inadvertida. En algunos casos, los espectadores son tan pocos que uno no puede imaginar más que un sistema en el cual el estreno no es un acontecimiento sino un eslabón más del proceso burocrático para poder cobrar el subsidio.
A Leo se le cuestionó muy duramente la mención a la cantidad de espectadores. Se dijo que no hay relación entre la asistencia de público y la calidad de una película. Esto es tan cierto que hasta el propio D’Espósito lo señaló en su primera nota:
El ciudadano, que no conoce todo esto, tiene todo el derecho de preguntarse si en un país donde más de la mitad de los chicos se acuesta con hambre tiene sentido hacer películas, especialmente si no las ve casi nadie. Mi criterio es que no se puede juzgar la calidad de un film por la venta de entradas: después de todo, El mago de Oz y ¡Qué bello es vivir! fueron fracasos tremebundos. Pero algo pasa cuando la gran mayoría de las películas de cierto tipo son fracasos o no convocan ni el mínimo interés, incluso cuando tienen críticas buenísimas. Creo que el cine debe subsidiarse porque en el mundo es así y, dado que es un negocio exportable y la audiovisual es hoy una industria estratégica, tiene sentido.
Como dice D’Espósito, falta de cantidad no es falta de calidad, pero si el fenómeno está tan extendido y se repite a lo largo del tiempo, “algo pasa”. Es muy difícil evaluar el panorama de un cine que produce más de dos centenares de películas por año, no hay crítico que pueda seguirle el rimo a esa producción (Bueno, quizás Santiago García). Lo cierto es que, como queda claro, los espectadores no son convocados, pero además tampoco parece haber una producción que tenga un gran reconocimiento artístico, ya sea en la crítica o en el circuito de festivales. Otro fue el panorama con la generación que irrumpió en la mitad de la década del 90 (Israel Adrián Caetano, Pablo Trapero, Lucrecia Martel, Daniel Burman y un poco después Lisandro Alonso, para dar sólo algunos nombres reconocidos): taquilleros algunos, vanguardistas otros, pero dejando una marca, en un circuito comercial o en el de cine de autor. Lo más interesante de los últimos años en el sentido estético parece venir de la factoría El Pampero pero su líder, Mariano Llinás, uno de los ofendidos por las cifras, hizo siempre un estandarte que su producción no necesitara del INCAA, lo que convierte a la polémica en algo más confuso todavía.
Otros críticos de la nota señalaban que la asistencia a salas por sí misma no alcanza a ser la totalidad de los espectadores: hay un circuito de festivales y exhibiciones por fuera del estreno comercial y, por otra parte, las películas son cada vez más consumidas en plataformas. Estas objeciones son un poco irrelevantes: la idea de la Ley de Cine es garantizarle pantallas al cine nacional, no su eventual camino posterior en otros formatos o su éxito en circuitos alternativos. Si la asistencia en festivales no va a cambiar demasiado los números (son dos o tres funciones en cada festival), la contabilidad en plataformas, inaccesible, seguramente estiraría la diferencia entre el puñado de exitosas y las centenares de películas ignoradas, la enorme mayoría de ellas muy lejos de Netflix o de HBO Max.
En síntesis, la nota señalaba un funcionamiento defectuoso: gasto público poco eficiente con resultados insatisfactorios, tanto desde la convocatoria al público como de la generación de películas novedosas y desafiantes artísticamente. La nota de Leo fue definida como “sinuosa” por Juan Villegas. Nadie que conozca a D’Espósito, como lo conoce Villegas desde hace 30 años, puede imaginar que tiene algún interés creado en el asunto que deba ocultarse “sinuosamente”. Mariano Llinás, desde la cuenta de X de El Pampero, sobreactuando indignación, dijo que la nota era “panfletaria”. No lo es. Señalaba un problema y daba algunas explicaciones, que pueden resultar insatisfactorias y discutibles, pero no más que eso, un punto de partida para discutir. Lo inaceptable fue decir que el rey estaba desnudo, en este caso, que el funcionamiento del cine argentino en este momento, es defectuoso.
Queda por discutir algo esencial: ¿el estado argentino, quebrado, está en condiciones de subsidiar su cine? No me parece una pregunta menor. Me llamó la atención un párrafo de la nota de Juan Villegas, porque le parecía que la misma pregunta era motivo de crítica, sin necesidad de argumentar por qué ni de buscarle una respuesta.
¿Pero qué es lo que dice D’Espósito? Por un lado, plantea el mismo argumento falaz que viene ofreciendo el discurso libertario: en un país pobre, en el que las necesidades mínimas de muchos argentinos no están satisfechas, el fomento al cine no es viable. Lo dice de una manera más elegante, pero por eso mismo más resbaladiza. No queda claro qué es lo que él opina ante la pregunta crucial: ¿es pertinente tener una política estatal de subsidios para el cine en un país como la Argentina? Yo creía que D’Espósito pensaba que sí (de hecho, en algún momento lo sugiere explícitamente), pero algunos de los párrafos de las notas me hacen dudar.
Es notable que el tema muera ahí en la nota. La pregunta es convertida en un “argumento falaz”. Yo creo que es la pregunta crucial, que esa pregunta excede a los libertarios, que se hizo carne en la sociedad, cosa evidente al ver que se votó a un candidato como Milei. El mundo del cine tiene que prepararse para contestarla, no gritando con indignación que son “la Cultura” o que “la Patria no se vende”; no con slogans ni desechándola con desdén, sino entendiendo el terrible momento que está viviendo la Argentina y tratado de ver cómo conjugar las necesidades de los compatriotas más desfavorecidos con las propias.
Mi opinión personal –voy a ser lo más claro posible para que no se me acuse de sinuoso o de panfletario– es que sería una desgracia que el país decida desfinanciar su cine. El cine es una actividad al mismo tiempo artística y comercial; a diferencia de muchas otras formas culturales, es muy costosa de realizar. Es por eso que todos los países del mundo deciden tomar medidas que faciliten su existencia. Elegir no tener cine o un cine agonizante, como el anterior a la Ley de 1994, tiene un costo en términos simbólicos muy altos. Argentina es muchas cosas, una de esas cosas son las películas que aquí se hacen, la mayoría de las cuales necesitan un auxilio del Estado para poder realizarse. Entiendo que desfinanciando el INCAA pasaríamos de ser un país quebrado, con más de la mitad de la niñez pobre, en un país quebrado, con más de la mitad de la niñez pobre y además sin cine.
Ahora bien, así como los cineastas consideran que pensar en la conveniencia del cine en épocas de crisis es perder el tiempo, la sociedad que está harta de los privilegiados también rechaza los argumentos en contrario y resuelve sumariamente que todo gasto público es un malgasto. Sin embargo, es claro que la decisión de desfinanciar el cine nacional no es tan sencilla de tomar. Las propuestas del gobierno nacional no eliminan el INCAA ni el impuesto a las entradas; es decir, incluso un libertario extremo como Javier Milei admite en la práctica cierto aporte al cine nacional vía impuestos.
Lo que la comunidad cinematográfica argentina no puede hacer es simular que no pasa nada, que la situación es la misma de siempre, tratando de mantener el statu quo; deberían discutir honesta y realmente sobre cómo su producción se tiene que adaptar a una situación en la que todos los sectores están sufriendo las consecuencias de una crisis feroz.
¿Qué hay que hacer con el INCAA? Creo que nadie lo sabe, salvo los que quieren que no cambie nada. El gobierno, menos que menos, no es un tema en el que hayan pensado, no hay nadie que pertenezca al partido de Milei que tenga alguna idea al respecto. Su objetivo es claro y bastante cerrado: achicar el déficit fiscal. Con ese plan en la cabeza, la actitud natural respecto del cine es la que tomó: quitar una de las fuentes de financiamiento del Instituto y tratar de que el gasto sea más eficiente.
Las señales para la comunidad cinematográfica vienen de lejos y eran muy claras. En junio de 2022, cuando Javier Milei era un diputado de un bloque de dos integrantes y su actividad política era casi nula, escribí que el cine argentino tenía que despertarse de su ensoñación y plantearse cambios, porque corría el riesgo de que se lo pensara como a Telam, un elefante inútil que gasta demasiado dinero público cuando el país se cae a pedazos. Así terminaba mi nota de aquella fecha en la revista Seúl:
Lo que pasó en los últimos años en el cine argentino y que hizo que en el imaginario de la sociedad un cineasta argentino al que no le alcanzó la fama equivale a un empleado público improductivo es que el sistema de circulación de dinero público funcionó sin público ni ningún otro tipo de logros y en muchos casos ni siquiera con la evidencia de haberlo intentado sinceramente. La producción fue aluvional, mayor que la capacidad de porte de los canales de exhibición, y muchas veces la calidad no fue la mínima requerida. Si los cineastas que con justa razón protestaron en las calles no prestan atención al profesionalismo de sus proyectos, si la pluralidad ideológica de la sociedad no está representada en la producción de sus artistas y si el INCAA sigue con su estructura desmesurada, que destina un porcentaje enorme de sus ingresos sólo a liquidar el sueldo de su personal, va a ser inevitable que la sociedad los vea como a los medios públicos: lujos pesados y caros que un país quebrado no se puede permitir. No se trata de cuestionar el origen del dinero que sostiene al cine argentino sino de encontrar una forma virtuosa de administrarlo.
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Gustavo, buenas tardes, percibo cierto paralelismo entre este grupo y el universitario. Vivo en Tierra del Fuego donde se creó una Universidad Nacional hace ya 12 años, la cual tuvo 200 egresados en sus primeros 10 años. Todo el resto es gasto para acomodos políticos.
Las escuelas primarias y secundarias de la provincia están destruidas, el nivel académico es paupérrimo y los chicos tienen 100 días de clases con suerte. Pero tenemos Universidad. Probablemente el país de enfrente (Chile) tiene una universidad que se paga pero también tiene muchos más egresados.
Lo mismo con el cine, mientras haya gente que viva de eso y sea mucha no les va a importar nada más que su quintita.
Acertada nota que comparto, así como comparto los artículos de D'Espósito. Me queda la duda de saber si alguien en la Comisión legislativa contradijo la declaración falsa de Mitre.