No sé si el primero, pero sí uno de los primeros viajes en colectivo que hice solo fue a los 13 años en el 111, que me llevaba de mi casa, en lo que ahora se conoce como Alto Palermo, hasta el Colegio Nacional Número 4 Nicolás Avellaneda, sito en El Salvador entre Humboldt y Fitz Roy. El 111 subía por Bonpland y yo me bajaba en El Salvador y caminaba con mis carpetas y libros la cuadra y media que me separaba del destino. No fue hasta que me hice grande-grande que empecé a relacionar todos esos nombres y saber que pertenecían a un conjunto ilustre: Humboldt, Fitz Roy y Bonpland representan un momento extraordinario de la humanidad, cuando el centro de la civilización en el siglo XVIII y XIX, Europa (al que no le gusta que se suscriba a otro newsletter), salió a conquistar/conocer el resto del mundo y así como llevaban cañones, mosquetes y espejitos de colores para subsumir a los indígenas de las tierras desconocidas, también contaban con naturalistas, expertos en distintas disciplinas que en aquel entonces apenas existían separadas: geología, botánica, zoología, y con habilidades para escribir y dibujar lo que encontraban. Llevaban gente para entender lo nuevo que encontraban.
En realidad, Fitz Roy no era estrictamente uno de ellos, sino que fue el capitán del Beagle, el barco que dio la vuelta al mundo llevando como naturalista al más grande de todos, tan grande que hoy lo recordamos por sus ideas, y no por los descubrimientos que hizo en ese viaje: Charles Darwin. El autor de la teoría de la evolución también tiene su calle, paralela a las de Humboldt, Fitz Roy y Bonpland; está separada de ellas por la Avenida Juan B. Justo, como señalando su distinción y su cualidad de diferente. Darwin, la calle, se ubica de la mano izquierda de Juan B. Justo (en la dirección que va de Liniers a Palermo) desde Honorio Pueyrredón hasta Córdoba, y de la mano derecha en sus últimas tres cuadras, hasta llegar a Honduras. Charles hubiera merecido una calle más importante, una avenida larga con plazoleta en el medio, pero igual me gusta ésta. El tipo que siendo un tímido irrecuperable y la persona menos desafiante de su sociedad puso al mundo patas para arriba con su nueva concepción de la vida está bien representado por esa calle humilde, vueltera y contradictoria.
Todas esas calles —Darwin, Humboldt, Fitz Roy, Bonpland—fueron nombradas el 27 de noviembre de 1893, cuando terminaba el siglo XIX, apenas once años después de la muerte de Darwin. Evidentemente, las autoridades de la naciente Argentina tenían plena conciencia del afán civilizatorio de esos viajes demenciales, que duraban tres o cuatro años y que no ofrecían la menor garantía de volver sano y salvo.
En el libro The Age of Wonder: How the Romantic Generation Discovered the Beauty and Terror of Science, el biógrafo y estudioso del romanticismo, Richard Holmes, describe a estos viajes como pertenecientes a una segunda etapa de la revolución científica que cambió al mundo a partir del siglo XVII. Holmes dice que esa revolución tuvo dos fases. La primera, asociada con Newton y Leibnitz, y marcada por la fundación de la Royal Society en 1662, tuvo como estandarte el cálculo diferencial, la idea conceptual de infinito, el trabajo intelectual, fuertemente matemático. La segunda fase, que Holmes asocia con el romanticismo, incluye, entre otros grandes momentos, estos largos y tortuosos viajes y a estos increíbles naturalistas descubriendo nuevas especies animales y vegetales, relacionando datos, uniendo impresiones y elaborando un nuevo mapa del mundo natural, uno lleno de novedades que hacían cada vez más improbables las teorías previas, más estáticas e impregnadas de religión.
Joseph Banks
Holmes data este período entre dos de esos viajes. Arranca con el capitaneado por James Cook en la nave Endeavour (1768-1771) y que llevaba como naturalista al brillante Joseph Banks y termina con el viaje del Beagle que le hizo conocer el mundo a Charles Darwin (1831-1836). La travesía del Endeavour estaba impulsada por la Royal Society y su propósito declarado era verificar en la isla de Tahití predicciones hechas sobre la base de teorías newtonianas, aprovechando el momento en que Venus pasaba por delante del Sol. Como instrucción secreta, Cook debía explorar qué había en el hemisferio sur, en esa Terra Antartica a la que se suponía existente por simetría con el enorme bloque terrestre en el norte conocido como Eurasia. Así fue como encontraron lo que hoy se conoce como Australia, siendo los primeros europeos que llegaron oficialmente a esa enorme isla. Además de un territorio desconocido y unos indígenas con los que era difícil comunicarse, el Endeavour, y en especial Joseph Banks se encontraron con animales inexplicables, como el canguro y el kiwi.
Gene Rodenberry, productor de televisión de la década del 60 y creador de la popular Viaje a las estrellas (Star Trek), era un fanático de James Cook y pensó en la serie como una réplica de aquella gesta exploratoria. El Endeavour pasó a ser el Enterprise, el capitán Cook se convirtió en el capitán James Kirk y el científico James Banks podría ser el modelo para el vulcano emocionalmente neutro, el Dr. Spock. A Rodenberry le fascinaba el espíritu exploratorio sin afanes colonialistas que tenían, en principio, las expediciones de James Cook. En las instrucciones recibidas por el capitán por parte de la Corona británica y la Royal Society, no siempre cumplidas al pie de la letra, estaba el hecho de no interferir en la vida de los aborígenes que se encontraran a su paso. La misma idea tenían los tripulantes del Enterprise en sus viajes por el espacio. Cook completó su viaje, fue inmensamente famoso y realizó dos viajes más circundando el planeta. El segundo no lo pudo terminar porque un episodio violento y confuso con aborígenes en Hawaii terminó con su vida. Banks, por su parte, se convirtió en el presidente de la Royal Society durante más de cuarenta años.
Humboldt y Bonpland
Unos años después, financiados por la corona española, Alexander Von Humboldt y su amigo francés Aimé Bonpland emprendieron viajes extraordinarios por el norte de América del Sur en donde escalaron el Chimborazo —la cima más alta del Ecuador—, buscaron el origen del río Orinoco, atravesaron la llanura y revisaron geografía, fauna y flora. Humboldt se convirtió en el naturalista más importante de su tiempo y, al mirar la naturaleza desde una perspectiva global, en toda su interrelación, prefiguró al ecologista moderno. Fue un personaje fuera de lo común, y de hecho la lista de sus amistades o personajes con los que interactuaba lo describe en el centro exacto del mundo intelectual de su época: Goethe, Thomas Jefferson, Simón Bolívar, Charles Darwin. Casi todos lo veneraban y hasta su único enemigo público lo enaltece: nada menos que Napoleón Bonaparte. Murió en 1859 y diez años después, al cumplirse un siglo de su nacimiento, se realizaron festejos y homenajes en todo el mundo, incluyendo la ciudad de Buenos Aires. El surgimiento de Charles Darwin y su teoría de la evolución lo relegó en la consideración pública hasta el punto en que nos sorprende la noticia de que alguna vez fue el hombre más famoso del mundo.
Charles Darwin


El viaje de Darwin en el Beagle no solo representó una experiencia personal extraordinaria sino que le permitió ampliar su campo de conocimiento a niveles inimaginados por él cuando partió. Aunque durante esos años no hizo la conexión con lo que finalmente sería su teoría de la evolución, la parada en las Islas Galápagos le dio todos los elementos que, sin dudas, en algún lugar de la mente funcionaron como motor. El caso de los pinzones, que pudo ver y documentar en sus ilustraciones, era prácticamente la evolución en acción. Darwin entendió que cada isla tenía su especie particular de pinzones y que el pico de esos pájaros se diferenciaba de tal manera de adaptarse perfectamente a la flor que libaba y polinizaba. Una vez que entendió —décadas después— el mecanismo de variación en la herencia y selección y el efecto geográfico de aislamiento para desarrollar especies diferentes, se podría pensar que los datos estuvieron todo el tiempo delante suyo y fue una mezcla de prudencia y temor lo que demoró la exposición mostrada en El origen de las especies (1859).
(Fue por la aparición subrepticia de otro naturalista explorador, Alfred Russell Wallace, que Darwin se decidió a apurar la presentación de su teoría. Wallace había viajado por el archipélago malayo, llegó a las mismas conclusiones que Darwin y le escribió una carta contándole sus impresiones. Darwin casi muere comprendiendo que el conocimiento que había acumulado, pero guardado en secreto, iba a ser expuesto. La presentación de la teoría fue, finalmente hecha en conjunto por los dos. La historia de Wallace es fascinante, pero como no tiene calle con su nombre, no será contada hoy).
Hay una representación simbólica de la llegada del Beagle a Galápagos y del deleite de su naturalista con la diversidad de especies de acuerdo a las características de cada isla del archipiélago. Es en la extraordinaria película Master and Commander, de Peter Weir, en 2003, con Russell Crowe como el capitán Aubrey y Paul Bettany como el naturalista a bordo, el doctor Stephen Maturin. El naturalista recorre la isla con deleite, descubre que puede identificar la pertenencia de las tortugas a cada una de las islas, recoge escarabajos, los dibuja, pero pierde toda su carga de información cuando, en una de sus recorridas, descubre que está atracando el barco francés con el que vienen peleando desde el Océano Atlántico, y deja todo tirado para alcanzar a tiempo a avisar al capitán Aubrey. Da la sensación de que la película coquetea con la idea de un naturalista llegando antes que Darwin y con la posibilidad de llegar a la misma teoría, pero que fue impedido por la naturaleza bélica de la misión. Master and Commander fue la primera película no documental filmada en las islas Galápagos. Y otro dato, fundamental. Bettany está casado desde hace más de veinte años con Jennifer Connelly y, como vimos, actuó de una especia de Charles Darwin a las órdenes de Peter Weir. En mi escala de valores, solo le faltó ponerse la camiseta de River con la diez en la espalda.
Fitz Roy
Ahora bien, ¿qué pasa con Fitz Roy, acaso no hace un poco de ruido el hecho de que entre medio de esos naturalistas notables haya un militar capitán de un buque, que tan solo tuvo la fortuna azarosa de tener en su tripulación nada menos que a Charles Darwin? ¿Merecía esa calle que va desde la avenida Santa Fe hasta el corazón de Villa Crespo, una cuadra antes de llegar a Corrientes? Pues claro que sí, porque el dato menos comentado del capitán Robert Fitz Roy (también escrito como FitzRoy, sin separación en el medio) fue, entre muchas otras cosas, nada menos que el padre de la meteorología. Con su vasta experiencia marítima, una actividad tan dependiente del clima, Fitz Roy pensó que las condiciones meteorológicas no eran azarosas y respondían a algunas variables que podían medirse. Cuando volvió a Inglaterra, luego de ser gobernador de Nueva Zelanda (todo otro capítulo), instaló a lo largo de la costa inglesa quince observatorios que informaban a los barcos de las condiciones climáticas. Inventó la palabra "forecast", es decir, "pronóstico", convirtiéndose en el primer meteorólogo que predecía cómo sería el clima a partir de información previa. ¡Inventó el primer barómetro, es decir, el aparato con que se mide la presión ambiental! Sufría desde tiempos remotos depresiones profundas y, en una de ellas, se quitó la vida el 30 de abril de 1865. Apenas un cuarto de siglo después, las autoridades de un país remoto, Argentina, que él visitó en épocas de Juan Manuel de Rosas con Darwin a bordo, le dedicaron el nombre de una calle, rodeado de nada menos que Humboldt y Bonpland, dos amigos aventureros y amantes de la naturaleza.
Fitz Roy, la calle, es probablemente la que más he caminado a lo largo de mi vida. No solo para volver con mis compañeros de secundaria cada tarde después de clase hasta la avenida Santa Fe (donde tomábamos licuados y jugábamos al bowling), sino también la "fatigué" (gracias, Borges) volviendo de radio La Red con mi amigo Alberto, hasta llegar al subte de Corrientes y Dorrego. ¡Tres hurras para el capitán Fitz Roy! ¡Hip hip, hooray; hip hip, hooray; hip hip, hooray!
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Muy buena. Le mandé el Newsletter a mi hijo, que vive en la calle humilde, vueltera y contradictoria, entre Loyola y Aguirre.
Todo un gil Bettany eh!