Oscar del Barco
El autor de una carta que se convirtió en una rica polémica sobre el uso de la violencia.
Murió a los 96 años, Oscar del Barco, un poeta y filósofo cordobés que inició una de las más interesante polémicas dentro de la izquierda argentina. En Diccionario crítico de los años 70 le dedicamos una entrada a esa polémica, conocida como No matar, tal como fueron recogidas, en su momento, mitad de los 2000, en una serie de volúmenes. Compartimos aquí aquella entrada del libro como despedida a un hombre que, tarde pero sinceramente, se conmovió ante la muerte.
NO MATAR
Una de las polémicas más interesantes y fértiles relacionadas con los 70 fue la que se conoció con el nombre de “No matar”. Su origen fue la publicación en 2004 en una revista cordobesa, La Intemperie, de una entrevista a Héctor Jouvet, un veterano sobreviviente de la guerrilla del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP). Aquel había sido el intento del Che Guevara en 1963 de instalar una guerra de guerrillas en el monte salteño. El relato de Jouvet es conmovedor: las penurias en el monte son extremas y la rigidez moral de los líderes es atroz. Dos de los combatientes, que claramente no estaban ni psicológica ni físicamente preparados para la empresa, son fusilados por sus propios compañeros. No por traicionar o intentar desertar sino simplemente porque eran demasiado débiles y perjudicaban la empresa colectiva.
El filósofo cordobés Oscar del Barco reacciona ante el relato y escribe una carta a la revista, que la publica inmediatamente. Del Barco expresa que al leer el relato tiene la sensación de que han matado a un hijo. “En ese momento me di cuenta clara de que yo, por haber apoyado las actividades de ese grupo, era tan responsable como los que habían asesinado”. Del Barco trasciende la autocrítica tradicional de los grupos de izquierda, más relacionada con la eficacia de los movimientos que con el contenido ético de las acciones. Para fundamentar su posición, acude a un mandato de inspiración religiosa: no matarás. "El principio que funda toda comunidad es el no matarás. No matarás al hombre porque todo hombre es sagrado y cada hombre es todos los hombres". Luego recorre la historia de los movimientos revolucionarios y señala a los cientos de millones de muertos en Rusia, Rumania, Yugoeslavia, Chinca, Corea, etc. Llama "asesinos seriales" a los grandes revolucionarios, como Lenin, Trotsky, Stalin, Mao, Fidel Castro y el Che Guevara. Admite que se puede hablar de dos demonios si por "demonio" entendemos al que mata, al que tortura, al que hace sufrir intencionalmente”.
Más adelante comenta un escrito de Juan Gelman sobre que no hay que "tapar". Y dice: "Pero para comenzar él mismo (que padece el dolor insondable de tener un hijo muerto, el cual, debemos reconocerlo, también se preparaba para matar) tiene que abandonar si postura de poeta-mártir y asumir que su responsabilidad como uno de los principales dirigentes del movimiento armado Montoneros. Su responsabilidad fue directa en el asesinato de policías y militares, a veces de algunos familiares de militares, e incluso de algunos militantes montoneros que fueron 'condenados' a muerte".
Los últimos párrafos reforzaban esa línea:
Gelman y yo fuimos partidarios del comunismo ruso, después del chino, después del cubano, y como tal callamos el exterminio de millones de seres humanos que murieron en los diversos gulags del mal llamado "socialismo real". ¿No sabíamos? El no saber, el hecho de creer, de tener una presunta buena fe o buena conciencia, no es un argumento, o es un argumento bastardo. No sabíamos porque de alguna manera no queríamos saber. Los informes eran públicos. ¿O no existió Gide, Koestler, Víctor Serge e incluso Trotsky, entre tantos otros? Nosotros seguimos en el Partido Comunista hasta muchos años después que el Informe-Krutschev denunciara los "crímenes de Stalin". Esto implica responsabilidades. También implica responsabilidad haber estado en la dirección de Montoneros (Gelman dirá, por supuesto que él no estuvo en la Dirección, que él era un simple militante, que se fue, que lo persiguieron, que lo intentaron matar, etc., lo cual, aun en el caso de que fuera cierto, no lo exime de su responsabilidad como dirigente e, incluso como simple miembro de la organización armada). Los otros mataban, pero los "nuestros" también mataban. Hay que denunciar con todas nuestras fuerzas el terrorismo de Estado, pero sin callar nuestro propio terrorismo. Así de dolorosa es lo que Gelman llama la "verdad"y la "justicia". Pero la verdad y la justicia deben ser para todos.
Habrá quienes digan que mi razonamiento -pero este no es un razonamiento sino una contrición- es el mismo que el de la derecha, que el de los Neustadt y los Grondona. No creo que ese sea un argumento.
Es otra manera de "tapar" lo que pasó. Muchas veces nos callamos parano decir lo mismo que el “imperialismo". Ahora se trata, y es lo único en que coincido con Gelman, de la verdad, la diga quien la diga. Yo parto del principio del "no matar" y trato de sacar las conclusiones que ese principio implica. No puedo ponerme al margen y ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, o a la inversa. Yo culpo a los militares y los acuso porque secuestraron, torturaron y mataron. Pero también los "nuestros" secuestraron y mataron. Menéndez es responsable de inmensos crímenes, no sólo por la cantidad sino por la forma monstruosa de sus crímenes. Pero Santucho, Firmenich, Gelman, Gorriarán Merlo y todos los militantes y yo mismo también lo somos. De otra manera, también nosotros somos responsables de lo que sucedió.
Esta la base, dice Gelman, de la salvación. Yo también lo creo.
El artículo de del Barco resultó conmocionante, más aún que lo que Jouvet había sido con su relato de la guerrilla fracasada. Su propuesta de contrición generó una polémica que se extendió en el tiempo, acumulandose y dialogando entre sí distintas notas de opinión. Las posiciones se concentraban en dos definiciones. Para un grupo, del Barco “deshistorizaba” la violencia, es decir, la sacaba del flujo político social y convertía su rechazo en un mandato absoluto. Otro grupo, más reducido, coincidía con del Barco y profundizaba la autocrítica, alentando, como Héctor Leis, a una “reconciliación”. Muchos de los participantes de la polémica que rechazaban la idea de contrición se convertirían en los siguientes años, en destacados miembros de Carta Abierta, la agrupación de intelectuales que apoyaría sin condiciones al kirchnerismo: Horacio González, Ricardo Forster, Eduardo Grüner, Nicolás Casullo, entre otros.
El rechazo de los sectores más apegados a la izquierda ejemplificaba una contradicción clásica respecto de los derechos humanos. La derrota política y militar sufrida durante la Dictadura obligó a los sectores de izquierda, casi como una forma de supervivencia, a aferrarse al discurso de los derechos humanos. Muchos de ellos aceptaron honestamente esta conversión y fueron modificando su forma de pensar, incorporando valores liberales clásicos, como el de los derechos humanos y la democracia y la república como formas de organización política. Otros se manejaron con ambigüedad entre los viejos ideales, que no incluían esos valores liberales, y el nuevo discurso. La discusión sobre del Barco se asienta sobre ese mismo conflicto: si los derechos humanos son universales, su no matarás deja de ser una invocación religiosa para ser un reclamo político en total sintonía con el de los derechos humanos que enfrentó a la Dictadura.
Por último, es interesante notar que las muertes que conmovieron a del Barco, los fusilamientos en el monte salteño, fueron hechas a miembros del movimiento guerrillero. Más allá de que el filósofo cordobés universalizó esas tragedias, es sintomático que la muerte de un policía o de un militar (o, en el caso extremo, de una víctima no involucrada en el conflicto) no podrían haber generado la empatía suficiente como para desatar este debate.
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Muy buena nota Gustavo. Seguí la polémica en la Revista Lucha Armada en la Argentina, que publicó todo el intercambio. Recuerdo también, sobre el tema, un libro de los años 80, escrito por un antiguo comunista llamado Carlos Brocato, y titulado "La Argentina que quisieron" en donde criticaba con mucha dureza la crueldad de los guerrilleros, y que, como después le pasó a del Barco, fue ferozmente atacado por sus antiguos camaradas. Muy interesante la carta de Norma Morandini, una persona a la que, al igual que a Graciela Fernández Meijide, respeto enormemente a pesar de no coincidir en algunas posturas políticas.
Siempre me agrada leer esos comentarios suyos donde se valora la vida por sobre todo, creo que es una coincidencia esencial que nos une, a pesar de las diferencias ocasionales que pueda tener con su forma de pensar.
Hasta otro momento Gustavo. Un cordial saludo