Ayer supimos de la muerte de Mario Mactas, que nos regaló una amistad increíblemente generosa. Solo le pude dar, a cambio, este testimonio en vida de mi gran admiración y el reconocimiento a su influencia. En octubre del año pasado estuvimos charlando sobre Satiricón y su vida. Hoy la volvemos a poner en circulación como un modesto homenaje.
Durante algunos de los años más politizados y violentos de la Argentina, 1973 y 1974, apareció una revista que no solo reunía en su plantel a los periodistas y humoristas más prestigiosos del país sino que estaba impregnada de un espíritu que era totalmente refractario a dejasrse llevar por los lugares comunes de la época. La revista se llamaba Satiricón y entre sus centenares de miles de lectores que la compraban mes a mes había un muchacho de 17, 18 años, que estaba abandonando la militancia en la izquierda y encontraba en la postura iconoclasta de la revista un lugar en donde pararse, sin saberes absolutos y con la burla y el desenfado como herramientas para enfrentar la locura de los tiempos. De entre las firmas, el muchacho destacaba una, la de Mario Mactas, un dandy irónico y ligeramente decadente, con aires de libertino y pluma sarcástica.
El tiempo quiso que el lector y el redactor se fueran cruzando en la vida y entablaran una modesta y pudorosa amistad. Como resultado de esa confianza, conversamos un rato con Mario sobre aquella publicación realmente revolucionaria, para poner nuestra charla en la consideración de los lectores de Maxikiosco.
Satiricón fue tan libre que sufrió la censura en tiempos de gobiernos constitucionales y la persecución en época de militares de algunos de sus redactores, a pesar de no tener filiación política, sólo por subvertir la moral. Mario Mactas, junto a otros, estuvo una semana en un centro de detención y de eso también nos cuenta en esta conversación. Seguiremos en próximas ediciones analizando el contenido de la revista y recordando algunas de sus notas.
(Las ediciones de Satiricón de aquellos años pueden encontrarse en pdf en el sitio de AHIRA)
¿Volvés a leer lo que escribías en Satiricón?
No me gusta leer cosas mías. Me da miedo.
Te ponés incómodo.
Y, encuentro defectos rápidamente. O por lo menos los imagino. No me gusta. Hacer un museo personal de uno es una ridiculez. Y tampoco he vuelto a la colección de Satiricón.
¿Pero la tenés?
Parte. No toda. Pero buena parte. Y cuando se cumplieron 50 años se refrescó todo eso en la Biblioteca Nacional. Una chica enseña periodismo y hay una materia optativa donde figura Satiricón allá en Madrid. Modificó todo impensadamente. Hubo muchas divisiones así dentro en un momento ultrapolítico. La gente tenía que tener dónde te analizás o dónde militás. Yo empecé a sentir una molestia muy grande en eso. Me di cuenta que era un lugar envenenado de la Tierra y que iba a arder. Se habían producido cambios dolorosos. Por ejemplo, cuando murió el Che Guevara me entristecí enormemente y pocos años después me parecía solamente que era un señor fotogénico.
Justo hoy leía una nota tuya de los últimos números que te expresabas —era buenísima la nota— el fastidio de tener que tomar partido, de la militancia.
Estaba muy cansado de eso.
Un fastidio muy grande y muy raro para la época.
Sí. Se produjo en ese momento el alejamiento entre Carlos Ulanovsky y yo. Éramos muy amigos. Empezó con el hecho de que me vino a hacer una nota. Escribía los guiones de la revista de Dringue Farías de Canal 13, junto con otros. Entonces le pareció a alguien en la redacción, que era Confirmado, que era una buena nota. Me vino a ver ahí delante de unos amigos casi fraternalmente. Esta época empezó a resquebrajarse porque Carlos era más próximo a la necesidad de ser un militante. Tal vez enfervorecido no del todo, pero claramente sí. Seguimos siendo amigos, pero nunca nos vemos.
Sí, hay una distancia.
Claro. Cuando me dieron, le daban a mucha gente, Personalidad Destacada de la Cultura en la Legislatura, él habló.
Ah, ¿estuvo?
Sí. Hubo un par de discursos y su discurso, que para mí era muy interesante y muy emocionante, o por lo menos te movía, pero el centro era más bien cómo es posible querer y mantener una amistad con un amigo reaccionario.
Es increíble eso.
A mí me pareció como el culo, pero me divertía al mismo tiempo. Mi definición acerca de lo reaccionario es precisamente lo contrario, lo que él supone progreso es regresar a épocas de propiedad común con un chamán y un cacique que representa mágicamente a los pueblos y la violencia y la lucha armada, que yo rechazaba enormemente. No porque me horroricen las armas: mi padre coleccionaba armas y debe haber matado cantidad de perdices y cosas horribles en el campo. Los chicos son bastante crueles. De chico iba mucho al campo y matás cualquier cosa: pajaritos adorables, una cosa horrible, pero a los chicos les gusta, les gusta matar. Y ahí la lucha armada no era por las armas que me repugnaban como un pacifista, sino porque iban a perder como un grupo de imbéciles, arrogantes, equivocados. Habían levantado la bandera de Perón: Perón era un tipo muy inteligente, muy cruel e ideológicamente era nazi. ¿Cómo podían armar una revolución que imaginaban parecida a la cubana? Eso le molestaba mucho a Perón. Muchísimo. Pero como tenían una cualidad estratégica importante, empleaba este tipo y después los mandó a la mierda.


A mí lo que me llama la atención de que la gente como Carlitos Ulanovsky no puede hablar de un amigo de la vida sin marcar la diferencia.
Sí, sí, sí. Lo hizo de manera sonriente.
Amable.
Amable, pero el centro de la larga exposición, de media hora, reiteraba como leitmotiv este tema.
Pero eso es para justificarse con los amigos.
Yo creo que sí.
Es decir: “Yo le rindo homenaje, pero…”.
Con los amigos normales… En consecuencia, yo me fui abriendo y se produjo dentro de Satiricón —que fue breve, duró dos años— un resquebrajamiento. Los más politizados, buenos amigos también aún, algunos murieron absurdamente, como Guinzburg y Abrevaya, pero Dolina, Cascioli, permanecieron, pero ya les parecía que se estaba echando vía a la derecha. Y en realidad no nos echábamos a la derecha, la clave de Satiricón es la iconoclasia.
Exactamente.
La historieta "López Rega portero" dibujado por Pérez D’Elías con un guion terrible era un riesgo de vida. Susana Giménez era bizca (Se ríe). Y nada quedaba en su pedestal, aunque por el medio los textos reconocían un afecto y un aprecio. Pero no. Graciela Borges era la pálida viuda, terminaba mal. Yo permanezco en amistad con ella, pero el hecho de que me pareciera terminada a mano la cara, era evidentemente así.
Claro, no es una belleza industrial, terminada a mano, es hermoso el concepto.
Terminada a mano. Y allí había no grandes discursos sino un proceso que parte los génesis, que se iba abriendo y se abrían otras cosas, como Mengano y Chaupinela, que no tenían el it que tenía Satiricón.
Sí, fue una cosa única.
Única que modificó el lenguaje, una generación y la siguiente. Los jóvenes la leían y los padres también. Y tenía la aprobación, el número de un programa bueno de televisión.
Sí, 300 mil. Impresionante.
Impresionante. Todo era creativo, todas las cosas eran deliciosas.
Sí. “Estamos podridos de”.
Todo, todo, todo. Los gays, pan con pan, todo entraba.
Era una libertad extraordinaria. Pensá que yo tenía 17 y 18 años. Era fanático.
Eras un adolescente. Y se incorporaban personas como Karadagián, Panzeri, Bonavena.
Panzeri escribiendo de espectáculos.
Sí, era el director de Espectaculón.
Sensacional. Es brillante.
Era muy lindo.
Yo tenía un recuerdo muy cariñoso de la revista y ahora está publicada en internet, están todos los números, se pueden leer perfectamente. Tenía un poco de miedo. ¿Viste cuando decís ‘con qué me voy a encontrar’? Por ahí mi adolescencia se dejaba encandilar. Y la verdad que me quedé impactado. La revolución que fue eso.
Era impresionante. Y había un gran ardor. Uno tenía ganas de estar en esa redacción. Y de hacer pequeñas maldades. Por ejemplo, Carlos Blotta, el hermano de Blotta y yo, formábamos lo que se llamaba el Círculo Hermético. Los otros, que querían cambiar el mundo con sus ideas, no entraban. “Hola, ¿Qué tal?” y nada más. A propósito. Todas las películas elegidas como obras maestras eran imprevisibles e inaceptables. Eran todo Armando Bo, Bruce Lee y el primer Clint Eastwood.
Sí, sí. Sensacional. Cuando nosotros hicimos El Amante, para la mayoría de mis compañeros su influencia era Cahiers du cinéma. Y la mía era Satiricón. Yo no sabía mucho de cine, no había leído mucho de cine, pero para mí la inspiración era Satiricón, sobre todo por esa iconoclasia que decís vos.
La iconoclasia es la definición. En el primer número se expresa. Mal. Lo escribí yo como el culo. Estaba bien escrito desde el punto de vista que no ofendía el idioma, pero contaba cosas que eran muy indirectas y no iba al grano. Si se explicaba un autor ruso, qué significaba la iconoclasia o iconoclasta y de dónde venía y qué se yo. Entonces éramos conscientes, vagamente, de que era la clave de lo que ocurría.
¿Cuál era el núcleo? ¿Eras vos, Hanglin?
No, Hanglin vino después. Yo estuve 11 años en España después cuando me chuparon. Entre otras cosas, imagino por Satiricón, sin ninguna militancia política, pero razones, digamos, morales.
Sí, eras un libertino.
Estuve en dos lugares y quedé libre, según Luis Brandoni, por un pedido del general Corbetta. Se lo dijo a él un diplomático. Pero en general lo que ocurría ahí adentro era que los que estaban tuyos no se podían tocar. No te podías meter ahí. Pero, por suerte, ocurrió lo contrario y salí como un espectro.
¿Cuánto tiempo fue?
Siete u ocho días. Y nadie decía nada. Magdalena Ruiz Guiñazú sí. Rompió una lanza: “¿Dónde están los de Satiricón?”. Por izquierda subió a la redacción en la calle Córdoba y Esmeralda una mina increíble, como una Nicole Kidman de 25 años. “Hola, ¿Qué tal? Quería hablar con vos. ¿Te puedo hacer una pequeña entrevista?”. “Sí, ¿Cómo no? Bajamos y estaban los coches allí. Ese día después de discutir con mi primera mujer a la distancia, estaba en España, después de la muerte de su segundo marido, que era Ortega Peña, había quedado pésima y se fue con mi pequeña hija Mariana, que es adorable.
Mariana, claro.
Después de discutir, cosas repugnantes de mi parte, “tiene que estar en mi patria”, cosas que me avergonzaría decir hoy, finalmente ella dijo “no me hizo cosas buenas, en realidad, pocas cosas”. Pero sería de poco caballero mencionarlo. Bueno, va a venir Mariana, tenía cinco años, sola. Ya había ido varias veces a Colombia, donde fue mi primera escala. Porque no sabía dónde iba y tenía 48 horas. Va a venir aquí y después se irá de vacaciones a España. Y vino. Y ese día, cuando me disponía a levantarme con un montón de personas en un restaurante chino que quedaba frente a la redacción, el dueño, el chino me dijo: “Qué popularidad, hay mucha gente que te está siguiendo”. Le digo: “¿Cómo? Qué raro”. Y al rato vino la mina, bajé y estaban con los sobretodos y los fierros. “¿Entrás o te pongo acá?”. “No, yo no entro”. “Te pongo acá mismo”. Una amiga de mi madre que por allí pasaba, era de día, vio eso. Le avisó a mi madre. Mientras tanto, Mariana a los cinco había llegado a Ezeiza con sus cositas sola.
Ay, pobrecita.
Y dije “qué horror, ¿Ahora qué va a pasar?”. Porque yo ya estaba chupado. Mi madre, a la que le gustaba correr mucho en auto por naturaleza, corrió como nunca y la encontró en un pasillo sola, la agarró de la mano despacito, caminando, haciéndose la boluda, para que preguntaran quién es esa chica, quién la viene a buscar y la fue a buscar o lo que sea, y la fue a buscar.
¡Menos mal!
Y dijo que íbamos a ir a lugares bonitos, que íbamos a andar mucho a caballo, porque nosotros tenemos un parentesco con los caballos de generación. Y se tuvo que volver. Y los tipos me dijeron, es lo único que voy a contar de ahí adentro: “No te preocupes porque ya los mataron a todos”.
¿Y esto fue antes del golpe?
Un poco después del golpe.
O sea, ya fueron los militares.
Pasó un año. Casi un año. Había que llevar los originales a una oficina de la Marina y leer todo lo que íbamos a publicar… Hicimos intentos miserables como El Ratón de Occidente.
El Ratón de Occidente. Yo compré todas.
Eran buenas. Yo me ocupaba de lo cultural, hicimos cosas juntos con Federico Manuel Peralta Ramos, publicamos a dúo un montón. Después de El Ratón de Occidente, le pedíamos a Sara Gallardo, que era de mi amistad diaria. Le digo: “Sara, ¿Por qué no escribís El Pituco en las letras? Y lo hizo. Por cierto, no se incluyó, pero habló de Borges, de Hernández, de Lynch, de Ascasubi, de Bioy Casares, de Silvina Ocampo, de todo. La idea de que el pituco en las letras también habían construido, como Estanislao del Campo, la Gauchesca, no solo habían construido una excelente literatura sino también un país.
Qué bueno.
Lo hice y lo guardo. De pedo, porque en realidad al irme tuve que tirar muchísimas cosas.
Cuando a vos te sueltan te vas del país.
Nos llevaron a un lugar, en algunos lugares había que subir y bajar, “te vas a no sé dónde”. Como estás sin ver y atado, a lo mejor era un traslado dentro del mismo lugar y no salían. “Los dejamos en una plaza de Quilmes. Soltaron las manos. Contá hasta 100 y sacate el tabique”. Y yo conté hasta mil porque no estaba seguro y estaba acostumbrado a la idea de que era como una patada cuando te daban un botinazo y chau. Pero allí estaba, estaba Pablo Muchnik; una chica de Satiricón, coordinadora, preciosa, Silvia Vesco, todos espectrables. “¿Y qué hacemos?” “Vamos a tomar un taxi”. Pero el riesgo de que el taxista te batiera. “¿Y estos quiénes son?”. Y llegue a mi casa en Belgrano y había un montón de personas esperando.
¿Sabían que te iban a liberar?
Husmeaban. No podían saberlo. Pero cada día se reunían cuatro, cinco o seis personas.
Y tocaste el timbre y apareciste vos. ¡Qué momento!
Inmediatamente me tomé unos whiskys. Chupaba por entonces considerablemente. Gracias a Dios soy abstemio. Pero por entonces se veía. Y yo con mi generación, además de las facultad en Buenos Aires y esas cosas, había empezado a trabajar en El Siglo y en El Mundo, no había una carrera de periodismo pero sí había una especie de escalafón: eras aspirante, reportero, cronista, redactor, jefe de página, así. Una carrera. Y a la salida, en uno de esos diarios, se bajaba al taller, se imprimía con plomos, a ver siempre como una novedad el día nuevo. Y a las dos o tres de la mañana se iba a comer: puchero, vino. Grandes maestros de la lengua española extremadamente borrachos y felices a los que no les importaba la plata en absoluto. Y se hablaba, se hablaba y se hablaba. Era simplemente maravilloso. Hombres y mujeres.
Escuchame, y en la época de Satiricón, ¿era una vida de redacción así de todos los días?
Sí, pero sin un horario fijo.
Pero había un clima de redacción.
Se iba, sí. No había ninguna posibilidad ni siquiera imaginarlo de una cosa remota, solamente hablar por teléfono.
¿Y en ese lugar confluían todos los monstruos que eran?
Bueno, estaban Dolina, Guinzburg, Abrevaya, Panzeri, Trillo, Fontanarrosa, Crist, todos.

Una concentración de talento pocas veces vista.
Algunos iban y venían. Fontanarrosa venía de Rosario, Crist de Córdoba. Eran dibujantes. Crist quizás no era reconocido. Es, creo. Callado, simple, que tenía cierta afición aristocrática. Era miembro del Club de Tiradores de Pólvora Negra.
Qué especialidad, ¿no?
Un dibujante extraordinario, reconocido por los dibujantes. En un cuadrito hacía cosas maravillosas.
¿Y él es de los que arrancaron en Hortensia, en Córdoba?
No. Sí, se sumó, pero lo hizo otra persona que era preciosa.
Hortensia era gran revista también. Después del golpe estabas sacando El Ratón.
No, antes intentamos por las dos clausuras que habíamos experimentado sacar otras cosas mientras permanecíamos en vida. En el medio salió El Caudillo con la tapa de Carlos y yo: “El mejor enemigo es el enemigo muerto”. Nos fuimos al campo, como si allí nos protegiéramos, pero estuvimos un buen tiempo allí. Y después, entonces, pensamos qué sucedáneo podíamos hacer. El Ratón de Occidente le puse yo. Sonaba la palabra occidente subliminalmente, para decir “no vamos a izar un trapo rojo acá”. Y sí, fue eso. Y todos los suplementos, humor chancho, que tenían un gran suceso y se vendían mucho.
Bueno, con el tema del sexo fue muy liberador. La Satiricón misma era increíble.
Era impresionante. Emanuelle también. Era la única publicación femenina dirigida por un hombre.
¿Y quién la dirigía?
Cuqui Blotta.
¿Y ganaban plata?
Yo era empleado. Era un redactor estrella. En realidad, prácticamente junto con Carlos la hacíamos toda en cuanto a selección de temas, pero las decisiones las tomaba Blotta, Cuqui, que es un chico de genio. No parece, si es que alguien parece de genio: muy bajito, con una voz tipo Alberto Fernández, pero tenía unas resoluciones interesantísimas, definiciones.
¿Pero vos tenías un sueldo que te permitía vivir?
Sí, vivíamos bien. Y en ese momento, después de una lucha, finalmente se había resuelto que la empresa Editores Asociados, que era en realidad una agencia de publicidad, la empresa en la que salía todos estos títulos nos iba a dar una participación de entre el 15% y el 20% cada uno, Ulanovsky y yo. Es decir, íbamos a ganar guita, cosa que no me ocurrió en mi puta vida.
Nunca lo lograste.
No, yo nunca he firmado un cheque en mi vida, jamás, de verdad. No, pero ganábamos guita y gastaba mucho. Se vivía muy bien. Estaba todo el sector paquete que se fue incorporando, chicas, medio por una razón que no vale la pena contar llevé yo a unas amigas, que se incorporaron y se convirtieron en unas fanáticas y embebidas de los ideales imprecisos, pero claramente insultantes, al borde del insulto de los temas y personas que se abordaban. Era de actualidad. Era un órgano periodístico.
Sí, totalmente. Pero me impactó ahora revisándola que a contramano de la época era.
Completamente
Eso no me acordaba tanto. Yo me acordaba de mi entusiasmo, de cosas que vos escribiste en particular, pero no me acordaba…
Tenía una serie que se llamaba “Contra toda forma de opresión” que más o menos intentaba sin lograrlo francamente del todo, grosso modo, contra toda forma de opresión.
Mejor definición imposible.
Imposible. Lo saqué de un poema de Ezra Pound, que es muy difícil de leer y muy repugnante como persona, pero me gusta todo leer y la poesía desde chico me había desvelado, los grandes poetas. Cantos Pisanos es largo, con muchas sugerencias a cultura clásica. Un verso dice: “Ir cantos míos contra toda forma de opresión”. Dije “lo voy a tomar”.
Buenísimo, viste la frase.
El resto del poema, no desechable. Simplemente para mí era muy hermético…
No lo cazabas. Pero ahí tenías toda una definición de una ética.
Una ética. La mantengo.
Un poco una idea liberal, en algún sentido.
Sí, era liberal.
Era complicado. Liberal, además, no solo como Alsogaray, en la economía, sino…
No en la economía, en cuanto a las relaciones entre personas, las decisiones del cuerpo, el comercio más que la economía
Claro. La libre voluntad de las personas. ¿Y cómo se acerca Hanglin?
Vino a contramano. Se había ido antes. Hanglin es un personaje Zelig. Ha sido ejecutivo de empresas multinacionales; hippie de vincha, de sandalia, de porro; posteriormente liberal de María Julia. Él volvió de España, yo todavía no me había ido. Éramos amigos del colegio y lo llamé para participar en Satiricón.
Ah, vos lo llamaste.
Sí, yo lo llamé porque no sabía qué hacer él. Y después empezó un proceso de escalamiento que le tengo aprecio a Hanglin en buena parte de los aspectos de su vida, pero realmente la arruinó, la hizo absolutamente conservadora, incorporó al Neustadt.
Sí, bien corrido a la derecha, ¿No?
Claro. Más vulgar. Hay un cierto conservadurismo ilustrado que vale la pena tener en cuenta también.
Ahí aparece, hay entrevistas, hoy estaba viendo a Manrique, Alsogaray. Eran muy buenas las entrevistas.
Manrique fui yo, con una chica que también hacía fotos. Manrique en una oficina en ruinas. Había que subir por la escalera. Era un escritorio, una jubilada añosa, probablemente una amante también. Estaba hecho polvo. No se había beneficiado de cosas importantes como conocer dónde estaba el cuerpo de Evita, por ejemplo. Fue uno de los encargados de ese operativo. O inventar el PAMI
Sí. El PRODE, inventó el PRODE.
Con la fastrufia y la deshonestidad argentina tendría que haber vivido en un castillo.
Un porcentaje, si ligaba un 2% del PRODE, era…
Incluso, sin ser ilegal: una canonjía que se considera propia de la política, la parte del canónigo
Y él no la tenía.
No la tenía.
Qué notable.
Qué notable. Y un marino. Era un tipo histórico. El tema de Evita lo pone en la historia. En algún lugar, lo pone. Pero estaba medio en una situación extraña. Digamos que no ensillaba con todos los mandiles. Soñaba cosas.
Qué genial. Y después, nunca tuviste la fantasía, una vez que pasaron todos los sucedáneos, Chaupinela, Mengano, etcétera, ¿No tuviste la fantasía de volver a hacer algo?
Yo no, pero Carlos Ulanovsky y Carlos Blotta me convocaron, como se dice en el fútbol, a hacer un nuevo Satiricón. Y fracasó.
¿En qué época?
Hace 20 años más o menos
Ya no era…
No tenía el it. Lo podías leer, pero lo podías dejar en el tren.
No dejó memorias.
Ni se vendió, que es lo peor.
Pero, qué bárbaro, 300 mil ejemplares.
Los Vigil desde Atlántida llamaban porque los subestimaban, estoy seguro, a los Blotta. Yo venía de allí, de Gente, pero no podían subestimarlos. Los unían a las reuniones de editores y esas cosas porque mandaban.
Claro. Sí, sí. Qué bárbaro. Ahora, después en los 80 aparece Humor.
Yo no estaba. Eso no importa, salía de todos modos (risas).
Y era como una cosa muy distinta porque tenía… Era como un santuario progre.
No me gustaba.
Era de un espíritu muy distinto.
Me chocaba muchísimo todo ese espíritu psicobolche viejo. Y además, en cierto modo, era la niña para que tocara "Para Elisa" si vienen las visitas. Quiero decir, estaba permitido con los milicos.
Claro. El nene que toca el violín.
Esa es mi opinión.
Pero además, a mí lo que me impresionaba era que tenía un santuario de los artistas que estaban bien.
Eran los héroes populares. ¿Pero por qué juntarlos en una especie de secta donde la izquierda consagraba y los otros no? Y Picasso se dio cuenta: era un psicópata genial pero fue a la Unión Soviética y se afilió allá. ¿Por qué? Porque sabía que sin la izquierda, ya era importante, pero la consagración absoluta era la izquierda.
Tenía que estar ahí.
Y los hijos de puta que cuando tomaron los alemanes París no lo tocaron nunca, lo iban a visitar.
Qué genial.
Y no les parecía arte degenerado ni nada.
Después, me acuerdo mucho, yo creo que no era de Satiricón esa nota, una que me impactó mucho, no sé si escribiste vos y Ulanovsky, o vos solo.
Escribimos mucho juntos.
Sí, pero era sobre Sinatra.
No, sobre Sinatra la escribimos Peralta Ramos y yo.
¿Peralta Ramos era?
En El Ratón de Occidente.
El Ratón era muy buena.
Sí, era la idea con mi coequiper, mi amigo, era que Sinatra era la voz de Dios, por así decirlo, porque siempre había una canción clave de algo que estaba en ese momento ocurriendo en el mundo. Por ejemplo, la terrible Segunda Guerra Mundial, la pena, la depresión, etcétera, cantó "Young at Heart". Después de la Segunda, una canción que era clave también que ahora recordaré, y ya después de Vietnam, "Let Me Try Again", que no tiene nada que ver, es una canción de amor, pero en nuestra teoría…
Era muy bueno eso: “Dame otra oportunidad”. Genial.
No se daba cuenta porque Sinatra vivía en un mundo raro.
Además le llegaban las canciones y las cantaba.
Seleccionaba muy bien.
Sí, no era tonto.
Además, él era un músico extraordinario. Tenía un oído… Yo conversé con Miles Davis en Barcelona, ya me estaba por ir, me quería quedar en España. Mis suegros en la playa, yo vi que tenían unos cabildeos con mi mujer de entonces largos, yo no participaba, y estaba seguro que le estaban comiendo el coco para volver.
Claro.
Como el efecto fue, entonces mi mujer de entonces, su virtud grande fue que era muy joven, tenía 21 años, recién había terminado su carrera de arquitectura, una familia muy rica, se oponían a que yo partiera al exilio con cierta famita medio rara que tenía yo en cuanto al donjuanismo, a la nocturnidad, exageraciones porque yo jamás he cortejado ni nada, pero cargo con esta cara, es inexplicable, pero he ligado mucho, importante por otro lado, porque no he cortejado, simplemente he formulado siempre la fórmula de Lord Brummell: “A la chica del mercado, como una princesa. Y a la princesa, como una verdulera”.
Y funciona.
Siempre. Esta es la princesa: “¿Qué tal, gorda?”.
Y a la verdulera la tratás…
“Qué guapa sos, pero no me pongas los tomates podridos”. (Risas)
Qué lindo.
Y claro, siempre he tenido un desvelo para averiguar, como todos los hombres, creo, los hombres heterosexuales, cómo es el otro lado de la luna.
La cosa misteriosa.
La cosa misteriosa, cuando te quedás a dormir en la casa de alguna mujer, mirás los jaboncitos, es como descubrir un nuevo continente.
Sí, maravilloso. Mario, estaba viendo muchas de las cosas que escribiste y que salían en la revista. Ahora no podrían publicarse.
¿Ah, sí?
Estarías cancelado.
Pensaba lo contrario: que a la distancia, aquel quilombo y escándalo con Satiricón me parecerían historias infantiles.
Pero cuando vos escribiste un artículo muy bueno que era sobre los gays, que “todo bien, hagan lo que quieran, pero no me digan que tienen una sensibilidad especial”. Hoy no podés escribir eso.
No, tenés razón. Le pedimos a María Eugenia y a Alicia Barrios, hoy de moda nuevamente…
Alicia volvió al ruedo.
Claro. Que escribieran, creo que fue para Emanuelle en este caso, hay que dar o no el rosquete. Una estaba a favor y otra en contra (Risas). El auge de la cultura anal, una tapa.
¿Argumentaban a favor y en contra?
Una a favor y otra en contra. No era tan a favor de manera excluyente, ¿Pero por qué no? (Risas)
Ay, qué gracioso.
Y así transcurrió.
Muy feliz.
Sí. Estuvo lleno de aventuras.
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Todo esto me parece maravilloso. Tuve la oportunidad de conversar con él de improviso en Avenida San Juan y Chacabuco. Yo no podía entender como el tipo que escuchaba en la radio desde chico me prestaba atención. Un genio.
Ayyyyy que buenísimo 👏 👍 👌 🙌