Concluida la primera mitad del año puedo decir que no tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas de que Netflix estrenó la mejor serie del 2024, independientemente de lo que se estrene en la segunda mitad. Noriega ya la recomendó en la última entrega de su Agenda personalísima: se trata de la serie israelí de ocho capítulos mal titulada en nuestro país “Vientre funcional”.
Su título original es “Guf Shlishí”, lo que significa “Tercer cuerpo”, parecido al título en España, “La tercera persona” pero distinto al que se eligió en inglés, “A Body That Works”, “Un cuerpo que funciona”. Cuenta la historia de una pareja que no logra alcanzar la paternidad y termina decidiendo que la solución es un embarazo subrogado.
Son una pareja de clase media alta, intelectual, editora ella, abogado él, lindos, se llevan razonablemente bien, pero la frustración por los embarazos perdidos comienza a hacer estragos. La subrogación parece ser una buena solución, pero el tema es que, si tres es multitud, con la incorporación de la madre gestante aparecen también su exmarido, su hijo, su padre, los padres del padre biológico del niño por nacer, una estrella del cine que le mueve el piso a la editora, etc. Un embarazo es un evento entre milagroso y monstruoso (¡una persona crece dentro tuyo!) y un embarazo subrogado multiplica la extrañeza por mil.Habiendo explicitado los lineamientos principales del argumento me gustaría reflexionar sobre los temas que la serie explora con maestría sin bajar línea ni derrapar con giros de guion inverosímiles o maniqueos.
Hay tres líneas principales que la serie desarrolla: el deseo de tener un hijo, la posibilidad de atravesar un embarazo y las implicancias de convertirse en madre/padre.
El título original es pertinente. Cuando una pareja desea tener un hijo, luego de la gestación o adopción un tercer cuerpo se incorpora al dúo original. Antes de que el bebe nazca, ese tercer cuerpo va a estar dentro de la madre, lo que duplica su cuerpo para también ser tres. Por el momento (y desde que el mundo es mundo) para que nazca un nuevo ser humano se necesitan un ovulo, gameto femenino, y un espermatozoide, gameto masculino. Esta condición biológica insoslayable a cualquier construcción cultural más el hecho de que el cuerpo de las hembras es el único diseñado para llevar al bebé en el vientre (al igual que sucede en casi todo el reino animal con la sola excepción de los caballitos de mar y los peces pipa) hace que la experiencia de gestar un hijo sea lo que más nos acerca al origen, a nuestra animalidad.
Una vez superada esa condición biológica y a la vez siempre partiendo de esa base inalterable, la ciencia encontró muchas maneras de concretar el deseo de tener un hijo y la legislación de cada país acompaña, o no a esas soluciones científicas. La de subrogar un vientre para implantar un embrión de la pareja que quiere convertirse en padres es una de ellas. En este caso podríamos hablar del cuarto cuerpo: el de ambos padres, el del bebé en gestación y el de la mujer que lo va a gestar, en inglés a esta persona se la llama Gestacional Carrier. Otro término adecuado ya que sin un cuerpo/vientre que transporte o cargue el embrión por al menos siete meses no hay reproducción posible.
Es en este punto de la condición femenina del vientre que porta al bebé donde me gustaría detenerme. Esta condición única e intransferible le da a la experiencia de la maternidad una singularidad que aún el padre más amoroso y dedicado no puede experimentar. Hombres y mujeres son indispensables para tener un hijo, pero sin el cuerpo de la mujer esto no sería posible. Entonces, esa duplicidad de lo femenino —el gameto pero también el cuerpo— hace muy distinto su rol en el periodo de gestación, en el nacimiento y en los primeros meses de vida del bebé.
Mirando American Idol tuve la comprobación empírica de lo que digo. Un participante estaba por quedar seleccionado entre los finalistas, una oportunidad que podía cambiar su vida. En ese mismo momento su mujer estaba en la sala de partos por dar a luz al hijo de ambos. El hijo era de los dos por partes iguales, pero la madre jamás podría haber estado participando de un concurso a punto de parir. No estoy quejándome, ni acusando a los hombres de nada malo. Al contrario, creo que aceptar esa gran diferencia y poder reflexionar sobre ella nos permite transitar la maternidad de otra manera.
Si estar embarazada y parir es lo que distingue a los hombres de las mujeres en el proceso de tener un hijo: ¿por qué una serie que tiene como una de las protagonistas a una mujer que no puede llevar a su hijo en su vientre hasta parirlo habla como muy pocas veces lo hizo una ficción sobre la maternidad?
Elie es la madre del bebe que lleva en su vientre Chen, la gestante. Elie es rígida, obsesiva, controladora y poco afectiva. Ido, su marido, por el contrario es paciente, cariñoso, comprensivo y relajado (aunque cada tanto frente a situaciones conflictivas le falta el aire). Chen empatiza con Ido casi al instante y a los pocos meses de embarazo pide tratar solamente con él. Elie, consciente de sus limitaciones, da un paso al costado.
La trama se va desarrollando junto con el embarazo y el alejamiento de Elie es tal que el día que Chen va a parir se encuentra viviendo en Londres. La escena que se desarrolla inmediatamente antes del parto es extraordinaria e ilumina la idea de esta columna. Como el chico de American Idol, Elie podría no estar el día que nace su hijo, pero Elie es mujer y es madre, aunque no lleve al bebé en su vientre. Chen ya es madre de Uri, su hijo de 11 años, y perdió a su madre cuando tenía la misma edad que Uri. Chen empieza a tener contracciones. Van al hospital con Ido y le dicen que deben esperar a que haya mayor dilatación. Chen está asustada, a pesar de que Ido siempre estuvo ahí para lo que ella necesitó y necesita. Chen llama a Elie para calmarse. Comienza a caminar hablando por teléfono con ella. Una está en Tel Aviv y la otra en Londres. Mientras tanto, Ido la espera sentando en un banco de la calle. Aparece su madre que le dice: “No puedo quedarme quieta esperando el nacimiento de mi nieto”. Ido la invita sentarse y ella le pregunta por Chen y ahí se produce un diálogo que revela la clave de lo indecible de la maternidad:
“¿Vas a acompañarla en la sala de partos?”
“No, ella no quiere.”
“¿Y su mama?”
“No tiene, la perdió de muy chica.”
“¡Pobrecita!”
Allí la madre hace una mueca con la cara que solo hacen las madres (y más si son judías) y le cuenta que el padre de Ido se quedó durmiendo en la casa mientras ella paría, pero que no fue tan grave, porque ella estaba con su madre.
Y ahí pronuncia LA frase:
“¡Necesitamos una mamá!”
Ido fastidiada pregunta: “¿Para qué?”
Y la madre comienza a decirle: “es difícil de explicar…”
Sí, es difícil de explicar, pero es así. Chen lo sabe y por eso solo quiere que Elie este en la sala de partos con ella. Elie se toma un avión y está ahí con ella y para ella.
Esa condición única que tiene el cuerpo de las mujeres, más allá de haber llevado o no un embarazo a término, genera una comunión que hace que necesitemos a una mamá o a una figura materna cuando nos convertimos en madres. Un nacimiento despliega ese hilo invisible que se trasmite de generación en generación. No importa si parimos a nuestro hijo, si otra mujer lo parió por nosotras, si lo adoptamos o lo tuvimos sola. En cualquiera de los casos todos necesitamos una mamá. ¡Gracias Patricia!

Si están satisfechos con nuestra tarea, piensen en colaborar con un poco de dinero mensual de manera de ir construyendo una base de seguidores pagos que nos permitan mantener y desarrollar este emprendimiento. Los valores pueden no significar mucho en sus economías mensuales pero para nosotros son un ladrillo más para construir el servicio que soñamos.
Vean si algunos de los valores de acá abajo les resultan accesibles, el aporte es mensual vía Mercado Pago (PayPal para el extranjero) y podés salir cuando quieras sin ninguna dificultad:
Transferencias directas cuando quieran y lo que quieran al alias gusnoriega.
Y, como siempre, los que quieran colaborar desde el exterior, lo pueden hacer vía PayPal: