Créase o no, todavía hay gente amiga que en un encuentro casual te pregunta: «¿Estás escribiendo?» Toda una vida he recibido esa pregunta que por algún motivo me irrita. Tal vez porque me consta que al otro no le interesa en absoluto si estoy escribiendo o no. La próxima vez diré «No, ahora soy modista».
Cecilia Absatz. Viejo Smoking.
Esta entrega es un modesto homenaje a la sección “Odio todo”, de Viejo Smoking, el newsletter pionero y faro, de la gran Cecilia Absatz. Sin pretender tener su elegancia y su manejo magistral del lenguaje, me voy a permitir enumerar en esta columna lo que me da odio. En realidad, no alcanzarían los caracteres porque soy una persona a la que la ira se le da fácil, pero intentaré hacer un salpicado de mis exasperaciones varias.
El demonio ha encarnado en este siglo en los sistemas de reconocimiento virtuales, especialmente en el facial y en los denominados captchas. Con respecto a estos últimos no entiendo muy bien porque las computadoras necesitan comprobar que sos un humano. Si no lo fuéramos, ¿cuál sería el problema? ¿Habrá robots que quieren saber cuántas infracciones de tránsito tienen y no lo sabemos? Inexplicable, al menos para mí. ¿Para qué necesitamos tipear un captcha diabólico que tiene una raya arriba de las letras y números, se esfuma, no sabes cuál es mayúscula y minúscula, no se entienden las letras? Sufro cada vez que me requieren eso y en pocas oportunidades puedo entrar con el primer captcha, casi siempre debo intentarlo más de tres veces. Agradezco cuando en lugar del captcha te piden que identifiques las imágenes en donde ves, por ejemplo, un semáforo. Debo confesar que alguna vez con ese sistema también fallé en el primer intento. Tengo universitario completo con honores, pero aun así no es fácil.
Ahora el horror absoluto es cuando el trámite en cuestión te requiere reconocimiento facial, ahí ¡sonamos! Un llamado a la solidaridad, los adultos mayores de cuarenta años usamos anteojos. En mi caso los uso desde que tengo siete años y sin anteojos literalmente no veo nada. Lo primero que te dice el mecanismo del mal es: “acercá tu rostro sin anteojos”. Ahí empieza una lucha entre el óvalo, vos, la distancia y el centrado de tu rostro. El celular te dice: “acércate, aléjate”. Y vos sin anteojos no ves lo que estás haciendo. Así aparece la leyenda una y otra vez: “No hemos podido identificar tu rostro, inténtalo de nuevo”. Grrrrr. En la última oportunidad en que tuve que hacerlo, luego de varios intentos fallidos, para evitar revolear el teléfono, me puse los anteojos y ¡albricias!: lo logré. Se los recomiendo: ¡Otro mundo se abre paso cuando intentas reconocer tu rostro con los anteojos puestos!
Sacando este ejemplo no tengo grandes odios por los objetos inanimados, la mayoría de las fuentes de mi ira son los “otros”. No me enorgullezco de mi falta de paciencia con el prójimo ni de mi intolerancia, pero no puedo evitar pensar varias veces al mes: ¡la gente es boluda! La mayoría de esa gente, por suerte, son desconocidos. Por ejemplo, no sé si ustedes saben que vivimos en el país de las colas. A la gente en Argentina le gusta hacer colas, aunque no haya necesidad de hacerlas. El ejemplo célebre que tiene también cultores internacionales es la cola en el embarque para subir al avión media hora antes de que anuncien la posibilidad de embarcar. Los asientos están asignados, no vas a poder subir antes que los demás, no vas a encontrar un lugar mejor por hacer la cola. La única explicación posible es la ansiedad y obtener más espacio en el compartimento para el equipaje de mano. Mala relación costo/beneficio. ¿Cuál sería el problema si no podes poner tus cosas justo arriba de tu asiento? Algún lugar siempre va a haber. El gran experto en viajes Sir Chandler los bautizo como “los pago facileros” pero Sir Chandler va más allá, lo define como un modo de vida:
Esa imagen simpática que hay de los pagofacileros, esconde detrás la realidad de la Argentina. La razón por la cual el país anda como anda es por los pagofacileros. Ellos exceden cualquier partido político, no importa ni su sexo, ni religión ni el barrio donde viven. Ellos están impregnados en nuestra sociedad.
Siguiendo esta línea de pensamiento no puedo afirmar, pero tampoco negar que el que hace la cola del embarque es el mismo que hace la cola los domingos en la fábrica de pastas. ¿Realmente creen que están más “fresquitas” que si las comprás el día anterior? Y si fuera así, ¿es tan importante? No son medialunas calentitas, las tenés que cocinar igual. No entiendo la relación costo/beneficio para perder tiempo libre un domingo. Ni hablar de los que hacen una hora de cola para lavar el auto, cuando siempre puede haber un momento en el que no hay tanta gente.
A la irritación de los que hacen colas innecesarias se le agrega la de la persona que se te pega en las colas. Hay gente que no sabe mantener la distancia, que no aprendió a hacer la fila en la primaria con la mano para adelante. Te respiran en la nuca, te pegan el carrito del supermercado. ¡Señora, no va a pasar antes por más que se me ponga encima! Trasladado al manejo, me irritan los que cuando el semáforo no termino de cambiar ya te están tocando bocina para avanzar, los que te hacen luces en la ruta, aunque vayas por el carril lento y puedan pasarte, los que no guardan la distancia prudencial entre un auto y otro, “se te pegan”. El libro de Gabriel Schultz Máximas de un hombre cualquiera tiene una que se cumple indefectiblemente, es la de que la gente que maneja con el brazo colgando de la ventanilla, maneja mal. Agrego: es indolente con el resto del tráfico, cree que está solo en la calle.
Los ciclistas merecerían un newsletter aparte. La mayoría no respeta ninguna norma de tránsito, se creen inmortales y no tienen que pagar multas por las faltas que cometen, encima si pasa algo no cuentan con seguro que te proteja, aunque ellos hayan cometido la infracción.
Otra gran fuente de irritación son las personas que rigen su vida social por el pronóstico meteorológico. El lunes te invitan a un asado en grupo para el fin de semana siguiente, lo suspenden el miércoles porque el pronóstico anuncia lluvia para el sábado. Por supuesto el sábado no cae una gota. Creo que son del mismo grupo de personas que viviendo en Buenos Aires, una ciudad muy húmeda y calurosa en verano, te cuestionan si te vas de vacaciones al Norte, que tiene calor seco y refresca de noche. ¡Mucho calor! dicen, sin pestañear.
Una vez le dije a un amigo: “el problema es que vos sos demasiado puntual”. Entiendo la irritación que causan las personas impuntuales, pero a mí como impuntual recuperada me irrita mucho la gente que siempre llega más temprano a la cita. Ni antes, ni después: a horario debería ser la regla básica de cortesía. Las personas que llegan antes, siempre te hacen sentir en falta, aunque sean ellas las que no cumplen el horario fijado.
Hay una frase acuñada en posteos de Instagram que las madres les dedican a sus hijos que me irrita profundamente. Sale mucho en el día de la madre y en los cumpleaños de las bendis. Es: “Gracias por elegirme como mamá”. ¡Helllooo!!. Si hay algo que no hacen los hijos es ELEGIR a los padres. Realmente no entiendo qué quieren decir cuando ponen eso. El niño/a seguramente tiene suerte de tener una madre amorosa que le dedica posteos en Instagram, pero si algo no hizo fue elegirla.
Puedo seguir al infinito, como infinitas son las fuentes de queja e irritación. Cuando comparto con Gustavo alguno de estos reclamos, me dice burlonamente: “Soy Mariela, de Boedo, la radio está buenísima”. Le contesto: ¡A mucha honra!
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Soy culpable, siempre llego antes de tiempo a las citas y lo odio, es que temo tanto llegar tarde que "por las dudas" emprendo la travesía antes de hora.
Fuera de eso no soy demasiado irritante creo pero sí bastante irritable.