“Los sueños, sueños son, pero aquí se hacen realidad”
Berugo Carámbula. Venga…y atrévase a soñar
Mi cuento clásico favorito es La Cenicienta. La película de Disney de 1950 me parece una obra maestra. Por supuesto vi la versión con actores de Kenneth Branagh pero nada puede superar el impacto de la transformación de Cenicienta por su hada madrina junto a sus amigos ratoncitos que creó la película de animación. El vestido, los zapatitos de cristal y los brillos de la calabaza convertida en carroza aún resuenan en mi memoria.
La estructura del relato de Cenicienta es la base de infinitas ficciones románticas y también es de cierto modo la imagen mental que cualquier mujer tiene el día que se produce para una fiesta. Todas nos sentimos Cenicienta alguna vez y todas vamos a la peluquería con la ilusión de ser tocadas por la varita. La capacidad de transformación estética de las mujeres puede ser vista como una carga o como una bendición. En parte es ambas cosas. Es envidiable que los hombres tarden 15 minutos en cortarse el pelo y sean muy pocos los que vayan a la peluquería a hacerse manos y/o pies. Ni hablar de maquillaje, depilación ni producción para una fiesta. El tiempo invertido en estas cuestiones para la mayoría de los hombres representa una milésima parte de su cotidianeidad.
Las mujeres aún en estos tiempos del #MeToo dedicamos muchas horas al cuidado de nuestro cabello, las uñas de las manos y los pies, a sacarnos el vello, al maquillaje y la lista puede seguir al infinito. Las mas afortunadas (no es mi caso, no cocino, menos voy a tener estas habilidades) saben autoinfligirse todas estas prácticas, ahorrando mucho dinero y algo de tiempo. Ni la mujer más rebelde escapa de producirse, aunque sea para raparse, teñirse el pelo de colores o pintarse las uñas de negro. Decorarse el cuerpo, resaltar atributos, “montarse”, “producirse”, pertenece mayoritariamente al universo femenino. Ya sé que ahora los hombres también pueden producirse, pero siguen siendo una pequeña minoría los que lo hacen.
Nosotras tenemos esa “carga” pero también ese don. Hay un aspecto muy lúdico en el acto de embellecerse, también todos estos cuidados son un mimo y un divertimento. Parafraseando a la cantante Marta Sánchez que dijo: “no hay mujeres feas sino mal iluminadas” podríamos decir que no hay mujeres feas sino mal arregladas. Esa condición femenina de transformarse –contrariamente a lo que el feminismo berreta pueda pensar– nos hace poderosas.
El templo de estas transformaciones duraderas o efímeras es la peluquería. No es exagerado llamar templo a estos espacios, allí se producen ceremonias, ritos, conversaciones y confidencias cercanas a lo religioso. Cualquier peluquería, desde la mas cara hasta el sucucho del barrio, se convierte en una especie de club para un grupo más o menos extenso de mujeres que lo visitan periódicamente. A diferencia de los hombres, que suelen ir al mismo peluquero traspasándoselo por generaciones familiares a modo de herencia, la mayoría de las mujeres establecemos vínculos muy fuertes con el peluquero/a de turno, pero un día por diversos motivos (precio, mala experiencia, búsqueda de novedades, qui lo sa) no vamos más a esa peluquería y encontramos otra y el ciclo se repite al infinito. Quizás la clave de estas relaciones intensas y acotadas está en lo que dice la protagonista de “El asco”, el cuento escrito por Silvina Ocampo en 1959: “Cuando teñimos, ondulamos o cortamos el cabello, la vida de la clienta se nos queda en las manos, como el polvillo de las alas de las mariposas”. Vamos cambiando de peluquería a medida que cambia nuestra vida.
Más allá de la calidad de los servicios prestados, el paraíso del espíritu de la comunidad que se establece en las peluquerías lo encarnan las peluquerías de barrio. Los estilistas o cadenas top introducen variables disruptivas que entorpecen ese espíritu. En estas peluquerías, cada variante a aplicar tiene un costo distinto, entonces cuando te lavas el pelo y te ofrecen tal o cual shampoo no se puede ir desprevenido ni contestar que sí sin averiguar su valor. Cada producto va elevando el precio del servicio, ni hablar el terror de “la ampollita”.
La pregunta de rigor del empleado/a bien entrenado cuando tenés la cabeza en la pileta: “¿Te pongo una ampollita?”, sin pensarlo mucho decís si, luego te peinan y te aplican un producto y lo que pensaste que salía un precio te termina costando el triple por vergüenza a decir que no o porque a veces ni siquiera te consultan. A estas peluquerías solo voy cuando quiero hacerme un corte especial o cuando me hacía color, para todo lo demás prefiero las peluquerías de barrio donde esto no pasa.
Voy hace años a la peluquería de Gloria, una chica paraguaya, súper trabajadora y amorosa. En un local de 20 metros cuadrados de dos pisos, Gloria corta el pelo, hace el color, tiene dos manicuras que hacen diferentes técnicas de manos y también pedicuría. Abajo Cristina depila, hacen masajes reductores y descontracturantes. También se puede pedir turno con una maquilladora que viene según la ocasión. No falta la venta de productos Just y ollas Essen. A lo de Gloria concurrimos un elenco estable de mujeres que nos cruzamos a lo largo del tiempo, semana a semana. Las conversaciones van desde los hijos hasta las vacaciones, pasando por las dietas, los jefes o empleados, la farándula. Nos pasamos datos del barrio. Y a veces se puede crispar un poco el dialogo entre clientas cuando asoma la política. Por suerte no sucede a menudo.
Gloria, como todos los peluqueros/as, sufrió el cierre que impuso la cuarentena. Al mes la llame y le pregunte si me podía atender. Caminé temerosa las tres cuadras que me separan de su establecimiento, entré como una ladrona por la persiana baja luego de esperar a que se fuera el policía que custodiaba la esquina. Ese día fui muy feliz cuando salí con las manos y los pies “hechos”, con baño de keratina y corte de pelo. Era un soplo de libertad en esos tiempos oscuros. Gloria me ayudó a mi y yo la ayudé a ella, que tenía que seguir pagando el alquiler y comiendo todos los días. No es posible dimensionar lo que habrá sufrido esa chica –que tiene ocho hermanos, que no para de laburar a veces 12 horas por día y que no recibe ninguna ayuda estatal– cuando le cerraron de prepo su local durante meses.
Quizás la respuesta a ese sufrimiento lo refleja este tuit:
Esa libertad de trabajo coartada que dejó a miles de cuentapropistas librados a su suerte puede explicar en parte la adhesión a un candidato como Milei. Gloria en realidad es muy fan de Patricia y la hubiera querido de presidenta. Ella y sus colaboradoras votaron en el ballotage a Milei pero también conviven en armonía con sus clientas ultra kirchneristas que ahora les dicen ante los aumentos y los recortes: TUGO. Ellas ni se inmutan, saben que gobierne quien gobierne todo lo que tienen lo consiguieron trabajando muchas horas, cincelando cuerpos ajenos haciéndolos brillar antes de que la carroza se convierta en calabaza.
Si están satisfechos con nuestra tarea, piensen en colaborar con un poco de dinero mensual de manera de ir construyendo una base de seguidores pagos que nos permitan mantener y desarrollar este emprendimiento. Los valores pueden no significar mucho en sus economías mensuales pero para nosotros son un ladrillo más para construir el servicio que soñamos.
Vean si algunos de los valores de acá abajo les resultan accesibles, el aporte es mensual vía Mercado Pago (PayPal para el extranjero) y podés salir cuando quieras sin ninguna dificultad:
Y, como siempre, los que quieran colaborar desde el exterior, lo pueden hacer vía PayPal:
Hermosa NOTA MARIELA, gracias!!!! Me pasaron cosas parecidas y mi KATHY es paraguaya y la AMO.
Simplemente maravilloso. ¡Gracias siempre!