Están dando vueltas por ahí unas cuantas películas del documentalista Sergei Loznitsa, quien vino a la Argentina hace unos años a un festival UBA y de quien se exhibieron también algunas películas en el Bafici. Loznitsa nació en Bielorrusia, pero su formación fue en Kyev, la capital de Ucrania, donde su familia se afincó desde niño. Tiene tres tipos de películas: ficciones, documentales en donde utiliza material de archivo histórico y documentales filmados por él. Vi dos de sus documentales de archivo y uno de los realizados y registrados por él y creo que es un cineasta especialmente interesante, aunque demasiado confiado en las bondades de su dispositivo.
De aquellos en que edita y compagina material de archivo vi dos que me parecieron magistrales: Blockade (2006) y State Funeral (2019) y uno con imágenes propias, Austerlitz (2016), que no me gustó nada. Veamos.
Blockade (2006)
Blockade utiliza el material que fue registrado en Leningrado durante el sitio realizado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Leningrado, la actual San Petersburgo, una de las ciudades más importantes de Rusia y del mundo, fue bloqueada por el ejército alemán durante 872 días, desde septiembre de 1941 hasta enero de 1943. El fracaso nazi en doblegar a los rusos a pesar de la crueldad infinita del bloqueo fue el punto de inflexión de la guerra: los nazis comenzaron el repliegue y el ejército rojo no pararía su avance hasta la propia Berlín.
Sin el menor uso de la voz en off o de carteles explicativos, Loznitsa edita y compagina el material registrado durante los episodios y le agrega una banda de sonido que le da vida a las imágenes, no sólo con música sino con los ruidos de la calle, los disparos y los cañonazos, el crepitar del fuego y el ruido de las ruedas sobre el hielo. El trabajo es extraordinario y durante hora y media tenemos la sensación de ser testigos privilegiados de los días más difíciles vividos por los soviéticos. Las calles heladas, los cadáveres abandonados, los traslados con algunas pertenencias sobre carros improvisados, explosiones, incendios, rescate de cadáveres y hasta un grupo de soldados alemanes tomados prisioneros que podemos ver caminar escoltados por la ciudad. Los ciudadanos de Leningrado pueden, sin cambiar la expresión, pasar por al lado de un cuerpo inerte como intentar conseguir algún alimento o tratar de rescatar un poco de agua de las aceras congeladas. El documento recuperado y puesto en valor por Loznitsa es de un valor histórico incalculable. El final es increíble: la población festeja con fuegos artificiales el fin del bloqueo y asiste con euforia a la ejecución por ahorcamiento de los oficiales nazis atrapados. Termina una pesadilla y el festejo tiene el formato exacto de otra pesadilla.
State Funeral (2019)
Aquí, con el mismo sistema de desechar la voz en off, pero recreando el sonido ambiente, Loznitsa utiliza las filmaciones realizadas por cinco equipos durante los funerales por la muerte de Stalin en marzo de 1953. A lo largo y a lo ancho de la Unión Soviética vemos desde la propalación de la noticia en plazas, fábricas y centros ciudadanos de cada república soviética hasta las exequias de cuerpo presente, con delegaciones de todo el mundo que fueron a darle la despedida a uno de los más grandes tiranos del siglo XX. El culto a la personalidad está en todo su esplendor y la sucesión de discursos y palabras alusivas se entremezcla con los rostros doloridos de trabajadores y ciudadanos de distintas zonas que no pueden creer que el corazón del último “Padrecito” ruso ha dejado de latir.
Las imágenes combinan el blanco y negro (especialmente de las zonas más alejadas del centro político de la Unión Soviética) y las registradas en color, habitualmente de los fastos en Moscú, en donde el rojo de la insignia comunista refulge por sobre el fondo de abrigos oscuros y sin matices. La calidad del registro es extraordinaria y no hay plano —registrado por los burócratas pero filtrado por la maestría en el uso de archivos de Loznitsa— que no revele una multitud de detalles. El cierre de los días de duelo tiene a los líderes comunistas hablándole a la multitud: Beria, Molotov, Malenkov y Kruschev, quien luego de unos días, sería el heredero de todo el poder soviético.
Los acontecimientos posteriores harán que el periplo de estas imágenes sea paradójico. Cuando tres años después, en un famoso congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, Nikita Kruschev denunciara los fusilamientos y persecuciones y el “culto a la personalidad” del cual el metraje obtenido durante los funerales de Stalin eran un claro ejemplo, las condiciones de exhibición de este material cambiaron radicalmente. En 1953, tuvieron el formato de una película, “El gran adiós”, pero luego de una corta exhibición, fue prohibida. Así estuvo hasta el año 1988, en los albores del derrumbe soviético, cuando circuló en DVD. Un par de décadas después, Losnitza tuvo acceso al material original para construir este documento fascinante, State Funeral.
Austerlitz (2016)
En esta película, filmada por él y su equipo en un campo de concentración de Alemania, ahora convertido en museo, Loznitza lleva su estrategia de que sean sólo las imágenes y el sonido directo los que transmitan el sentido de la película, sin voces en off que dirijan la atención del espectador. Se trata de una serie de planos fijos con una cámara que está disimulada en el ambiente de manera tal que los paseantes que están visitando el campo no sean conscientes de su presencia. El encuadre es elegante y un discreto blanco y negro, sin grandes contrastes, acentúa la elegancia de las tomas.
Es verano, los paseantes están con anteojos negros, bermudas, anteojos de sol, portando botellas de agua. Se mueven en grupos, aunque eventualmente algunos pueden estar solitarios. Los guías recitan un poco monótonamente sus explicaciones que son escuchadas con la atención dispersa de los grandes grupos. Parece que la película se ocupara de establecer el enorme abismo que se abre entre la monstruosidad de lo que allí sucedió en la mitad del siglo XX y la liviandad que el espectáculo derivado provoca en sus visitantes. Las cámaras de fotos, o sus equivalentes en los teléfonos, parecen ser el elemento más irritante. Los visitantes posan frente a la reja de entrada que tiene la famosa frase “Arbeit Macht Frei”, es decir, “el trabajo libera”. La película empieza con una toma desde adentro, con los visitantes llegando y posando frente a la infame leyenda y termina hora y media después con su contraplano, con la gente saliendo del campo/museo en alegres bandadas con la satisfacción del deber cumplido.
Encuentro que esta forma de mirar a los visitantes a los campos de concentración es asimismo liviana pero especialmente traicionera. Nada me parece más representativo del triunfo sobre el nazismo que el hecho de que las sedes del horror sean visitadas hoy por gente despreocupada por su supervivencia, vestida informalmente, protegiéndose naturalmente del sol y de la deshidratación. Me parece especialmente irrespetuoso para gente que tuvo la necesidad de dedicarle tiempo de sus vacaciones a un lugar que no es precisamente DisneyWorld, que sacude internamente, aunque las exteriorizaciones de ese impacto anímico no sean sobreactuadas ante la cámara y se aparente normalidad.
No creo que cuando Loznitsa y su equipo, que ahora se siente con la superioridad moral de juzgar a los visitantes, hayan tenido un lenguaje corporal muy distinto al que muestran en la película. Mi experiencia personal fue una visita en Chequia al campo de Theresienstadt, cercano al gheto de Terezín, utilizado por los nazis como estación de paso hacia Auschwitz y mostrado al mundo como falso ejemplo de buen trato hacia los reclusos. No creo que mi lenguaje corporal, mi vestimenta o mi botella de agua hayan sido muy distintos a lo que se ve en la película Austerlitz y aun así no siento que deba sentirme culpable de nada y sigo pensando que la visita fue una gran experiencia.
El dispositivo de Loznitsa es falsamente neutral, daría lo mismo que hubiera una voz en off escarniando a los visitantes al museo. Esa falsa distancia es uno de las claves de sus éxitos en los festivales, un circuito en donde la sensación de superioridad moral disfrazada de despojamiento estético está a la orden del día.
Sergei Loznitsa es un cineasta notable, con sus claroscuros, que han quedado reflejados según mi parecer en este envío. Queda mucho por ver, especialmente sus ficciones, seguiremos reportando en futuros envíos.
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