Seguimos con estas entregas en las cuales les comento algunas películas inusuales, que no se encuentran en plataformas pero que, con el uso de adecuadas herramientas, se convierten en mi cinemateca personal. En esta entrega tenemos mucho cine clásico norteamericano.
Festival (Murray Lerner, 1967)
Se trata del registro del festival Folk de Newport, un evento anual que sigue existiendo y que en la década del 60 fue el epicentro de la música folk norteamericana y testigo de un cambio radical que estaba por producirse. Festival tiene material de las ediciones que van de 1963 a 1966, justo el momento en que Bob Dylan hace el salto eléctrico, ofendiendo a Pete Seeger, el pater familia del movimiento, y a muchos de sus seguidores. Pero más allá de Dylan, que aparece en la película en su primera versión (1963-1965) niño folk, fresco y sonriente, y en la posterior (1965-1966), con aspecto más desafiante, anteojos de sol, camisas llamativas y guitarra eléctrica al hombro, la película tiene muchas otras cosas que mostrar.
Por un lado, están los artistas, lo mejor que tenía ese género musical en la primera mitad de la década: la gran Joan Baez, siempre radiante y amable, Peter Paul and Mary (con una Mary Travis más linda que nunca), Donovan, Johnny Cash consumido por las anfetaminas, Judy Collins, Paul Butterfield, Mike Bloomfield, Odetta, y muchos otros artistas, varios de blues y gospel, agrupados en una sección que parece el sector donde se tenían que sentar los negros durante el apartheid.
Lo más interesante es el público. No es la invasión de hippies que iba a convertir a Woodstock, poco después, en el símbolo de la época. Son chicos bien vestidos, casi exclusivamente blancos, y, si se me permite la extemporaneidad, chetos. La película les da la palabra y su retórica es muy marcada por la época: guerra, cambio, amor, holocausto nuclear, etc. Faltarían un par de años para que se muestren desnudos, drogados, chapoteando en el barro y finalmente, muriendo de sobredosis.
Hidden Room (1949, Edward Dmytryk)
También conocida como Obsession, está película de Edward Dmytryk es de una perversidad notable, muy llamativa para la época. Un señor inglés, de esos que por las noches toma whisky en un club de hombres, descubre que la mujer lo engaña. Lejos de tener un arranque de emoción violenta, arma un dispositivo muy complejo: secuestra al amante, lo lleva a un escondite, lo encadena a la cama, le lleva alimentos y lo mantiene vivo durante varias semanas, hasta que sea el momento en que el interés por su desaparición decaiga, lo mate y disuelva su cuerpo en ácido. Para complicar las cosas, aparecer un superintendente de Scotland Yard a quien los datos de la desaparición no le cierran y quiere investigar.
El señor inglés tiene una pasión, el ferromodelismo, y en el sótano de la casa tiene una pista enorme, con un trencito eléctrico. Tengo la impresión de que el grueso del presupuesto de esta película clase B se lo llevó el circuito ferroviario de juguete. No revelaremos el final, pero es decisivo un perrito, al punto que la novela en que se basa se llama A Man About a Dog, escrita por Alex Coppel, quien también es autor del guión.
The Iron Curtain (William Wellman, 1948)
Esta es una delicia total, por varios motivos. Es la primera película sobre la Guerra Fría y está basada en las memorias de Igor Gouzenko, un descifrador de claves soviético destacado en la embajada en Canadá que terminó pidiendo asilo político. Los actores son Dana Andrews y Gene Tierney (la mujer más linda del mundo) que habían hecho cuatro años antes, Laura, de Otto Preminger, un clásico del cine negro.
La película es realmente muy entretenida. Igor (Dan Andrews) arranca como un burócrata stalinista ortodoxo y la vida en Canadá lo hace dudar. Su mujer, embarazada, (Gene Tierney) es la que hace relaciones sociales con los vecinos, lo que hace entrar en pánico a Igor. Hay un personaje interpretado por June Havoc que trabaja en la embajada y trata de seducir a Igor, para testear su fidelidad. El camarada se mantiene fiel a su esposa y a la Unión Soviética.
Más allá de la trama, es interesante ver la vida interna de la embajada, sus lugares escondidos y sus tareas clandestinas, la infinita burocracia y el rigor de los jefes con sus empleados. Igor decide finalmente ir a la prensa del mundo libre a denunciar los secretos de los soviéticos y pedir asilo para encontrarse con que en el diario no le prestan la menor atención. Es una película de la Guerra Fría pero mucho más sofisticada y menos lineal que las que vendrían después.
Historia de una monja (The Nun’s Story, Fred Zinnemann, 1959)
Imaginen a una monja con la cara de Audrey Hepburn. Interpreta a Gaby, una chica belga, hija de un destacado cirujano, cuya vocación de servicio es de una intensidad y ambición que uno solo imagina en emprendedores capitalistas. El rostro de Hepburn justifica las dos horas y media de esta paciente obra maestra, que sigue a una novicia cuyo anhelo, además de servir al Señor, es viajar al Congo y atender y cuidar a los nativos. Sin embargo, hay mucho más. Entre las grandes decisiones tomadas por el director, se destaca la morosidad con que muestra los rituales de iniciación. Una monja es simpática, dos monjas son inquietantes y un montón de monjas, con sus hábitos, es una experiencia visual impactante, como un cuadro coreográfico de Busby Berkeley.
El viaje al Congo tiene reminiscencias de Conrad y Coppola pero se mantiene en el ámbito de la religión. La tensión sexual que aparece entre la monja y el médico del lugar, interpretado por Peter Finch, es delicada pero no menos intensa y tiene su momento cúlmine en la auscultación de la espalda de la monja, que tiene síntomas de tuberculosis. Entre toses y pudores, la escena le pasa el trapo a cualquier otra de sexo explícito. El plano de la despedida entre Hepburn y Finch es uno de las mejores escenas del cine clásico norteamericano, es decir, de la historia del cine.
La película está basada en las memorias de Kathryn Hulme, un libro que fue un gran éxito en su momento, como lo fue también la película. Es difícil entenderlo hoy, cuando solo los superhéroes y la animación convocan a la pantalla, pero evidentemente el consumo de cine conoció épocas mejores.
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