Tenía 15 años cuando salió Exile on Main Street, el disco doble de los Rolling Stones editado en 1972. Era un adolescente solitario y retraído, entregado al fútbol y a la lectura, escasamente problemático. Mi única rebeldía era musical y la seguidilla de discos de los Stones luego de la muerte de Brian Jones y su reemplazo por Mick Taylor me hicieron sentir que había ahí una forma de encontrar mi personalidad, lejos de la severa mirada musical de mi padre y algo más independiente del legado de mi hermano, ya entonces más abocado al jazz. Había algo ahí brillante pero sucio y desprolijo y disfrutar de esa combinación me hacía sentir distinto a todos.
Luego de la excitación que me habían provocado Let It Bleed (1969, el último comprado por mi hermano antes de que yo me hiciera cargo del departamento rockero) y Sticky Fingers (1970), esperé la salida del disco doble parándome todos los días en la vidriera de la disquería del barrio para ver si ya estaba expuesto. (Preguntar no era una opción). Finalmente llegó, con una tapa misteriosa, inexplicable e irresistible. Y un contenido que parecía infinito.
Hace, entonces, más de medio siglo que estoy enamorado de este disco y de una frase que escuché en una de sus canciones: “Siempre acepté caramelos de extraños”. La capacidad de síntesis de Keith Richards para simbolizar la rebeldía me pareció espectacular, aun cuando yo nunca habría de aceptar caramelos de extraños. La canción era Happy, la única cantada por Keith Richards y grabada prácticamente sin la participación de sus compañeros de banda. Volveremos por eso pero por ahora nos quedamos con esa idea de rock and roll disruptiva generacionalmente que tenía en este álbum doble una culminación estética.
Lo que fui comprendiendo con el tiempo es que para que fuera semejante triunfo del rock era porque era una obra en la que confluían una enorme cantidad de otros géneros musicales provenientes de los Estados Unidos. Exile on Main Street es un gran disco norteamericano grabado por una banda inglesa en un castillo en Francia. Nada queda afuera: desde el blues, rhythm and blues, boogey, soul, gospel, rockabilly hasta, en una adición particularmente feliz sobre la que volveremos, el country.
Cuando U2 quiso hacer su homenaje a la música norteamericana hizo The Joshua Tree (1987), con peregrinación a la “tierra santa” incluida. Una obra de alto nivel pero demasiado autoconsciente, al borde de la solemnidad. Los Stones hicieron el mismo recorrido pero mental, sin dejar de hacer su vida desquiciada de estrellas rocks que se codeaban con el jet set europeo. El homenaje a la madre patria musical salió naturalmente, y así fue el espectacular resultado.
El disco fue grabado en el verano europeo de 1971 en un castillo que había alquilado Keith Richards en la Costa Azul conocido como Ville Nellcôte. La banda había huido de Gran Bretaña en donde un aumento de impuestos hizo que cualquier otro lugar del continente fuera atractivo. Richards pensó que lo mejor para grabar sería usar el sótano de Nellcôte a donde hizo trasladar el equipo de grabación móvil que tenían los Stones.
El proceso fue extraordinariamente caótico: Richards consumía heroína y la cercanía con Marsella aseguraba una provisión continua; Jagger se acababa de casar con la nicaragüense Bianca y viajaba constantemente a París; Wyman y Watts, bajista y baterista históricos de la banda, fijaron sus residencias lo más lejos posible del descontrol, en sendas casas de campo --en el caso del baterista, a varias horas de la costa, lo cual hacía más complicadas las reuniones. En cada momento había en la casa entre veinte y treinta personas, comiendo, bebiendo y/o drogándose. Increíblemente, Richards mantuvo en el medio de ese caos cierta ética laboral que lo hacía escribir y completar una o dos canciones por día. Jagger le siguió el ritmo, más allá de los desencuentros continuos.
Comenzaban a la tarde y terminaban bien entrada la madrugada pero todos los músicos que pasaron por Nellcôte cuentan que, cuando regresaban a sus propias residencias recibían un llamado de Keith diciendo que había que completar un track porque se le acababa de ocurrir algo. Cuando Richards se encerraba en el baño, pasaban dos cosas: se aplicaba una inyección de heroína y se ocupaba de pensar un arreglo o terminar una canción, letra o música, y no salía hasta que esos procesos no estuvieran completados.
Es misterioso que, más allá de algunos esperables problemas policiales, nada demasiado grave haya sucedido en aquel verano y que, para colmo, la banda compusiera y grabara el esqueleto de material suficiente como para completar no uno sino dos LPs, algo así como una hora y 10 minutos de música sin una sola pista que pueda ser considerada de relleno.
Entre los visitantes a Nellcôte se encontraba un gran amigo de Richards, Gram Parsons, una de las figuras más notables que mixturó la música country con el rock. Parsons inició a Richards en ese género musical y en el consumo intenso de drogas duras. En ese libro extraordinario que es Vida, Keith Richards describe así el encuentro con Parsons y su influencia:
Cuando conocí a Gram Parsons en el verano de 1968, descubrí un nuevo filón musical que todavía estoy investigando y que amplió el espectro de todo lo que estaba tocando y escribiendo. Y también fue el comienzo de una amistad que parecía de muchos años desde la primera vez que nos sentamos a hablar; para mí, que nunca he tenido uno, supongo que fue como un reencuentro con un hermano al que hacía años que no veía. Gram era una persona muy especial, y lo sigo añorando. Ese mismo año había empezado a tocar con los Byrds: Mr. Tambourine Man y todo eso, pero acababan de grabar “Sweetheart of the Rodeo”; fue Gram el que consiguió darle completamente la vuelta al grupo y convertirlos de un grupo de pop en un grupo de country y conseguir que crecieran.
Sobre su presencia en Nellcôte, Richards cuenta lo siguiente:
En algún momento del mes de julio Gram Parsons vino a Nellcôte con Gretchen, su joven prometida. Él ya estaba trabajando en las canciones de su primer disco en solitario, “GP”. Para entonces ya éramos colegas desde hacía un par de años y yo tenía la sensación de que aquel tío estaba a punto de salir con algo increíble (de hecho revolucionó la música country y ni siquiera se quedó lo suficiente como para enterarse). Sus primeras obras maestras las grabó con Emmylou Harris un año después, canciones como Streets of Baltimore, A Song for You, That’s All It Took, We’ll Sweep Out the Ashes in the Morning. Siempre que estábamos juntos tocábamos, estábamos tocando todo el tiempo, componíamos cosas… Solíamos trabajar juntos por la tarde, cantábamos temas de los Everly Brothers. Es difícil describir el profundo amor que Gram sentía por su música, era lo único para lo que vivía; en realidad, no sólo su propia música sino la música en general. En eso Gram era como yo: se despertaba con George Jones y luego se desperezaba y salía de la cama con Mozart. ¡Absorbí tanto de Gram!: ese estilo Bakersfield de interpretar las melodías y también las letras (distinto a la dulzura de Nashville), la tradición de Merle Haggard y Buck Owens, las letras de los modestos operarios inmigrantes de las granjas y los pozos de petróleo de California, por lo menos ahí fue donde tuvo su origen en los años cincuenta y sesenta. Esa influencia del country se dejó sentir en los Stones; por ejemplo, se puede oír en Dead Flowers, Torn and Frayed, Sweet Virginia y Wild Horses, que se la pasamos a Gram para que la incluyera en el disco de los Flying Burrito Brothers titulado Burrito Deluxe antes de sacarla nosotros mismos.
Parsons estaba tan enganchado a la droga que el propio Richards –el burlador burlado– lo tuvo que echar de Nellcôte. Richards cuenta que Jagger tenía celos de su amistad con Parsons, cosa que le sucedió con todos los otros amigos varones. Gram Parsons murió de sobredosis en octubre de 1973, poco antes de alcanzar la mítica edad de 27 años. La historia de su carrera de la mano de Emmylou Harris y del destino de sus cenizas serán contadas en otra entrada de Maxiquiosco.
Lo cierto es que en medio de ese caos –quizás ayudado por él—los Stones grabaron el esqueleto de lo que ahora es considerado por muchos como la mejor colección de canciones de la historia del rock, una verdadera obra maestra. El álbum doble (para desesperación de la casa editora, que veía encarecer y achicar las ganancias del producto) fue completado en Los Angeles, con sobregrabaciones y la adición de músicos que no habían estado en Nellcôte. Ese parte del proceso recayó sobre Mick Jagger.
Después de Exile, se incorporó Ron Wood a la banda reemplazando a Mick Taylor y todo lo que vino después fue rock de estadios, un fanatismo exacerbado a nivel global con escala muy fuerte en Argentina, discos buenos, regulares y malos, pero nunca a la altura de esta obra maestra producto de influencias varias, musicales y de las otras. Nunca el caos fue tan creativo.
Coda. Cinco canciones elegidas de Exile on Main Street
Happy. El himno rockero por excelencia, con su filosofía “me chupa un huevo, hago lo que quiero”, su riff pequeño y persistente y la pequeña y expresiva voz de Richards fue pensada, arreglada y grabada mientras el guitarrista y algunos músicos y productores hacían tiempo esperando al resto de la banda. Así lo cuenta Richards:
Un ejemplo sublime de una canción que llegó volando por el éter es «Happy»: la hicimos al mediodía, en sólo cuatro horas; grabada y terminada. A mediodía ni siquiera existía y a las cuatro ya estaba grabada en una cinta. En realidad no es una grabación de los Stones, aunque lleve el nombre: en realidad consiste en Jimmy Miller a la batería, Bobby Keys con el saxo barítono y poco más; y luego yo hice las pistas del bajo y la guitarra. Estábamos esperando a los demás para empezar con la sesión de verdad de la noche y pensamos «ya que estamos por aquí, vamos a aprovechar a ver si se nos ocurre algo». Yo había empezado con el esqueleto ese día. Nos pusimos a tocar para pasar el rato y resultó que pillamos una veta, íbamos como por raíles y dijimos: bueno, pues empezamos ya a ver qué podemos ir avanzando y luego la rematamos cuando lleguen los demás. Decidí probar con cinco cuerdas y slide, y ahí estaba. Así de simple. Para cuando llegó el resto ya la teníamos. Cuando das con algo, sencillamente lo dejas volar solo.
Rocks Off. La canción que abre el álbum es una furiosa combinación de rock acelerado y soul. La forma de cantar de Jagger es desmañanada y sensual, arrastrando las palabras sin ninguna preocupación por la dicción. La letra mezcla metáforas de la experiencia del consumo de drogas con otras de carácter sexual, de una manera totalmente libre, sin condicionamientos gramaticales ni de sentido. La mezcla es confusa, la voz está baja y los bronces muy arriba, pero ellos terminan de ordenar la escucha y llevar adelante la excitación, junto al piano de Nicky Hopkins. Son Jim Price y Bobby Keys, que compartieron el verano conviviendo en Nellcôte. Mientras vivían esa vida rockera, Bobby Keys tenía un affair con Nathalie Delon, todavía casada con Alain Delon. Un romance peligrosísimo, teniendo en cuenta que tiempo atrás la actriz había tenido una relación similar con un guardaespaldas que poco después fue encontrado… asesinado.
Tumbling Dice. Así como en “Rocks off”, Jagger deja que sean los bronces los que se luzcan y su voz aparezca como comentario lateral, lo mismo sucede aquí con las coristas: Clydie King, Venetta Fields, Sherlie Matthews, que llevan la canción hacia la culminación con su coro mientras Jagger, en una estructura tomada de la música que se hace las iglesias evangelistas norteamericanas, comenta lateralmente, con su voz baja en la mezcla. La generosidad de Jagger en con las coristas había tenido un triunfo extraordinario un par de años antes en la canción Gimme Shelter, en donde Merry Clayton tiene una intervención memorable.
Sweet Virginia. Cuando era adolescente y escuchaba esta canción sin entender prácticamente nada de la letra, imaginaba a la banda cantándola en el Lejano Oeste, a la noche, junto a un fuego calentando café, como en los westerns. Claramente influenciada por Gram Parsons y liderando una línea compositiva relacionada con el country que iba a tener su cumbre humorística unos años después en el álbum Some Girls con la graciosa y semi recitada Faraway Eyes.
Shine a Light. La canción más relacionada con el estilo gospel fue completada en Los Angeles con la participación protagónica de Billy Preston, el pianista que aparece con mucha felicidad en el documental Get Back, de los Beatles. Aquí, Preston, influenciando a Jagger con su música de iglesias, se hace cargo del órgano, que marca la atmósfera de la canción. Según Wikipedia, la canción la comienza a escribir en vida de Brian Jones y habla de él con afecto y preocupación. También indica que el músico Leon Russell colaboró en su creación. Scorsese filmó un concierto de los Stones en New York en 2008 y lo tituló con esta canción.
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