La once (2014), Los niños (2016), El agente topo (2020) (Maite Alberdi, Netflix)
Netflix viene incorporando una buena provisión de películas chilenas, generalmente documentales. Ya comentamos en su momento la aparición de Chile 1976, una buena película de ficción ambientada en la época de Pinochet. Ahora sumaron a su catálogo películas de dos documentalistas: el legendario Patricio Guzmán y la nueva estrella del doc chileno, Maite Alberdi. Ya comentaremos las tres películas incorporadas de Guzmán (autor de una obra monumental llamada La batalla de Chile); hoy nos vamos a ocupar de algo más burbujeante, las tres películas que se pueden ver de Maite Alberdi.
Sus películas juegan con mucha elegancia y astucia entre la ficcionalización y el documental. Su mundo es el de los adultos mayores, a los que retrata con gracia y calidez, aunque sin romantizar las penurias de la vejez y el paso del tiempo. Su aparición fue con La once: un retrato de las reuniones de su abuela con sus compañeras de secundaria, que a lo largo de más de seis décadas no dejan de reunirse una vez por mes para comer “la once” y celebrar su amistad.
En Chile hay una tradición de reemplazar la cena por un té tardío, con tortas, masas, sandwichitos y demás delicias. A esa comida se la llama “la once” y aparentemente el nombre tiene que ver con una práctica religiosa y una palabra en clave. Como los clérigos acompañaban la comida con aguardiente, se referían a la reunión como “la once” refiriendo a las once letras del nombre de la bebida alcohólica. Cierto o no, la once es una institución culinaria en el país trasandino.
La película es sencillamente sensacional: Alberdi filma a su abuela y a las amigas a lo largo de los meses, con planos cerrados sobre sus caras y sobre las exquisiteces que el servicio doméstico pone sobre la mesa. La conversación fluye. Las señoras son encantadoramente siniestras: es la clase alta chilena, de fuerte formación religiosa, totalmente ignorantes del lenguaje codificado por la corrección política. Discurren libremente sobre sus matrimonios, sobre la fidelidad de los hombres, sobre si es mejor ser viuda o que el marido sobreviva, las enfermedades, el paso del tiempo, la muerte y Dios. La once es graciosa y tierna, sin edulcorar lo que muestra.
Una de las apariciones dentro de La once es la de la hija de la abuela de Maite Alberdi, Francisca, una mujer con síndrome de Down, obviamente tía de Maite. En su siguiente película, Los niños, de 2006, también disponible en Netflix, el tema es justamente una institución en donde hombres y mujeres Down conviven a lo largo de varios años, estableciendo entre ellos relaciones sentimentales.
Maite atrajo cierta notoriedad fuera de Chile cuando en 2021 su película El agente topo fue nominada al Oscar. Fue la primera película incorporada al catálogo de la plataforma. El agente topo retoma la gracia de los personajes ancianos en una estructura mucho más ficcional. Es encantadora y graciosa pero mucho más calculada y menos espontánea que La once.
En todo caso, las tres películas son grandes exponentes del género documental, hechas con ideas, humor y humanidad. Son cortas, así que bien pueden verse las tres en un solo fin de semana. No es un mal programa.
Sinatra & Sextet in Paris
Hoy no vamos a recomendar una novedad sino una joya de otro siglo. Se trata de la grabación de un concierto de Frank Sinatra en París realizado en 1962. Se editó recién en 1994. Tiene la particularidad de que no es acompañado por una big band sino por un sexteto del cual se destaca el guitarrista Al Viola.
El concierto fue parte de una gira destinada a recaudar fondos para niños con discapacidades. Reunieron al sexteto de urgencia con lo cual salieron a tocar casi sin ensayos pero como la mayoría había acompañado a Sinatra, no necesitaron mucho para sonar perfectamente.
El concierto es perfecto pero quiero recomendarles dos cosas.
La primera es la presentación que hace Charles Aznavour. Ante un teatro lleno dice: “No voy a cometer la ofensa de presentarles a ustedes a Frank Sinatra. Sé que lo conocen perfectamente, vuestra presencia así lo prueba. Por el contrario, él no los conoce bien a ustedes. Así que contrariamente a lo habitual, si me permiten, no les voy a presentar a Frank Sinatra; les voy a presentar a ustedes a Frank Sinatra. Frank Sinatra: ¡Paris te pertenece!”
El concierto es extraordinario, el quinteto suena perfectamente, la gracia de Sinatra manejando al público es exquisita, no hay manera de que no resulte una experiencia extraordinariamente grata. Tiene, para colmo, un momento único, distinto a todas los otros registros de Sinatra en vivo. Tiene una versión de “Night and Day” en donde está acompañado exclusivamente por Al Viola en la guitarra. La canta muy lentamente y su decir pausado representa magníficamente la locura de una persona enamorada que no hace otra cosa que pensar día y noche en su amor. No sé si alguna vez la volvió a cantar con estos arreglos pero la suerte quiso que se editara este concierto y podamos disfrutarla.
No hay más fútbol europeo y River jugó el jueves.
Buenos Aires todavía conserva barrios distinguidos, donde habita gente de origen patricio, gente “paqueta” que no es lo mismo que concheta. Siempre habrá algún advenedizo, como una vecina muy conocida que ya se mudó de barrio. La zona llamada Recoleta que se extiende desde Callao hasta Plaza San Martín, delimitada por la Avenida del Libertador en un extremo y por la Avenida Santa Fe por el otro, es un mundo en sí mismo. Este mundo es un mundo de tradiciones, de ritos, de negocios casi centenarios como la joyería Belgiorno, zapaterías tan tradicionales como Guido, sastrerías como Giesso y confiterías icónicas como Dos Escudos a la que le vamos a dedicar esta columna.
Contrariamente a lo que podría pensarse la gente paqueta es austera. Justamente su linaje por lo general está ligado a la falta de ostentación. Los habitantes de Recoleta nacieron ahí, heredaron sus departamentos de sus ancestros y tiene hábitos de consumo que también se trasmiten de generación en generación. Su ropa, sus joyas, sus cabellos son clásicos y finos. La gama de colores que usan es la tradicional. Casi todos los sábados voy a la sucursal de la confitería Dos Escudos de la calle Montevideo a ver a esa realeza porteña. Adoro mirar sus estilos como si estuvieran en una alfombra roja. Predomina la tercera edad espléndida. A las dos de la tarde la confitería casi siempre esta colmada al punto de tener diez números antes en la fila para ser atendida. Más tiempo para observar.
Cuando llega mi turno empiezo a elegir entre las delicias. Indefectiblemente compro locatellis de pavita con tomate. Es otra comida que no tiene contras. Mi abuelo paterno farmacéutico hacía el brindis de fin de año con los empleados y la familia en su farmacia de Once y siempre había locatellis de pavita. Es un recuerdo de infancia imborrable que recreo los sábados. Después paso a las bandejitas de facturas miniatura o de scons dulces, o de galletitas de queso. Los días de suerte hay pastafrola de membrillo (también hay de batata, una opción que debería ser desterrada). Estos productos (salvo los sandwichitos) están en los mostradores al alcance de la mano. Los voy tomando para evitar que se esfumen. En Dos Escudos todo vuela. Las chicas atienden rápido y van trayendo bandejas de la cocina de todo lo que se acaba.
Además de los productos típicos que puede haber en una confitería, venden viandas de comida muy ricas. También pizzas de masa madre, yogurt La Choza. Los sándwiches de miga son buenos, pero no es lo que más destaco de su oferta. Tienen budines de limón, naranja, inglés, stollen, alfajores, brownies. Las masitas finas –nunca mejor aplicado ese nombre– son de lo más rico del mercado. Empanadas, tartas y ensaladas. Este año incorpore la sucursal de Juncal porque está muy cerca del colegio de Elías. Suelen ofrecer lo mismo con pequeñas variantes. Ambas sucursales tienen café al lado. Excelentes opciones de desayunos/meriendas. Por supuesto ofrecen avocado toast. Lo más sorprendente son los precios. Dos Escudos es una confitería paqueta; por lo tanto, fiel a ese estilo, no abusan del consumidor. Las cosas cuestan igual o menos que en una panadería cualquiera del sur de la ciudad. Al entrar a Dos Escudos uno siente que las cosas cuestan lo que valen, ni más ni menos.
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Empecé a pagar por Gustavo, pero me di cuenta q lo q más me interesa es la parte gastronómica de Mariela. No te pongas celoso, Noriega. Te admiro profundamente. Como vecino de Boedo (me encantó la crónica de Martita) me tomo el atrevimiento de sugerir un análisis del "polo gastronómico de Boedo"; con un amigo lo llamamos polo gastronómico de mierda, pero con cariño. Un abrazo a ambos, con respeto y admiracion.
Me encantaría que hubiera una sucursal de Dos Escudos en La Plata. Ya no quedan panaderías clásicas y ricas. Te dejo la inquietud, Sexer, por si alguna vez hablás con los dueños 😊