Ayer fue uno de esos días en los que Twitter luce su mejor costado y cumple un rol social indispensable: el del duelo público. Temprano en la mañana se supo del fallecimiento de Beatriz Sarlo y rápidamente la red se empezó a cruzar con recuerdos, videos, anécdotas, fotos y hasta improperios. Se cruzaban el que se limitaba a consignar que se la había cruzado en el subte hasta el que, resentido, decía para diferenciarse que no tenía ninguna anécdota con Sarlo, el productor que la persiguió un año para una entrevista por radio y el que le pidió una referencia bibliográfica y lo mandó a freír churros. Uno la escuchó decir algo genial en el subte, otro le agradeció la claridad en las clases. El cruce de todos esos intercambios armó un cuadro realmente fiel de esa personalidad exuberante y seductora que fue la de la pequeña intelectual que fumaba en boquilla.
La entrevisté a Beatriz varias veces. La última me resultó especialmente gratificante. Circulaban mucho en los medios sus análisis políticos que, de lejos, eran lo menos interesante de su producción intelectual. La conversación discurrió por su biografía: las primeras lecturas, la relación con el Instituto Di Tella y su pasión por las vanguardias, la carrera de Letras y el cambio de paradigma con el advenimiento de la democracia, el trabajo material de hacer una revista como Punto de vista y su afición al tenis. Como autocrítica, se flageló por haber sacado latín como materia de estudio en la facultad y por la vez que echó a un alumno en un examen porque no reconoció un verso famoso de Borges. Estaba espléndida, brillante y totalmente entregada a la charla. Parecía temible y era notablemente amable. Disfrutaba de su fama, pero también de poner los límites que le parecían adecuados. Su aporte a la cultura argentina es enorme, muy difícil de poder ser dimensionado.
Acá le dejo la charla en dos formatos, video y audio. Me gusta muchísimo cuando cuenta de la producción material de Punto de vista, de cómo se encargaba de elegir el papel, llevarlo a la imprenta, revisar los originales y, durante los primeros números, aún bajo la Dictadura, repartir los ejemplares quiosco por quiosco en la avenida Corrientes. Me dijo de esa tarea material, no intelectual: “Yo creo que es lo único que sé hacer bien. Mejor eso que la literatura argentina”.
No la volví a ver. Cuando al tiempo falleció Rafael Filippelli, su compañero, no tuve la presencia de ánimo de hacerle llegar unas líneas. Pasó lo imaginable: un decaimiento de salud que terminó con la muerte. Dicen que en febrero sale su libro de memorias en donde confiesa las dificultades de entender. Va a ser un gran reencuentro. Ayer fui y volví del trabajo escuchando esta entrevista y en más de un momento me descubrí riendo a carcajadas o sumido en la más profunda atención. Ojalá lo escuchen y/o vean y puedan llegar un poco más a lo que fue en vida Beatriz Sarlo.
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Lo primero que recordé frente a la noticia fue recordar tu entrevista. Qué mujer fascinante.
Muy bien. Beatriz es enorme, pese a ser chiquita físicamente. Se la va a extrañar mucho. QEPD. Un abrazo.